LIMA ALTERNA 2022: SELECCIÓN DE CORTOMETRAJES PERUANOS

LIMA ALTERNA 2022: SELECCIÓN DE CORTOMETRAJES PERUANOS

Por Mónica Delgado

A diferencia de años anteriores, la 3° edición del Festival Internacional de Cine Lima Alterna ha mostrado una selección de cortometrajes peruanos más compacta, es decir, que mantiene un coherencia con la exigencia que sí se brinda a las películas de las otras secciones. Si bien en esta sección peruana hubo obras muy diversas, reflejan en su conjunto un interés (en intentos) por  explorar formas que intentan escapar de la convención del lenguaje cinematográfico, ya sea desde la no ficción, el diario fílmico, el retrato documental, la animación experimental o desde otras perspectivas del videoclip. En este sentido, el festival apuesta desde este paso adelante en sus criterios de selección.

El jurado de la sección otorgó el premio principal a Shirampari: Herencias del Río de Lucía Florez, una ficción con toques documentales sobre un niño de once años, Ricky, quien de la mano de su padre, el líder de la comunidad, Arlindo, aprende a pescar. El film se centra en este proceso de aprendizaje (con códigos del coming of age) dentro de la comunidad asháninka Dulce Gloria, ubicada cerca al río Alto Yurúa, en Atalaya, Ucayali, y también desde un proceso entre hombres, donde esta práctica de supervivencia se vuelve rito de iniciación masculino.

Las imágenes de Florez capturan los momentos de encuentro entre Ricky y su padre con afán de intimidad, tanto para observar algunas acciones diarias, como para escuchar las indicaciones de cada actividad. Así, el amanecer, las tardes, las jornadas de pesca lucen como los únicos espacios de interacción, donde aparecen, sin embargo, algunos momentos de ocio, como aquellos liados a ver series en un celular. Y también la comunidad en su conjunto es plasmada desde algunas presencias puntuales, donde las mujeres están casi fuera de campo o asoman como voces en algunas canciones usadas como banda sonora hacia el final. Por ello, el film se centra solamente en la relación de ambos personajes y desde el proceso de transmisión de saber, en una línea paterno filial. Y quizás esta decisión vuelva al film más convencional de lo que no quería ser, en la medida que se mantiene un paradigma manido de conocimiento y aprendizaje unidimensional y desde un registro que evoca lo documental para mostrar esta “verdad”.

En este cortometraje de Lucía Florez, la herencia no solo es la transmisión de un saber ancestral sino de un saber para la supervivencia, de un saber para poner en marcha el propio modo de producción. De esta manera, que Ricky logre pescar un bagre enorme, que le duplica el peso, no solo es una hazaña que demuestra que ha aprendido de técnicas, sino también que pasó una prueba de su masculinidad, del valor que otorga la labor de los hombres a la comunidad. Mientras Ricky siga pescando, todo irá bien, aunque el final abierto podría aportar un aire de desazón, de incertidumbre, lo que resulta lo más interesante de este cortometraje. La tensión entre el querer y la imposición.

Por otro lado, el cortometraje El olvido de los espejos de Miguel Ángel Calderón, que obtuvo una mención honrosa en esta categoría, propone un acercamiento sobre las consecuencias “espirituales” del extractivismo en la vida de las plantas y fauna de la Amazonía peruana. Vemos algunas escenas iniciales de travelling muy clásicas (por no decir, clichés), de la cámara montada en una canoa, para observar el curso usual del viaje por un río. Imágenes emblemáticas de la Amazonía, de sus ríos, de sus árboles frondosos, de animales que apenas asoman entre tanto bosque. Sin embargo, luego de esta introducción al territorio amazónico, el cortometraje opta por una forma inmersiva que logra más interés, que incluye algunos bosquejos en 3D, que dan un aire de ensoñación artificial, y que muestra a raíces o cortezas, o una fusión del bosque, atrapada en una serie de cadenas, que van ajustando o avanzando en su propósito de impedir una liberación o autonomía de este ente. Si bien la sinopsis habla de una intención crítica en torno al extractivismo, la tala de árboles y la extracción del caucho, esta tesis no aparece a lo largo del metraje. Pese a ello, El olvido de los espejos ofrece en su segunda mitad un tratamiento sensorial sobre aquello que aparece oculto, en una correspondencia con una cosmovisión viva y resistente.

En un polo opuesto se ubica el trabajo Entre fragmentos de mi memoria de Totino Ríos, donde el cineasta explora desde la voz en off, un proceso de activación de memoria desde su visión de migrante estudiante en otro país. La obra inicia con algunas confesiones sobre la urgencia de las imágenes, sobre pensar en su materialidad como fuente de memoria, a partir de material de archivo y nuevos registros. Imágenes de viejos videos analógicos de familias desconocidas se vuelven telón de fondo para el diario digital, aunque pese a las intenciones el recurso de la voice in over, la intención para lograr una intimidad o reflexión existencial sobre la naturaleza de la memoria y sus imágenes se vuelve pesada y enfática. También, esta es una película que se emparenta con Tierra a la vuelta Perú, de Carmen Vásquez Uriol, otro film de la competencia, y que recupera material de archivo en 16 mm de un tren y pueblos del Ande durante las década de los cincuenta y sesenta, mientras una voz en off va leyendo una suerte de epístola a un padre ausente. En ambos cortos se percibe una fe en la palabra por encima de lo visual, y también se confía la potencia del film al tono de las voces y a lo que ellas relatan basadas en sus vivencias, deseos y añoranzas. En general, ya el cine de superyo luce repetitivo o similar en muchos casos.

Uno de los cortometrajes más logrados de la sección es Autómata, de Luis Fernando Contreras, un cortometraje de animación clásica que permite plantear una dicotomía muy usual, la de la tradición frente a lo nuevo, la de la libertad frente a la homogenización, o de la alienación frente a otras subjetividades resistentes, desde un diseño de personajes y situaciones con influjo constructivista. Como indica la sinopsis, se trata de “Un pequeño robot, destinado a ser uno más en una fábrica de autómatas, que encuentra un preciado objeto que le hace desviarse del camino estipulado. La fábrica retira el objeto por ir en contra de la norma. Entonces, el pequeño robot intentará recuperarlo…”. Desde esta temática, que podría leerse incluso como “familiar” o “infantil”, este cortometraje se suma a un sinfín de obras que abordan una trayectoria por ubicar o mantener al objeto deseado, sin embargo, pese a lo ya conocido, el animador explora con un estilo propio,  desde una exploración geométrica minimal, la aventura de su protagonista.

En la competencia también pudimos ver Escucha paisaje, escucha de Víctor Manuel Checa y Diego Cendra Woodman (en la foto superior), que da una imagen a las experimentaciones sonoras de los músicos Manongo Mujica (Perú) y Terje Evensen (Noruega). Este cortometraje, que recuerda a algunas obras inmersivas convocadas por los Sigur Ros, donde hay un énfasis en los espacios naturales y sus ecosistemas, los cineastas registran escenarios de Perú y Noruega, como el desierto de Paracas y los bosques de Hjardtal, para expandir la experiencia sonora y materializar algunos efectos sensibles de las percusiones y otras sustancias atmosféricas. Es una obra con un excelente trabajo fotográfico (a veces resulta extraño que haya una obra donde se prime la potencia de la imagen, aunque suene absurdo), y que se percibe al servicio de los propósitos de los músicos, lograr una conjunción espiritual entre paisajes y universos sonoros.

En Las polillas, Diego Palomino Zea, recurre al documental de retrato para mostrarnos a una mujer adulta mayor, quien vive en una casa lejos de cuidados y solo dedicada a las acciones cotidianas de la cocina. Por un lado, con un recursos mínimos y desde el uso de algunas metáforas, el cineasta propone un acercamiento empático, para luego afirmar el tono de la obra es más bien crítico a esa realidad, sobre todo por aquello que aparece fuera de campo: las familias que no están, los nietos e hijos que se mencionan. Por otro lado, desde esta economía de recursos, Palomino Zea explora la síntesis de su personaje, desde algunos objetos de la cotidianeidad, que se vuelven ecos del olvido, y que al final de cuentas parece una fórmula retórica (la parte por el todo) que quizás deshumanice a la protagonista.

Estrenada en el festival de Rotterdam del año pasado, Hay un fantasma mío, de Mateo Vega, es el cortometraje más experimental de la sección, en la medida que su aspecto alude al uso del “collage” o del montaje atonal que usa diferente soporte en analógico y digital.  Sin embargo, la reflexión en un sentido más convencional se impone desde el uso de voice in over, como eje de conexión con la parte existencial o poética del film. Lo interesante del corto de Vega es que hay un concepto, una idea que trata de materializar, en torno al tropo del fantasma, como menciona en la sinopsis y que alude explícitamente la voz a lo largo del corto. Vega construye un imaginario sobre la certeza de la identidad, o del proceso de esa afirmación como un vilo fantasmagórico, en su indefinición y carencia de forma latente.