Por Pablo Gamba
Central Airport THF (Zentralflughafen THF, 2018) es una película sobre el aeropuerto de Tempelhof, en Berlín. Fue reconocido como tal en 1923 y el régimen nazi lo desarrolló hasta hacer de la terminal el edificio más grande del mundo. Ocupado por los estadounidenses y transformado en base militar luego de la Segunda Guerra Mundial, fue utilizado para el puente aéreo que abasteció a la parte occidental de la ciudad cuando la Unión Soviética impidió el acceso terrestre y fluvial, en 1948. El aeropuerto fue cerrado en 2008 y se convirtió en un parque en 2010. Pero desde 2015 cumple también otra función: se estableció allí un campamento que alberga refugiados recién llegados a Alemania.
El cineasta y artista brasileño Karim Aïnouz ha dicho que es su primer documental observacional, y que quiso contrastar otra mirada con la representación que predomina en los medios de comunicación y que él califica de histérica. Lo que le interesó fue resaltar la solidaridad alemana para con los refugiados y la que también existe entre ellos. Es un punto de vista controversial el del director de Madame Satã (2002) y Praia do futuro (2014), porque no deja de rozar problemas como el hacinamiento pero ignora otros. Por ejemplo, un allanamiento de 2016, luego de un atentado terrorista que hubo en Berlín.
Lo “solidario” llega a confundirse con lo institucional en esta película, estrenada en la sección Panorama de la Berlinale y cuyos orígenes están en un proyecto de videoinstalaciones sobre los cuatro viejos aeródromos de la ciudad, con motivo de la inauguración, prevista para 2019, del Aeropuerto Berlín-Brandemburgo Willy Brandt. El problema se percibe claramente en los planos en los que se ve a los adultos y a los niños retozando y jugando utópicamente en el campo de aterrizaje, así como en las palabras de agradecimiento de un hombre de edad avanzada, por ejemplo. También en la reiteradas imágenes de la cerca perimetral de la zona de refugiados. A ella se trepan fácilmente para salir unos jóvenes alemanes que pasan al otro lado por aparente diversión. Es como si se quisiera subrayar que a los extranjeros recluidos allí no se les ocurre escapar.
Aïnouz estudió arquitectura, y su exploración del espacio ocupa buena parte del film. La película trata así el tema de cómo las ruinas de proyectos abandonados por la modernización han sido adaptadas a otros fines. Es el caso del refugio “humanitario” en que fue convertida por la Alemania democrática de hoy una obra que era orgullo de Adolf Hitler, líder de un régimen de constructores de otros campos, donde fueron exterminadas más de 11 millones de personas.
Pero el interés del realizador se dirige principalmente hacia consideraciones abstractas, como se percibe en el gran plano general picado de las “viviendas” instaladas en un hangar. Las luces, al apagarse en orden sucesivo, crean una suerte de anochecer artificial que avanza bajo techo hasta quedar todo a oscuras; más adelante le sucede la escena equivalente al “amanecer”. Lo mismo ocurre con el contraste visual de las composiciones que dividen el plano en partes incongruentes o aparentemente independientes, por ejemplo, o en el disfrute de la belleza casi onírica de partes del aeropuerto en la niebla o cubiertas de nieve.
La representación del tiempo es diferente. Aïnouz logra asomarse sutilmente al problema existencial de quienes en el aeropuerto-parque-campamento viven una especie de suspensión del transcurrir de su vida. El paso de los meses está señalado con intertítulos en árabe, leídos en ese idioma por uno de los personajes, al igual que por celebraciones como el Año Nuevo, con sus fuegos artificiales, y la Navidad –Santa Claus y árbol incluidos, a pesar de que es notorio que buena parte de los refugiados son musulmanes–. El cineasta se deleita, además, en mostrar cómo el lugar cambia con las estaciones. Pero todo eso está en contrapunto con el estancamiento en que se halla la gente allí.
Más importante aún es su impugnación de la artificiosa distinción entre las categorías de “refugiado” e “inmigrante”. El primero se halla en el país al que llega por la presunta persecución que amenaza su vida en su lugar de origen, lo cual es exhaustivamente investigado. El segundo viaja voluntariamente a buscar una vida mejor en otro país, y recibirlo no depende de razones humanitarias sino de conveniencia. Esta última caracterización, a su vez, supone que no existe una coacción inherente al sistema socioeconómico que lleve a la gente a marcharse para no morir aunque no haya guerra, como ocurre hoy con los venezolanos.
La diferencia entre ambas cosas se borra en los dos personajes principales. El primero –un joven sirio– parece vivir acariciando el recuerdo de la vida campesina que dejó atrás por el conflicto, pero sueña con un futuro como mecánico en Alemania. Celebra el cambio de estatus de persona bajo protección a refugiado porque le da la posibilidad de perseguir esa meta. El otro –un doctor iraquí cuya experiencia admira un colega alemán– se desempeña en el campo como traductor pero también aspira a ejercer la medicina en Europa. En este sentido Central Airport THF es algo más que un documental de aspecto institucional. Es además el film que cabía esperar de un brasileño que vive y trabaja en Berlín, cuyo padre argelino se radicó en Brasil por razones políticas.
Dirección: Karim Aïnouz
Producción: Felix von Boehm
Fotografía: Juan Sarmiento G
Diseño de sonido: Daniel Weis
Música: Benedikt Schiefer
Duración: 100 minutos
Países: Alemania-Francia-Brasil