Por Mónica Delgado
Una performer punk rechazada con indiferencia por el circuito de artes visuales berlinés. Una migrante estudiante de cine a quien conocemos a partir de su universo fílmico en ciernes, llegando a dudar de su existencia como personaje. Hombres y mujeres en desasosiego porque se sienten en tránsito mientras viven donde no quieren vivir. Una narración guiada por una voz, quizás la conciencia o solamente un nuevo tipo de narrador omnisciente en medio de una propuesta de cine de fisonomía posmoderna.
Describir el universo fílmico de Lior Shamriz es una tarea compleja. Ya de por sí inclasificable, la obra de este cineasta israelí residente en Berlín, goza de una vitalidad y creatividad que no solo tiene referentes dentro del cine mismo, sino también en la literatura, la pintura y sobre todo en las mixturas que ofrece el burlesque. Nada es serio, nada es imprescindible, nada es definitivo en las historias que transitan desde Berlín a Tel Aviv, donde priman paradigmas de lo queer y un cosmopolitismo saturado, necesario e inevitable.
Lior Shamriz, nacido en 1978, escribe, produce y dirige sus films, y cuenta con su propia gama de actores fetiche, con quienes ha trabajado tanto cortometrajes y largos, a lo largo de una década. No le teme a trabajar con actores profesionales, sino que más bien deja en claro una relación familiar al incluir también a amigos, con quienes ha llevado estudios o conocido en la vida cultural y estudiantil berlinesa. Es notoria también la cartografía que Shamriz establece con cada una de sus películas, no solo un mapa que va de Berlín a Tel Aviv (muy recurrente) sino que plantea esa afinidad geográfica con estados de ánimo, o incluso deudas históricas (los rezagos tras la segunda guerra mundial).
Shamriz maneja un imaginario basado en la deconstrucción narrativa, en la deformación y experimentación de la forma, en la imagen que desborda su materialidad para partirse, desglosarse, reavivarse. La puesta en escena de Shamriz vive del digital y sus posibilidades, en la capacidad del montaje para apoderarse de lo filmado, en la partitura que se establece con imágenes surgidas desde cualquier extremo de la pantalla, en la música diegética que aparece para dar paso al género musical en momentos inesperados o en la huída esperpéntica de cualquier encasillamiento. En ese sentido, en cada uno de sus trabajos, Shamriz ha logrado ser un mago, el que fabrica sorpresas.
¿Pero qué convierte a Lior Shamriz en un cineasta tan especial? Describo a continuación algunos elementos que hacen del cine de Shamriz una experiencia extraña e insular dentro del cine actual.
1. El relato barroco o el miedo al vacío
“La naturaleza aborrece el vacío”
Aristóteles
En el cine de Lior Shamriz el miedo al vacío es una necesidad. Hay temor a la toma desnuda, al tiempo muerto, al silencio incluso. No se trata de poblar la imagen en el absurdo, o en la búsqueda formal simplemente. Sus personajes no quieren estar solos, buscan su complemento o su disparidad y para ello, el cineasta dota a sus films de diversos lenguajes en el mismo plano: la cámara fija u oscilante, el mosaico o montaje osado, intertítulos para hacer énfasis a ideas de los personajes, o simplemente la voz, a la que denomino, cibernética (una suerte de narrador en of robotizado y asexuado), para dar vida a un estado de la conciencia paranoico, errante, perspicaz.
En las películas de Lior Shamriz la imagen no se completa en sí misma, sola, sino que el cineasta se apodera de diversos juegos narrativos, propios del videoclip, de la inmediatez de las noticias televisadas, de la cámara casera, incluso del footage o del montaje tripartito y lúdico para dejar en claro que sus personajes viven en un entorno sobresaturado, de contaminación visual o donde el acto de ver “a través de” es una necesidad o deseo vital, la mediación (el internet, la tecnología) como forma importante de comunicarse.
Como en Japan, Japan (Alemania, 2007) o en A low life mythology (Alemania, 2012), los personajes suelen ser descritos en su naturaleza de seres del siglo XXI y desde una figura paradigmática: sentados delante de la laptop o computadora, ya sea enviando emails, viendo porno, o editando un video. Es así como Shamriz suele presentar a sus protagonistas (y mantenerlos ante el espectador, claro), tanto por la noción de nuevos cyborgs (simbólicos) o la existencia complementaria de hombre-multimedia, como por la dependencia emocional hacia esta tecnología. El plano de la cámara sobre el hombro del protagonista, que nos permite ver qué contempla, así como el reverso de ese plano, que nos permite ver el rostro como reacción ante eso que se observa, son los dos modos en que Shamriz suele trazar la subjetividad de sus personajes, en ese acto frente a la pantalla. En A low life mythology, dos amantes proyectan su relación amorosa a partir precisamente de estas imágenes frente al ordenador, a través de sus trabajos universitarios (cortometrajes) que pasan a subvertir la noción de realidad, prolongando universos de ficción yuxtapuestos. No sabemos qué es lo que vemos, si el trabajo de los dos videoartistas dialogando, o la resignificación de ese romance en un mosaico de posibilidades oníricas también.
Es así que el horror al vacío, en la necesidad de desconcertar con los movimientos de cámara o con el uso del sonido, como sucede en su corto Before the Flowers of Friendship Faded Friendship Faded (2007) o en The magic desk (2008), van desplegando recursos hacia la irrealidad, conformando atmósferas de desconexión o mundos paralelos en algunos casos, pero sobre todo dejando en claro que esos personajes son seres propios de la mediación: sin la webcam o la voz “cibernética” no existen.
2. La voz interior o el narrador cibernético
En The Runaway Troupe of the Cartesian Theater (Alemania, China, 2013) queda expuesto más claramente uno de sus recursos recurrentes, la voz instrospectiva y reflexiva, de textura cibernética y andrógina, surgida de una comprensión del llamado “teatro cartesiano”, como señala abiertamente el título del cortometraje. Lior Shamriz vuelve una vez más a la narración enfática, como pasa en Beyond Love and Companionship (Alemania, 2012) o en la misma Before the Flowers of Friendship Faded Friendship Faded (pero bajo otra modalidad de este tipo de voz mediada), que va a complementar lo que ya las imágenes nos describen, pero no con un afán de diálogo entre el ver y el decir, sino que afirma su propuesta, a la manera del filósofo estadounidense Daniel Dennet, de la huída de una conciencia en fluidez: el cerebro en esencia como computadora, y explayando una diferente idea o gráfica del “yo”.
En The Runaway Troupe of the Cartesian Theater, existe un “yo”, la voz de un(a) cineasta que acaba de llegar a una ciudad en China, invitado(a) por una universidad local para una exhibición de arte y cine alemán, y que a la vez es una excusa para ir al encuentro imaginado con un(a) amante de quien no se sabe nada. La idea del complot y la desaparición del amado surge y se convierte en el spleen de los ojos del personaje que observa. Calles de China, estudiantes, modelos, tecnología, bajo el ojo de un flaneur temeroso, apabullado por la incertidumbre, que muchas veces olvida cómo ha llegado al hotel o para qué está en tal o cual lugar. La cámara en mano está a la caza de los paseantes, de la rutina de una ciudad, mientras verbaliza de modo casi literal lo que se ve y donde incluso hay espacio para una cita a Antonioni. ¿Una simple reproducción mecánica? Shamriz libera a la voz de lo que se observa y se vuelve en un ente material. Como si ese espacio del teatro cartesiano donde convergen todos los sucesos mentales para ser experimentados y analizados huyera hacia la búsqueda del cuerpo (como en el plano final de contemplación y encuentro).
3. Relaciones de poder y mundo queer
“There are no different cultures, only different classes”.
Saturn Returns
Según los astrólogos, Saturno retorna a su eje de traslación cada 29 años, en una posición inicial en la órbita, y se usa como metáfora para identificar un periodo de cambio de un joven a una vida más responsable y juiciosa. Por allí dicen que el “Saturn Returns” fue capital en el estado de ánimo de gente como Jimi Hendrix, Jim Morrison, e incluso Kurt Cobain. Parte de este sentimiento es lo que refleja Lior Shamriz en este su filme más logrado, una historia de desamor, entre una alemana de ambiente contracultural y una judía israelí mesurada y políticamente correcta.
Tras ver Saturn Returns (Alemania, 2010) es inevitable pensar en el espíritu de Rainer W. Fassbinder que se percibe en las escenas de Berlín underground y en el par de protagonistas post punk, en un tiro y afloja en pleno ejercicio de poder, dominación y abandono. Shamriz muestra todo el proceso de inversión, a modo de vampirización, entre las dos muchachas, una absorbida por la otra, hasta convertir a la más recia en algo nuevo, una muerte quizás ante lo que era y se sentía feliz. Este quiebre de la felicidad y libertad por la opción de una filosofía de vida menos tumultuosa pero a la vista falsa e inoculada, y que resulta un triunfo del personaje menos hostil pero calculador, resulta fascinante, por tratarse de un amor frustrado y periférico, pero también por subvertir el filme de una película de aspecto under hacia un melodrama al estilo de Douglas Sirk.
Otro de los temas fundamentales en el cine de Lior Shamriz es precisamente el modo de corresponder o disociar historias de amor o de amistad desde lo queer o desde las sexualidades periféricas, como modo de resistencia. En Saturn Returns, Lucy (Chloe Griffin) es una migrante estadounidense que vive en Berlín, en un ambiente contracultural (ya pop y de revival) y que vive día a día con su mejor amigo gay, Derek (Josué Bogle). Cuando aparece Galia (Tal Meiri), una estudiante israelí, sus vidas cambian drásticamente, convirtiéndose ella en el planeta que temían. En Beyond Love and Companionship, hay un descubrimiento de amor lésbico a partir de la admiración y amistad entre una mujer mayor y una jovencita. Mientras que en Japan, Japan, el protagonista gay encuentra satisfacción solitaria en imaginar una futura visita al país oriental, a través del anime, la pornografía, el sushi y la música japonesa.
En A low life mythology también hay un modo de complejizar esas relaciones de pareja, convertida en episodios de revancha cerebral, ya que el personaje de Mana Avaris responde a su amante Asten Büchner con una serie de cortos. El personaje masculino hace lo mismo, pero Shamriz le da el beneficio de terminar la historia de preguntas y respuestas con un cortometraje a modo de fábula, cuyo argumento se centra en la animalidad que precisamente las cámaras a veces dejan de captar. Para cobijar toda esta historia de amor, Shamriz se inventa incluso un escritor, de quien ha adaptado esta historia para el cine, y cuyo seudónimo Pierre Menard, no solo nos remite a Borges, sino a la construcción laberíntica en la narración. Por ello, la denominación que le da Shamriz de “intelectual burlesque” queda plasmada con un estilo notable en este filme del 2012 y que se extiende a todo un tratado a lo largo de seis años de carrera, sobre las relaciones humanas desde la mediación de la máquina, la tecnología y sus nuevos mecanismos de sentimientos.