Por Mónica Delgado
Este 2017 ha sido un año especial para el cine peruano, debido a que estuvo presente en la agenda política en diversos momentos, sobre todo por el contexto de discusión sobre la nueva ley de cine y la necesidad de un apoyo estatal, así como del aporte en general a una política cultural que viene siendo postergada. Pese a esta presencia en medios, el cine peruano – y aquí nos referimos al cine independiente, de productoras pequeñas y de jóvenes cineastas, a aquel que se hace fuera de Lima y lejos de los circuitos convencionales de producción, distribución y exhibición- aún no puede obtener la visibilidad y atención que merece.
A continuación, diez hechos durante el 2017 en torno al cine peruano que destaco:
1. El debate por una nueva ley de cine. Si bien el anteproyecto del Ministerio de Cultura se presentó de modo abrupto a mediados de año (con poca estrategia comunicacional) -lo que propició que medios como El Comercio publicaran editoriales cuestionando la necesidad del apoyo a la cultura en el país por considerarlo un gasto inútil-, la carrera hacia la materialización de la ley, para ser aprobada por el Ejecutivo y el Congreso de la República, ha sido rápida.
Pese a las divergencias en torno a algunos puntos de la ley, el sentido común en la comunidad cinematográfica y audiovisual del país fue la urgencia de su aprobación. Sin embargo, no sé si como anécdota, fueron los críticos de cine, entre ellos Ricardo Bedoya y Emilio Bustamante, los que hicieron visibles las deficiencias de la ley, a la cual denominaron como decepcionante. Este bastión crítico a la ley, donde también participó el docente Christian Wiener, enriqueció el panorama e hizo considerar incluso algunos aportes el proyecto de ley aunque de modo muy discreto.
La eliminación de algunos puntos de la ley por parte del Ministerio de Economía (como el 5% del impuesto de la entrada para un fondo del cine, así como la cuota de pantalla) la convirtieron en una extensión amable de la ley vigente, sin una prospectiva y una visión más amplia del cine como vehículo de memoria y de construcción de identidad social y cultural (tema que abordamos ya en Desistfilm durante el año). Por ahora solo queda nulo optimismo, sobre todo ante el actual contexto político y con poco apoyo del fujimorismo para hacer realidad la ley.
2. Menos presupuesto para el cine y el audiovisual. La aprobación de la ley implicaba dotar al sector de un presupuesto triplicado. La confianza en que la ley se aprobaba en 2017 hizo que el presupuesto 2018 para el cine del Ministerio de Cultura ya consignara los 24 millones de soles requeridos. Sin embargo, hace algunas semanas la comisión de Presupuesto del Congreso de la República redujo el pedido del Ministerio de Cultura a la mitad (recordemos el «argumento» de la congresista Cecilia Chacón: “hay que dejar de gastar en el cine independiente”), aprobando 12 millones de soles. Los reclamos ante este recorte por parte de los cineastas fueron y son justificados, pero ante la escasa garantía de que la ley se apruebe el año que viene, la disyuntiva estará en la capacidad de ejecución de esos 12 millones sin ley, teniendo que sortear las limitaciones de no contar con la normativa apropiada ni los recursos humanos para la tarea.
3. La evidente desarticulación entre Ministerio de Cultura y Promperú. Si bien el proyecto de ley propone un marco para desarrollar políticas para la proyección internacional del cine peruano, no propone roles ni una plena articulación con la otra entidad estatal que también tiene la batuta en cuanto a apoyo de los films en el extrajero: Promperú. Este año apoyaron la distribución de un documental publicitario, Perú: Tesoro Escondido, stand oficial en dos mercados internacionales, el Mipcom en Cannes y Ventana Sur en Buenos Aires, así como brindado recursos para presentaciones de algunas películas en diversas partes del mundo, lo que es positivo, sin embargo quedan dudas sobre cómo es que se determinan los apoyos, con qué criterios y de acuerdo a qué estrategia o lineamientos se deciden qué películas o proyectos se apoyan o no. Contar con una film comission tampoco no aparece claramente en la nueva ley, por lo que la labor de apoyo al cine peruano como un imán del turismo sigue siendo ambigua y sin planeamiento.
4. El paso fugaz de La Luz en el Cerro en la cartelera. La película de Ricardo Velarde tuvo una exhibición abrupta en salas comerciales. Se estrenó en 16 salas y no llegó a cumplir siquiera la semana de estreno en ellas, ya que fue retirada intempestivamente. Así, el film de Velarde se unió a la lista de filmes maltratados por las exhibidoras, tal como pasó el año pasado con Solos o Rodar contra Todo. No existe ninguna obligación por parte de los multicines, y tampoco ninguna medida o estrategia que garantice la exhibición del cine en condiciones elementales. La nueva ley de cine no garantiza que las películas que se hagan baja su impulso puedan cerrar el círculo. Habrá más fondos pero los cineastas y productoras seguirán a la deriva cuando se trate de distribuir y exhibir sus films, y solo se extiende la paradoja: más plículas pro sin tener donde exhibirlas, o simplemente seguir dejando que las sigan atropellando.
5. La censura y La Paisana Jacinta. El estreno de la comedia de Adolfo Aguilar despertó la indignación de ciudadanos y de diversos colectivos por su claro racismo, llegando incluso a pedir la prohibición del estreno y apelando a la censura. Incluso se vio como «posibilidad» demandar que La Paisana Jacinta reciba el mismo trato de los films peruanos independientes que son atropellados y retirados a la fuerza de la cartelera. ¿Si las majors y multiplex pasan dos o tres días Solos o La Luz en el cerro, si se reduce al 5% el número de salas de El Soñador, Rosa Chumbe, El Sistema Solar en menos de una semana, por qué no hacer eso con la comedia de Jorge Benavides? No se puede tomar como ejemplo positivo el lastre y el desprecio que el cine peruano sufre en manos de las majors y multiplex. No es una práctica a repetir que los cineastas tengan que rogar para que sus películas se mantengan en horarios que no sean el mediodía o las 3 de la tarde. ¿O sea para luchar contra el racismo hay que pedirle a los multicines que sigan atropellando al cine peruano, que lo sigan viendo como una penosa carga que nadie quiere ver?
Los cines y sus monopolios dependen de una programación transnacional, incluso dos o tres años antes ya sabemos lo que vamos a ver en adelante, ya sabemos qué blockbuster llega tal fecha, qué día las salas explotarán de cancha y suspiros Marvel. La decisión de qué películas van no es moral, ética o según el humor de los gerentes, es absolutamente una decisión de rentabilidad, puramente monetaria. Por otro lado, censurar es retroceder, sería un pésimo antecedente. No podemos seguir permitiendo vetos, como pasó con la ópera prima Sin Vagina me Marginan, o el cortometraje Camila, por ejemplo. Y es precisamente lo que no debe pasar con ningún film peruano, porque los films tienen que verse, discutirse, esa es la única manera de admirarlos o destrozarlos.
Necesitamos una política de exhibición, una cuota de pantalla y no hacer de este atropello una práctica a celebrar. Las estrategias de lucha contra el racismo necesitan mejorar, y este tipo de pedidos desinformados no colaboran en nada a la libertad del cine. Ojo que el film de Benavides es una nulidad, y no se trata de salir en defensa de un bodrio, sino de hacer visible la problemática de vetos que debe parar.
6. Reconocimiento a Isaac León Frías. No todo en el año ha sido problemático. Hace algunos días Chacho recibió uno de los reconocimientos más importantes al trabajo crítico en Iberoamérica, que se dio en el marco de los premios Fénix en México, organizado por la asociación Cinema23. Así, la labor en la crítica de cine, tanto en la revista Hablemos de Cine, como en sus diversas investigaciones y en las aulas universitarias, quedó al fin destacada en un plano internacional.
Es la primera vez que un crítico peruano recibe esta distinción, lo que se vuelve admiración, estímulo e inspiración para todos aquellos que trabajamos en esta profesión en un contexto tan disímil como el nuestro. Y la publicación de Hablemos de cine (
7. Los criterios de los jurados de DAFO en los concursos. En agosto se publicó el fallo del Concurso Nacional de Proyectos de Posproducción de Largometraje – 2017 de la Dirección del Audiovisual, la Fonografía y los Nuevos Medios (DAFO), donde de once films que postulaban a obtener algún incentivo económico, el jurado solo premió a uno, quedando el fondo en espera. El fallo resultó polémico en la medida que no contiene las razones por las cuales no se completó la entrega de los 170 mil soles. Y fue a través de un post de Facebook que uno de los jurados puso en evidencia algunos criterios de evaluación, entre ellos la «capacidad de aburrir» de algunos films. Lo que podría resultar anécdota puso en el tapete algunas interrogantes sobre la idoneidad de los jurados sorteados para las labores de selección de films, y también dejó en claro un desconocimiento de las tendencias del cine actual.
Como señalé en un texto anterior, si un James Benning, Lav Díaz, Pedro Costa o Lucrecia Martel postularan a los concursos del Ministerio de Cultura tendrían cero posibilidades de obtener algún premio debido a la predominancia de este sentido común que ve a algunas películas como aburridas por tener como base un dispositivo cinematográfico ajeno al ritmo hollywoodense, que es válido incluso en su obsolescencia, pero que reprime la existencia de un cine distinto y que, precisamente, por su diversidad de estilos y temas debería tener una oportunidad de atención.
8. La aparición de MUTA. A mediados de año se realizó la Muestra Internacional de Apropiación Audiovisual- MUTA, y que como señala su nombre, se concentra en difundir obras de apropiación, found footage y otras vías de experimentación del montaje, tanto del cine como del videoarte. En Perú son limitados los espacios para la difusión y discusión del cine experimental y la aparición de MUTA permite quedarnos un poco menos en la Lima alejada de lo que sucede fuera de sus fronteras (salvo algunos meteoritos de experimental que suelen aparecer en festivales locales). La visita de Antoni Pinent, como lo fue la presencia de Peter Tscherkassky y Eve Heller gracias a Al Este de Lima, fue una experiencia enriquecedora y muy alta para esta primera edición.
9. Las demandas del cine regional. Otro hecho importante de este 2017 fue el pedido expreso de un sector de cineastas regionales para recibir un presupuesto mayor del total que se destinaría al cine con la nueva ley (no un 30% propuesto sino un 50% por ejemplo). Esta demanda económica trajo consigo, o se relacionó, a otros aspectos cuestionables de los concursos, como los premios a cineastas que no son activos o no residen en la región por la que participaron, los criterios de evaluación y los requisitos de postulación incluso, apelando a la consideración de la diversidad y la equidad.
También la publicación de Emilio Bustamante y Jaime Luna Victoria, «Las miradas múltiples. El cine regional peruano», remarcó la disparidad en los procesos de hacer cine en el Perú, ya que la mayoría de producciones del cine regional no llega a Lima o encuentra circuitos de exhibición que ni siquiera son considerados en los recuentos anuales. Como señala esta investigación, en veinte años se mostraron 146 largometrajes regionales, de los cuales doce tuvieron un estreno comercial. Definitivamente una brecha excluyente, y reitera la ausencia de políticas públicas para cerrar el círculo del cine peruano: hay dinero para promover más películas, para producir más cine pero poco se sabe dónde se va a estrenar, en qué condiciones y para quiénes.
10. El efecto Wiñaypacha. En este punto me detengo más allá del valor estético del primer trabajo de Oscar Catacora. Menciono lo de «efecto Wiñaypacha», ya que puede leerse como resultado de diversas políticas públicas para fomento del cine hecho fuera de Lima. En mi crítica al film tras su estreno en el Festival de Lima, donde arbitrariamente no estuvo en la competencia oficial, señalé un tipo de amoldamiento a determinada exigencia de la política del Ministerio de Cultura, al seguir determinadas tácticas que llamarían la atención del jurado al cumplir con determinado estándar festivalero, lo que no debería ser problemático, sino que en todo caso responde a la demanda desde Lima por generar un cine desde las regiones hecho con mayor profesionalismo, nivel técnico, calidad expresiva, que le permita competir con mejores condiciones en estos eventos internacionales. No cabe duda que este efecto tendrá sus réplicas, lo cual es muy saludable para el cine peruano, pese a la posible inestabilidad del método.