LA HERMANASTRA FEA DE ÉMILIE BLICHFELDT: LA BELLEZA ES DOLOR

LA HERMANASTRA FEA DE ÉMILIE BLICHFELDT: LA BELLEZA ES DOLOR

Por José Carlos Arellano

A veces la belleza duele más que la fealdad. No porque el espejo mienta, sino porque nos enseña lo que el mundo decide ver. En La hermanastra fea (Den stygge stesøsteren, 2025), primer largometraje de la directora noruega Emilie Blichfeldt, ese dolor se convierte en una forma de lenguaje. Su película nos transmite el desgaste de un cuerpo y una mente que ya no responden, y la fragilidad de una joven que intenta ser otra para ser amada.

Blichfeldt parte de un gesto tan simple como desolador, una muchacha que no soporta su reflejo. Vive bajo la sombra de su hermanastra, la “Cenicienta”, un modelo de belleza y perfección ante el que todo el mundo parece rendirse. Su cuerpo se convierte en territorio de comparación y en un campo de batalla. Cada mirada ajena, cada gesto de indiferencia, se acumula hasta que algo dentro de ella se fractura. Y entonces empieza a transformarse, intentando volverse perfecta a la fuerza, creyendo que solo así podrá ser amada.

Lo que podría haber sido solo un relato grotesco se vuelve, en manos de Blichfeldt, una experiencia profundamente humana. Es un retrato triste y casi compasivo de una joven que se consume por dentro, atrapada en una sociedad que mide el valor en función de la belleza. El horror corporal aparece, pero no como espectáculo, sino como consecuencia. Es el cuerpo mostrando lo que la mente no puede soportar.

La directora filma con una ternura que conmueve. En lugar de exponer la fealdad, la acaricia con la cámara. Cuando la protagonista se mira al espejo o soporta las burlas, se queda tan cerca que parece abrazarla en silencio. Hay una delicadeza constante en esa mirada, no convierte el sufrimiento en espectáculo, sino en algo íntimo. Los sonidos de la piel resquebrajándose, la respiración entrecortada, los murmullos sobre su apariencia, no buscan perturbar, sino recordarnos que el miedo también puede ser una forma de tristeza.

La interpretación de Lea Myren como Elvira, la hermanastra fea, es el corazón de la película. Hay algo muy humano en su forma de quebrarse, en esa mezcla de pudor y necesidad que la vuelve tan real. No actúa el sufrimiento como un grito, sino como un llanto contenido. En su rostro se ve el esfuerzo de quien intenta seguir siendo ella misma cuando todo a su alrededor la empuja a cambiar. A veces basta con su silencio o con una mirada perdida para entender que ya no puede más. Sentí que su fragilidad tenía algo mío, algo de todos, ese miedo a no ser suficiente, esa esperanza de que alguien nos mire sin pedirnos nada. Su actuación no busca conmover, pero lo hace porque en su tristeza hay una verdad.

Visualmente, la película es como una fábula retorcida. Marcel Zyskind construye una fotografía que se mueve entre dos mundos: el del sueño y el del deterioro. Hay escenas bañadas en tonos rosados, suaves, como si por un instante el relato quisiera parecer un cuento de hadas. Pero pronto esos colores se desvanecen y regresamos a una realidad gris, polvorienta, casi sin vida. Esa dualidad entre lo luminoso y lo apagado busca mostrarnos lo frágil que puede ser la ilusión de sentirse amado. El diseño de arte y el vestuario refuerzan esa ambigüedad, la opulencia de los vestidos contrasta con la pobreza de los espacios, como si la belleza solo pudiera existir al borde de la ruina. Todo está pensado para que el ambiente acompañe al personaje, para que el mundo se quiebre a su mismo ritmo.

Es inevitable asociar esta película a La Sustancia de Coralie Fargeat. Allí, una mujer madura es reemplazada por su versión joven, fresca, deseable, aquí, una joven se deshace intentando alcanzar los estándares de belleza de sus pares. Una se pudre por haber envejecido, la otra por no ser lo bastante perfecta todavía. Ambas historias comparten el mismo punto, en cómo la sociedad convierte a las mujeres en competidoras de sí mismas, en cuerpos que deben justificarse para tener valor. En La Sustancia, la juventud se alquila, y en La hermanastra fea, se mutila. Pero en ambas está la misma idea, que el cuerpo femenino ha sido moldeado por el deseo ajeno y que, cuando intenta liberarse, solo encuentra el dolor.

Lo más inquietante de La hermanastra fea no es la carne que se abre, sino la soledad que revela. Esa soledad que habita en quienes han crecido creyendo que solo serán queridas si resultan hermosas. Por eso, cada escena parece hablarnos de algo más que del cuerpo, del agotamiento de intentar gustar, de la tristeza de vivir en un mundo que premia lo visible y castiga lo real. Hacia el final, cuando la protagonista ya no puede ocultar su deterioro, hay una honestidad extraña. Como si, al fin, se aceptara a sí misma en esa ruina. Y uno entiende que el verdadero horror no está en lo que le ocurre, sino en lo que la llevó a hacerlo, esa necesidad de pertenecer, de ser mirada con ternura.

La hermanastra fea no se queda en el espanto. Está dedicada al cuerpo, a su fragilidad, a su deseo de ser querido más allá de la forma. Emilie Blichfeldt nos brinda una película de horror que, en el fondo, es una historia de amor trágico, el amor que una mujer intenta sentir por sí misma cuando ya nadie la ve. Y uno sale de verla con la sensación de haber presenciado algo muy íntimo. No es el deterioro de un cuerpo, sino la confesión de una herida que todos, en algún momento, hemos sentido frente al espejo. Eso también habla de nosotros. De cómo pasamos una vida intentando parecernos a lo que otros esperan, olvidando que la persona correcta, si llega, no buscará cambiarnos, sino acompañarnos mientras intentamos ser mejores. Nos amará con virtudes y defectos, con lo que mostramos y con lo que ocultamos, y no intentará borrar lo que somos.

Tal vez de eso trata, en el fondo, La hermanastra fea, de aprender a no tener miedo de seguir siendo uno mismo, incluso cuando el mundo te diga que no eres suficiente.

Directora: Émilie Blichfeldt
Guion: Émilie Blichfeldt
Cinematografía: Marcel Zyskind
Edición: Olivia Neergaard-Holm
Diseño de sonido: Tormod Ringnes, Marius Paus Brovold
Diseño de producción: Sabine Hviid, Klaudia Klimka-Bartczak
Productora: María Ekerhovd
Coproductores: Mariusz W?odarski, Lizette Jonjic, Theis Nørgaard, Jesper Morthorst
Noruega, Polonia, Suecia, Dinamarca, 2025, 110 min