NUESTRAS VIDAS SIN TRUFFAUT

NUESTRAS VIDAS SIN TRUFFAUT

No podemos dejar pasar esta fecha, los 30 años de ausencia de François Truffaut , sin hacer algo que nos motive a recordar, bajo el influjo de lo cinéfilo, a este cineasta, el más entrañable de la historia del cine.

Adrian Martin 

“Truffaut se enfoca en la fragilidad, la transitoriedad; la fragilidad y la irrealidad de la vida, cual si fuese vivida en un set, permitiendo aún, en una sorpresiva e hilarante escena, ver a un outsider finalmente explotar y castigar a esta gente del cine por su rampante inmoralidad. La Noche Americana gentilmente expone las distintas ilusiones del proceso cinematográfico, manteniendo aún nuestro asombro por sobre la magia de las películas.

(…) En medio de la extravagante sucesión de situaciones ordinarias, los momentos más fuertes y raros del drama, ocurren como interrupciones repentinas que cambian el estado de ánimo general. La tristeza de estos eventos puntuales realza el entusiasmo de los placeres efímeros de los personajes: momentos secretos de intimidad o complicidad, epifanías gloriosas, erupciones súbitas de comedia, besos robados… La Noche Americana contiene algunas de las viñetas más entrañables de Truffaut”.

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Claudia Siefen

–“Ahora que él ha muerto, nadie te podrá proteger”.–
Anne-Marie Miéville a Jean-Luc Godard en 1984, filmado en Two in the Wave (2009) por Emmanuel Laurent.

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Griselda Soriano

“Cuando vi por primera vez Los cuatrocientos golpes, no sabía quién era François Truffaut, pero enseguida entendí que en esa película (y en las que la siguieron) había logrado atrapar algo de la vida. Luego supe que el cine de Truffaut había logrado mucho más, y que junto con la vida de Antoine Doinel y la de Jean-Pierre Léaud, la vida de París y la de los jóvenes que la filmaban (en quienes no se puede dejar de pensar aunque se queden fuera de campo, porque toda película es, aun sin querer, un espejo), Truffaut había capturado algo mucho más elusivo.

Muchas proyecciones después, pensando en la saga de Antoine Doinel , me di cuenta de que esas películas no se tratan de la educación sentimental de un hombre-niño, sino que nos cuentan otra historia, mucho más importante: la historia de cómo el cine aprendió a adueñarse del tiempo”.

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José Carlos Cabrejo

“¿Cómo definir el cine del director de Los cuatrocientos golpes? Sus películas, con un afecto marcado hacia el cine norteamericano (Alfred Hitchcock, Nicholas Ray, Ernst Lubitsch, etc.) y a directores europeos como Vigo o Renoir, fluctúan entre el melodrama, la comedia y el thriller, aunque la mayor de las veces hagan que sus límites se diluyan. Sus protagonistas suelen estar inmersos en situaciones que van en contra de la moral y las buenas costumbres, de la autoridad y del orden imperante: asesinan, roban, conspiran, mienten, traicionan, y pueden llegar incluso hasta el suicidio.

Sin embargo, la magia de las películas de Truffaut está en que logra compenetrarnos con esos personajes que pecan una y otra vez. Y es que sus héroes no parecen tener la conciencia de un adulto, sino la de un niño. Los personajes que la actriz Jeanne Moreau interpretó en Jules y Jim (1962) y La novia vestía de negro (1967) son unas femme fatal más próximas al pueril romanticismo que al cálculo frío y cerebral. En la primera película, Catherine desea estar con su esposo Jules y su amigo Jim a la vez casi por un arranque de engreimiento, y sus deseos de morir al lado de Jim parecen ser producto de una rabieta por sentirse rechazada; en la segunda, Julie asesina a cada uno de los implicados en la muerte de su amado, porque afirma, entre lágrimas, que él fue el amor de su niñez, el “príncipe azul” que le envió el destino. En Domicilio conyugal (1970), Antoine Doinel, casi como jugando, comete un adulterio; pero una vecina calma a su esposa al decirle que “los hombres son como niños”. La infidelidad, por ello, termina siendo perdonada.

Los personajes protagónicos y adultos del francés son infantiles, y no es casual que algunos títulos suyos, como su primer largometraje y clásicos como El niño salvaje (1970) y La piel dura (1976), tengan a niños en roles principales. Pero más allá de géneros y edades, ellos, ante todo, son movidos por emociones y sentimientos profundos, que los hacen tiernamente amorales. François Truffaut, en armonía con su personalidad, fue un cineasta de la pasión, y pudo realizar, cerca al final de su carrera, una de las más brillantes películas sobre el amor loco, irracional, fou hechas alguna vez en la historia del cine: La mujer de al lado (1981)”.

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José Sarmiento Hinojosa

“Seré tu mujer, por siempre. Estaremos juntos hasta el día en que nos toque morir”.
Adele H.

“Caminar a través del océano para encontrar al amante. Declaraciones oscuras de amor y obsesión, el romance visto a través del lente de la locura: La historia de Adele H marcó en mi historia personal distintos trazos, memorias pintadas con una paleta de colores profundos y ocres, la fijación perpetua en una mirada terca hasta el advenimiento del delirio. Mi primera experiencia con Truffaut, subestimada en su momento, vuelve a mí con renovadas fuerzas, como aquellas apreciaciones que ganan con el tiempo y que quedan fijas en la memoria”.

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Mónica Delgado

Truffaut es un nombre infaltable en mi educación sentimental, pero no porque haya tenido que recurrir en sus películas a algún tipo de aprendizaje fiel sobre las relaciones entre mujeres y hombres, sino porque trazó una ruta afectiva sobre aquello de lo que no nos podemos curar: la cinefilia. La mirada de Antoine Doinel rompiendo la cuarta pared en Los cuatrocientos golpes. Soñar con subir al Rotor como Doinel en ese parque de diversiones pero para reír y delirar más. La sábana con sangre de la virgen en Las dos inglesas y el Continente. El altar a Balzac. La entrevista con Hitchcock. El gato que lame la leche que dejan los amantes en la puerta de su cubil de amor en La Piel Suave. La primera cena del ñiño salvaje, el chiste del plátano y los limones en La Piel Dura, y, sobre todo, el bigote de Jeanne Moreau.

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Nicolás Carrasco

Mi primer acercamiento al cine de François Truffaut fue a través de un amigo, en la secundaria, quien me recomendó ver Los Cuatrocientos Golpes, film que vi poco tiempo después en algún cineclub. Esta experiencia me causó una fuerte impresión, especialmente la escena, casi al final de la película, de las preguntas que le hacen a Antoine en el reformatorio: escena de una verdad (y, sentí en ese momento, de una rabia contenida) que nunca antes había experimentado. Poco tiempo después vi, en televisión, El soldadito de Godard. Ambos films fueron mis primeros acercamientos a dos filmografías que cambiaron mi manera de pensar el cine hasta ese momento, de un cine “más personal incluso que una novela autobiográfica”.

¿A qué obras de Truffaut vuelvo constantemente? En el cine, a una comedia (Besos robados) y a un drama (La piel dulce). Y en la crítica, a las de South Sea Sinner y The Narrow Margin (verdaderos manifiestos sobre por qué preferir la serie B, que se adelantan cuatro décadas a los cineastas como contrabandistas de Scorsese).

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Ricardo Bedoya

“Muchos de los que amamos el cine, lo tenemos como una suerte de “hermano mayor”; el que recomienda ver las películas indispensables e incita a las mejores lecturas, mientras descubre su propio camino, fértil y fundamental.

Truffaut  es militante de la más exigente “cinefilia”,  esa pasión del siglo XX. En su bregar crítico, afirma, una y otra vez, que no existe diferencia cualitativa entre un clásico del prestigio cultural como La gran ilusión, de Jean Renoir, y una formidable cinta de entretenimiento popular como Cantando bajo la lluvia.

En otras palabras, que el cine no admite distinciones entre cintas de “elite” y películas “populares”, entre un cine “alto” o de prestigio y otro “bajo” o de entretenimiento, como tantos trasnochados esnobs estetizantes de hoy vuelven a postular.

Truffaut nos enseñó que solo existen las buenas y las malas películas. Y nos introdujo a una nueva comprensión del mundo de Alfred Hitchcock, su director preferido”.

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