Por Mónica Delgado
Dos documentales que tienen como punto de reflexión la figura de dos padres ausentes. Pero no se trata de dos padres comunes y corrientes, si los hubiera, sino dos personajes importantes para la historia de sus propios países, de sus propias convicciones y de sus propias familias. Uno, el mítico expresidente chileno Salvador Allende, y el otro, el médico socialista Héctor Abad Gómez. Ambos filmes tienen muchos nexos en común, ya que han sido filmados por las propias nietas de los personajes fallecidos, recurren a la memoria y testimonios familiares como fuente vital y hay una necesidad de construir una mirada distinta sobre el aspecto público desde lo privado, prodigando a los seres recordados de una nueva humanidad. Sin embargo hay algo que las diferencia, y que es un síntoma sobre desde dónde se apropian los discursos y cómo se buscan legitimar.
En Allende, mi abuelo Allende (Chile, 2015) de Marcia Tambutti las mujeres de la familia son las invitadas a redibujar este nuevo rostro paterno, a partir de preguntas incómodas, de seguimiento a los recuerdos de parientes que habían decidido poner a un costado el dolor del recuerdo. Así, el filme se convierte en un viaje de expiación que va horadando sensibilidades, para recuperar ese otro lado oculto del abuelo. Lo más interesante de la búsqueda que realiza Tambutti es que se trata de un viaje sin ruta prevista, y de acuerdo a las conversaciones con su abuela, esposa de Allende, con su madre Isabel, la famosa escritora y política, y con sus primas, no hay recuerdos íntimos ni fotos de acciones domésticas, punto que interpela a la memoria familiar colectiva. Y esta vía de lo femenino como eje sentimental, acoge una mirada no ya del personaje de quien se habla y recuerda, sino de estas mismas mujeres que huyen de preguntas, que se quejan del pasado, que sufren una ausencia a pesar del paso del tiempo.
En Carta a una sombra pasa lo mismo. Si bien se trata de componer un retrato a través del recuerdo, de audios sobre todo, de fotografías y simulaciones sobre diversos aspectos de la vida del médico y político de Antioquia, y penosamente asesinado por un sicario, Héctor Abad Gómez, el film es la absoluta mirada sentimental de un hijo en eterno luto. El escritor Héctor Abad Faciolince se vuelve en el protagonista del recuerdo, a través de los fragmentos que lee de su propio libro, El olvido que seremos, un best seller en tierras colombianas, de narración íntima y reflexiva hacia la figura total del padre. Y aquí los pensamientos de Abad Faciolince adquieren la dimensión de lo universal, como si fuera una nueva Pietá en tiempos de violencia.
Abad Faciolince describe momentos, analiza situaciones, poetiza el amor paternal como un don supremo, lo sublima, enaltece, y recrea. Y la codirectora del film, Daniela Abad, aparece apenas para registrar a su familia y a su propio padre, y proponer un panorama histórico de esa Colombia en efervescencia política y revueltas sociales. La voz que legitima y dirige es la del hijo el escritor, mientras que las voces de las otras hijas del médico progresistas quedan apenas como parte de un testimonio más.
Marcia Tambutti y Daniel Abad eligen las mismas vías para el desarrollo de sus trabajos, miran a sus propias familias, recurren a material de archivo, al comentario de fotografías, a la memoria física tangible y real, que requiere de otros aportes para ser validada, y aterrizada. También en Cartas a una sombra, vemos un hecho importante que confronta sensibilidades de dos tiempos distintos, en la que Héctor Abad hijo entra con un caballo a una iglesia, motivo por el cual fue excomulgado su abuelo en la década del veinte del siglo pasado, y que ahora asoma como un momento silencioso, una escena casi fantástica, surreal y absurda que no tiene testigos, ni quejas ni sanciones. Así, cada uno de estos rompecabezas emocionales va tomando la dimensión misma de su tiempo, mutable, desde los ojos y voces que la van armando como lucha ante la muerte.