Por Pablo Gamba
3 rostros (Irán, 2018), ganadora del premio al mejor guion en el Festival de Cannes, es la cuarta película que estrena el iraní Jafar Panahi desde que en diciembre de 2010 le fuera impuesta una prohibición de hacer cine, dar entrevistas y salir del país por veinte años, y una condena de seis años de arresto domiciliario. En marzo de ese año había sido encarcelado por su activismo contra la reelección de Mahmud Ahmadineyad. Salió de la prisión con una fianza de 200 000 dólares, luego de una movilización mundial en solidaridad con el ganador de la Cámara de Oro en Cannes en 1995 por El globo blanco, y el León de Oro y el premio de la crítica en el Festival de Venecia en 2000 por El círculo. A esos y otros galardones se añadirán el Oso de Oro y el premio de la crítica en Berlín en 2015 por Taxi, su tercera película clandestina. La primera, Esto no es un film (2011), fue sacada de Irán en un pendrive escondido en una torta y se estrenó en Cannes.
Para entender la manera como Panahi trata los problemas de Irán, hay que tener en cuenta todo eso y que sus películas han sido censuradas en su país. A diferencia de otros cines hechos en dictadura, o poco después, no ha recurrido a la alegoría con una remota esperanza de engañar a los censores, sino que prefiere ir de frente y llamar la atención sobre detalles reveladores.
Uno es el suicidio, tema difícil para toda religión, y por ende para la musulmana. Cobra relevancia política cuando un sacerdote ejerce el poder de líder supremo sobre las instituciones democráticas, como en Irán. Su reiteración en el cine llama la atención sobre la relación de esa manera de morir con la vida en ese país. Aparece en 3 rostros, como está presente además, por ejemplo, en El sabor de las cerezas (1997) de Abbas Kiarostami y en Nadie sabe nada de los gatos persas (2009) de Bahman Ghobadi. También en Las noches de Zayandeh-Rood (1990), película de Mohsen Makhmalbaf, cuya protagonista es psicóloga en un hospital, y a quien continuamente le toca asistir a personas que tratan de quitarse la vida antes y después de la Revolución Islámica, primero hombres, después mujeres.
En 3 rostros el suicido figura al comienzo, en un video aparentemente grabado por una joven de provincia que quiere ser actriz, a la que su familia no deja ir a estudiar a una academia, en Teherán. Alguien lo hace llegar a Behnaz Jafari, una celebridad de la televisión y el cine iraníes. La historia comienza con ella y Panahi yendo por carretera al pueblo de la chica, con el fin de averiguar lo que pasó, y si es verdadero o falso el video.
Los personajes femeninos han sido los preferidos del cineasta, por el poder que tienen de sacar a relucir los problemas de la sociedad iraní. A través de ellos es también introducida aquí la figura geométrica que da título a El círculo. Tres de las mujeres de esa otra película son presas que se han fugado y hay otra que termina en la prisión. Pero no se trata de establecer una comparación de Irán con una cárcel. Lo que sí hay es un intento de hacer pensar en las vidas destruidas por la manera cómo funciona la sociedad, y que vuelven, derrotadas, al mismo punto de partida.
El destino de las tres mujeres de 3 rostros podría describir un trayecto similar: quizás Marziyeh logre desafiar a su entorno, escapar de ese lugar y convertirse en una actriz famosa, como Behnaz Jafari. Pero el final de las dos podría ser como el de la tercera mujer, que ha ido a parar al mismo pueblo de la joven, donde vive aislada en su casa, como una bruja. Se trata de una exestrella del film farsi, las películas es que se hicieron durante la monarquía y que fueron prohibidas por la Revolución Islámica. Pero además de eso es pintora, y escribe poesías que recita y graba. No es descabellado pensar que Behnaz Jafari termine igual que ella, si sigue buscándose problemas con proyectos ilegales como el de Panahi.
En 3 rostros el cineasta se aleja de Teherán para plantear el contraste de la moderna capital con las regiones remotas del país. Así también trata de poner en discusión el resultado social de la Revolución Islámica. Aunque haya gobernado el populista Ahmadineyad y el petróleo llegara a 140 dólares por barril, no ha sacado al país del atraso en que lo mantenía la monarquía. Ni siquiera el islamismo parece haber hecho revolución en la cultura, porque sigue gustando el film farsi. En el pueblo no hay hospital, ni médicos. La cobertura de la telefonía móvil es mala y la electricidad intermitente, aunque permite ver las telenovelas. Ese atraso sería otro círculo en el que está atrapado Irán: si hay gente que sigue pensando como hace mil años, es porque el cambio ha sido como dar vuelta sobre un eje.
Pero así como no hay alegoría, tampoco hay propiamente denuncia en un film como este. Se debe a que Panahi vuelve a los juegos problematizadores de la verdad inspirado por Abbas Kiarostami, en particular por la manera de combinar el documental y la ficción, para cuestionar la verosimilitud, en Close Up (1990). En 3 rostros también es evidente el homenaje al maestro por las citas sobre la manera de filmar en el interior de un automóvil y en los caminos zigzagueantes de zonas montañosas, así como por hacer que la cámara permanezca junto con un personaje mientras que lo importante es lo que les ocurre a otros, quienes se alejan de donde está, entre otros detalles.
Pero, de tan evidente, el homenaje pasa a ser lo menos interesante. En cambio, se destaca una vez más el intento de Panahi de establecer un pacto de verosimilitud documental con el espectador, como lo hizo en Taxi, pero jugando a la vez con detalles significativos que lo socavan y hacen de lo que pudiera ser verdadero, o no, tema de debate político. El problema es que en 3 rostros eso no se logra bien. La mirada de Panahi a la vida del campo no llega a ser tan lúcida e inquisitiva como la de sus filmes urbanos, y termina decantándose por lo cómico evidente. Es lo que ocurre, por ejemplo, con un personaje que parece un ogro al que hay que tener encerrado en su “cueva”.
A pesar de que Panahi nació en esa región y habla su lengua, que es la de la vecina Azerbaiyán, no consigue iluminar detalles que llamen tanto la atención como el grupo de civiles armados que hacen profilaxia moral en El círculo, o la voz de quien lo interrogó en prisión cuando tenía los ojos vendados y que el personaje del cineasta cree escuchar en Taxi. Lo más revelador vendría a ser la historia de un toro “de bolas de oro”, correlato del machismo tan evidente como las citas de Kiarostami, y del que es fácil reírse sin pensar. El espectador sensible a la política echará en falta la agudeza en 3 rostros, y es por eso que no es una de las mejores películas de Panahi.
Dirección y producción: Jafar Panahi
Guion: Jafar Panahi, Nader Saeivar
Diseño de producción: Leila Naghdi Pari
Fotografía: Amin Jafari
Montaje: Mastaneh Mohajer, Panah Panahi
Sonido: Abdrolreza Heydari, Hashem Darzi
Interpretación: Behnaz Jarari, Jafar Panahi, Marziyeh Rezaei, Maedeh Ertaghaei, Narges Delaram
Irán, 2018