
Por Mónica Delgado
Manierista, desbordante, chirriante, barroca, excesiva, loca, esperpéntica, grotesca, podrían ser adjetivos que le vienen muy bien a la reciente película Dracula, del reconocido cineasta rumano Radu Jude, estrenada como parte de la competencia internacional en el 78º Festival de Locarno. No es solo un film sobre las representaciones del clásico personaje de Transilvania, desde la historia, la literatura o el cine, sino también uno sobre este ser convertido en fetiche turístico y sexual, a partir de una amalgama de estilos, referentes, cita textuales y metafílmicas desde la sátira y la picaresca popular.
Dracula es un licuado de varias historias, en tono episódico, y que citando al mismo Diderot de Jacques y su amo que uno de los personajes menciona, se basa en una puesta en escena polifónica, pero que tiene una columna vertebral: el personaje del cineasta joven (Adonis Tania, actor también en Kontinental ’25), quien habla al espectador, a modo de juglar o el presentador de Los cuentos de la cripta, sobre el proceso de hacer un film sobre este oscuro ser de la mitología de los Cárpatos. Está Vlad el Empalador, Nosferatu, el Drácula de Coppola y de Klaus Kinski, por extensión los vampiros y vampiresas de Jean Rollin, Ed Wood y la Hammer, pero también los seres extraídos del porno vampiresco barato y mal registrado. Hay guiños al lenguaje de Kick o Tik Tok, y también Onlyfans, el pulp del siglo XXI. Hecha con un IPhone 16 y utilizando escenas y efectos hechos a propósito con pésimos prompts en IA para las escenas de acción que hubieran resultado carísimas sin ese recurso, Jude propone un film de extremos, en una dicotomía aún vigente entre lo que es mal y buen cine, lo que se debe ver y no en la gran pantalla, lo que encarna Drácula como icono de la oscuridad y como negocio, y lo que es belleza y lo que no.
En su estética ecléctica, voluntariamente caótica, donde el uso de prompts producen imágenes y sonidos para un mundo enrarecido, la película de Jude es un completo viaje al pasado sobre los imaginarios pop de la vampirización, lleno de relaciones intertextuales con la política y el goce, con la pulsión de muerte y el frenesí kitsch, de la serie B, el cine trash y de las formas del peor cine del mundo. Pero en esta obra de Jude no hay solo espacio para el desparpajo, el sexo explícito o los diálogos nonsenses, sino que el cineasta se exige a sí mismo resolver una tesis filosófica o conceptual, y se siente obligado hacia el final de la película a explicar las razones de su propio universo desbocado a punta de un aterrizaje en lo real, como si el mundo kitsch y bizarro no se bastara a sí mismo, como pasa también con el final de Kontinental ’25. Luego del estallido de humor, en este caso de un sentido del humor del exceso y lo burdo incluso, viene el final serio, reflexivo, de cariz ontológico, que aterriza las casi tres horas de fulgor bizarro. Jude necesita de todas formas comprobar la tesis y demostrar su propia “metodología”.
En una entrevista, el realizador rumano ha mencionado que hizo el film porque quiere “ofrecer algo a todo el mundo”. Esta frase es clave, debido a que si bien Drácula (Rumania, Austria, Luxemburgo, Brasil, 2025) es una actualización jocosa y extravagante en torno a la mitología y reificación (fetichización mercantilista) del famoso personaje de terror, hay una recuperación de lo kitsch y pulp entendido como una afirmación que rescata la producción popular, en su carnavalización y vitalismo, como si Jude fuera un Rabelais del siglo XXI, de la mano de la IA y la cultura del shitposting, como respuesta a un tipo de representaciones que tratan con desprecio los productos de lo popular y hacia el disfrute de las masas. Por otro lado, se le podría criticar esta visión de los tiempos de los apocalípticos e integrados, atribuyendo este festival burlesque de penes, senos, coprolalia y erotismo de folletín a una filiación con las expectativas de las masas (un Drácula pensado en lo que le gusta a la gente), mientras que el final del film reivindicaría el derecho del pueblo al mundo de la poesía y la belleza, vedado por siglos por la alta cultura. Si la mayoría del metraje está centrado en este goce de lo sublime (desde la valoración de lo grotesco), el final es la oportunidad del goce estético de la belleza. Lo popular no está reñido con la belleza y su conmoción precisa la tesis.
Competencia internacional
Dracula
Dirección y guion: Radu Jude
Reparto: Adonis Tania, Oana Maria Zaharia, Gabriel Spahiu, Ilinca Manolache, Alexandru Dabija, Andrada Balea, Doru Talos, Serban Pavlu, Lukas Miko, Alexandra Harapu
Productores: Alexandru Teodorescu, Rodrigo Texeira
Fotografía: Marius Panduru
Edición: Catalin Cristuaiu
Sonido: Odo Grötschnig
Diseño sonoro: Sebastian Zsemlye
Edición sonora: Sebastian Zsemlye
Música: Wolfgang Frisch, Hervé Birolini, Matei Teodorescu
Animación: Vlaicu Golcea, Rebecca Akoun
Rumania, Austria, Luxemburgo, Brasil, 2025, 170 min