Por Pablo Gamba
Benjamin Zambraia y el autopanóptico (Benjamin Zambraia e autopanóptico) es un rescate del Festival Ecrã de una película que se estrenó sin repercusión en diciembre, en la programación online del Festival de Brasilia de Cine Brasileño. Cuenta con la actuación de la también cineasta Helena Ignez, una de las figuras capitales del cinema marginal de finales de los sesenta y comienzos de los setenta. Es conocida por El bandido de la luz roja (O bandido da luz vermelha, 1968) y La mujer de todos (A mulher de todos, 1969), de Rogério Sganzerla, que era su esposo, y El padre y la joven (O padre e a moça, 1966), de Joaquim Pedro de Andrade.
Es un final que parece más que feliz para una película experimental que comenzó a realizarse como un corto en 2014, que se rodó en tres soportes, en parte con equipos prestados por una institución del Estado –el Centro Técnico Audiovisual–, con película de 35 mm y 16 mm donada por amigos, y en la que se trabaja con la manipulación del material fílmico en procesos artesanales de laboratorio.
La banda sonora se elaboró con material rescatado de diversas películas viejas, según los realizadores. Fue creada por Otávio Terceiro, actor de No todo es verdad (Nem tudo é verdade, 1986) y El signo del caos (O signo do caos, 2005), de Sganzerla, y Cleópatra (2007), de otra figura del cinema marginal, Júlio Bressane.
Un argumento para rescatar y tratar de insertar esta película en el circuito de festivales es que es una adaptación libre de la novela Benjamin (1995), de Chico Buarque. De ella toma el personaje, interpretado en el film por el director, y viene también la cuestión del panóptico del título. Benjamin Zambraia es, en el libro, un exmodelo en decadencia que está todo el tiempo como actuando para tratar de mantener las apariencias. Continuamente se percibe como si fuese observado.
En la película, esto se representa de una manera que, para poder entenderla, hay que tener conocimiento de la irreverencia del cinema marginal y gusto por todo aquello que es artesanal en el cine. Hay una y hasta dos cámaras que siguen y observan constantemente al protagonista. “Flotan” en el aire él como si nadie las manipulara. Cuelgan de hilos transparentes, visibles como en algunos filmes de ciencia ficción.
Entrar o no en el juego que abre el humor de esta solución ridícula es abrir o cerrar la puerta para el disfrute de una película que, de esta manera, llama la atención sobre los procedimientos de realización. También ocurre con la falta de sincronización de los diálogos que se escuchan con el movimiento visible de los labios de los personajes.
Este proceso de desplazamiento, de ir de la ficción a la materialidad del film, es significativo porque tiene un correlato social en la historia. Benjamin se confronta con un Brasil no solo en declive sino también en crisis y agitación, con las protestas contra el Mundial de Fútbol de 2014. En ellas se filmó al protagonista tan extraviado como parece estarlo en la escena con sus decadentes padres, interpretados por Ignez y Terceiro. Pero, ese es un Brasil falso aquí. La verdad se escucha como un llamado desde los bordes, y de la mujer al hombre, que lleva al protagonista hacia un barrio marginal donde todavía resiste la cultura indígena y también hacia la Piedra del Elefante, donde hay cuevas en las que un hombre sobrevive como en la prehistoria.
Hay una analogía entre esta deriva hacia lo marginal y lo que ocurre con la opción por los soportes fílmicos en la película. El video analógico, evocado por las cámaras voladoras de uso doméstico que vigilan a Benjamin, representa en este contexto la mirada que exige la adecuación al consumo. Un personaje “fuma” VHS como si fuera crack. Sin embargo, incluso el consumo parece desplazado hacia los bordes por la obsolescencia de esta otra tecnología. La mirada actual es de pura y simple vigilancia.
Esto homologa la resistencia del cine a los estándares de la industria con la de los marginales y los indígenas. Son formas de vivir y hacer películas “retrógradas” que se confrontan con la decadencia de una sociedad de la producción industrial, donde ya ni siquiera es asequible el “placer” del consumo. Oponen a ella el disfrute de la creación artesanal, de la que es resultado el largometraje. En el cine experimental, la resistencia se expande del set de rodaje al laboratorio, en procesos que procura eliminar la industria. Existe en el revelado y en la manipulación del film. También en el rescate allí de lo destruido por el progreso, en lo que igualmente hay rebeldía.
Considerando esta resistencia a lo que habitualmente se entiende como “cine”, hay que volver a la cuestión del rescate que se ha hecho de Benjamin Zambraia y el autopanóptico para presentarla en festivales. Esto puede plantear preguntas acerca de lo que es ir a ver una película en un evento de este tipo, de la manera que se ha comenzado a llamar, en las actuales circunstancias, “presencial”. Cuando los espectadores actúan como se espera que lo hagan en un festival de cine, ¿no se comportan como si fuese el público, y no la película, el que es observado y vigilado?
Benjamin Zambraia e o autopanóptico
Dirección y guion: Felipe Cataldo
Producción: Cavi Borges, Felipe Cataldo
Fotografía: Igor Cabral
Revelado y montaje: Felipe Cataldo, Igor Cabral
Fotomanipulación con lavandina: Felipe Cataldo, Jorge Bernardo
Sonido: Uerlem, Morráquio, Victor, Kruter, Ricardo Brasília
Música: Otávio Terceiro, Experiência Brasileira
Interpretación: Felipe Cataldo, Helena Ignez, Melissa Coelho, Igor Cotrim, Sheyla de Castilho, Antônia Carlos Gomes, Otávio Terceiro
Brasil, 2020, 72 min.