FESTIVAL DE LIMA 2024: KINRA DE MARCO PANATONIC

FESTIVAL DE LIMA 2024: KINRA DE MARCO PANATONIC

Por Mónica Delgado

En una primera capa, podría afirmarse que Kinra, ópera prima del cineasta cusqueño Marco Panatonic, trata sobre el desbalance que produce la migración en un personaje joven que debe dejar su lugar de origen para ir a trabajar a la capital. Sin embargo, la primera escena del film, donde vemos a un adolescente oculto en su cama debajo de las mantas, sin intenciones de levantarse,  mientras es amenazado por la voz de su madre, quien discute fuera de campo de modo violento con su padre, nos habla de un motivo que atraviesa toda la sentimentalidad de la película. Es una escena capital dentro de la organización de la subjetividad del personaje de Atoqcha (Raúl Challa Casquina), quien aparece marcado por la imposición de la madre y por la ausencia del padre. Por ello, Panatonic propone un viaje interior, donde el espacio, el territorio andino, el deseo de trabajar, de hacer un trámite natural de identidad o postular a una universidad se vuelven aspectos de una contraposición: la resistencia o retorno a todo aquello que encarna la figura materna. Así, en Kinra, el cineasta establece desde diversas correspondencias, sobre todo, una relación madre-hijo, como una extensión de un vínculo mayor, tierra-hombre.

La trama de Kinra no se establece desde la clásica oposición entre campo y ciudad. Panatonic diseña un curso de saltos temporales y espaciales donde este dicotomía se desfigura, en un devenir más bien abstraído de la vida en la capital de una región. Cusco se vuelve un terreno de varios “adentros”, ya sea en la misma Kinra, Santo Tomás, Chumbivilcas o en algún barrio de la ciudad de Cusco, donde Atoqcha debe decidir qué hacer con su futuro. Por un lado, está la mirada de un deber ser en las ciudades, que implica estudiar, tener un trabajo o una profesión, y que es la mirada misma de la madre, quien en esos primeros minutos del film, acusa a su hijo de ser un ocioso, de no querer estudiar ni trabajar. Así, este mandato materno se vuelve ordenador de este futuro de subempleos, labores de recurseo y un paso afortunado por una academia preuniversitaria. Por otro lado, está la cuestión de la afirmación de la identidad materna, ya que el personaje descubre que su partida de nacimiento tiene un error de tipeo: la madre ya no se apellida Huamani (‘provincia’ en quechua) sino Huamán (‘halcón’). Este error se convierte en una deuda, y que también deviene en un aspecto simbólico que Panatonic agrega en esta estructura de sentidos de la relación madre-hijo.

Al inicio de Kinra, vemos a Atoqcha (‘zorro’ en quechua) trabajar en una ladrillera, en un trabajo de obrero, para luego regresar al territorio de la madre. Este primer encuentro al que asiste el espectador es esencial para identificar las características de este lazo filial. Los planos fijos que parecen tiempos muertos permiten que pongamos atención en uno de los componentes más importantes de Kinra, los diálogos, ya que desde esta interacción conocemos los afectos, las tensiones y los deseos de los personajes. El diálogo entre Atoqcha y su madre (Tomasa Sivincha Huamani) mientras cosechan papas que luego comeran en la noche, sintetiza de otra manera esta relación con la idea de la madre con relación al territorio, a la visión de  la tierra como ente materno, o como el ser fundacional de la existencia. Diálogos plenos de comprensión, ternura y confidencia. Y desde un notable uso de la elipsis, luego sabemos que la madre desaparece y el lugar es ocupado por la hermana (Lizbeth Cabrera), un personaje que genera algunas pequeñas tensiones, construído desde la sensibilidad de los nuevos tiempos: una joven que ya vive en la capital, que trabaja, que le da vergüenza estar embarazada y que quiere que su hermano estudie en la universidad como sea. Pero Panatonic extiende aún más el relato con la aparición de un nuevo personaje, Richar (Yuri Choa Tunquipa), el mejor amigo de Atoqcha, quien trabaja en una cabina de Internet y que le anima a continuar con pequeños trabajos y estudios (otra forma de extender los deseos que tenían para él la madre y la hermana). La relación con Richar, tras la muerte de la madre, busca remarcar este entorno de lo masculino, gobernado por los deseos de superación, emprendedurismo e idea de éxito asociada a la vida en la ciudad, y que luego se encarna en la apatía del personaje del ingeniero (Celso Aro Quispe), en una de las secuencias más logradas de Kinra.

Ganadora del premio más importante del Festival de Mar de Plata, y en competencia en el Festival de Cine de Lima, Kinra ofrece un tramado a partir del principio generador de la figura de la tierra-femenina, ya como elemento transformador pero también desorganizador del mundo. El lugar común de la “pachamama” de lecturas new age es aquí subvertido desde un plano más interior del personaje. Hay una intención crítica de mostrar el entorno que rodea a Atoqcha, marcado en algunos casos por la solidaridad, como en otros marcados por la violencia, el egoísmo y la alienación. Y resulta interesante que estos motivos que asoman en el entorno -y que el protagonista describe a veces como molestos- son encarnados por mujeres: la discusión de la madre con el padre en la escena inicial, la mujer que reparte plátanos en la ladrillera, la pelea de mujeres en el microbús en Cusco, la discusión marcada por los celos y la posesión entre una joven esposa con su pareja o la mayoría de jovencitas escuchando con atención las palabras motivadoras en una charla de orientación vocacional. Con esto no afirmamos que en el film las mujeres representan de manera arbitraria alguna idea sobre su rol en la “desestabilización” del mundo, pero es claro que hay un componente más profundo que refleja el entorno y las acciones de Atoqcha como un espejo sobre la pérdida de la madre. La desaparición de la madre nutricial, dadora de alimento y que a la vez quería retener el deseo del hijo, reabsorberlo -impedido en el inicio por la voz del padre-permite la agencia de Atoqcha como sujeto. Por ello, Kinra puede verse como un film sobre la interrupción de la ley materna, de cómo un personaje engrana sus acciones a partir de la represión de este deseo, donde la vieja premisa de “matar a la madre” deviene en una pulsión para el retorno, para la afirmación del sujeto tras la pérdida de la madre. Los planos finales, que devuelven la identidad a la madre en su tumba, funciona como una confirmación de esa aceptación, ya como melancolía o como oportunidad para la autonomía desde la soledad de las alturas andinas.

Competencia latinoamericana de ficción
Dirección y guion: Marco Panatonic
Fotografía: Alberto Flores, Pierre Pastor
Edición: Fabiola Sialer
Sonido: Cesar Centeno, Fernando Bedoya
Música: Fragancias de Chumbivilcas – Dina Yallerco
Producción: Gladis Florez, Walter Manrique, Maykon Lope
Reparto: Raúl Challa Casquina, Tomasa Sivincha Huamaní, Yuri Choa Tunquipa, Lizbeth Cabrera, Jorge Gonzales, Marcosa Huamaní Gonzales, Aurelio Quispe Cusihuamán, Dorotea Noa Checca, Soledad Secca Noa, Celso Aro Quispe
Perú, 2023, 157 min