Por Aldo Padilla
En la mente cinéfila asoma en algún momento la idea de asimilar nuestra vida a una película, la cual va alternando entre distintos géneros y utiliza un lenguaje único que probablemente solo cada uno pueda entender. La complicación viene cuando queremos definir el personal detrás de la obra, y es cuando viene la pregunta: ¿soy el actor o director de la película de mi vida? La actuación es inherente a nuestro día a día, a cada momento tomamos un rol de acuerdo a cada circunstancia que se presenta. La creación y dirección es algo mucho más difícil de definir, ya que a pesar que en base al libre albedrío somos los que generamos el metraje, no es posible controlarlo y más bien es producto de una combinación de factores en los cuales intervienen el azar. Los demás actores de nuestro día a día, la sinergia entre todo aquello que nos rodea, y probablemente una fuerza sobrenatural sin definición que no es parte del debate, pero que también se entrelaza con la idea del guión, el cual se va generando a cada instante. O si aceptamos la fuerza sobrenatural, podemos decir que es algo que ya está definido desde el inicio de los tiempos, o que también podemos encontrarla en esa biblioteca infinita que planteaba Borges. Es posible resumir nuestro rol como un actor y creador a la vez, lo cual en el cine convencional no es común, ya que el paradigma define exactamente cada rol y los separa, aunque como toda obra de arte, el romper paradigmas es más bien un objetivo.
Partiendo de esta premisa, los directores Mike Ott y Nathan Silver construyen una docuficción en base a la vida de Arthur Martinez, extraño personaje que busca con un gran ímpetu una carrera como actor, aunque con el eterno rótulo de reparador de computadoras adherido en sus múltiples camisetas. El camino que parece tomar el film en los primeros minutos parecería llevar a un típico film indie con las desventuras del personaje en un entorno desfavorable, trama que se interrumpe con la aparición de los directores que buscan manipular la realidad del protagonista, que se contrapone con lo que quiere mostrar él mismo sobre su diario vivir. La cima de la manipulación fílmica está en la realización de un casting para elegir una novia para el actor para proporcionarle al film un contraste emocional, aunque el casting pareciera ser tomado tan a la ligera que las consecuencias se ven más adelante por la poca química que se percibe entre ambos.
El rol que va tomando Martinez cada vez es más difuso, y lo que podemos llamar vida real se va convirtiendo en un guión totalmente definido por los directores y que se contradice a lo que él quiere, ya que Martinez aboga por un producto el cual pueda ser objeto de marketing frente a los planteamientos artísticos de Ott y Silver: una suerte de caprichos que se van definiendo en reuniones donde el tabaco y el whisky servidos en frascos delinean por donde irá la película.
Lo más admirable es la construcción del ambiente con tan poca química entre todos sus componentes, desde actores y directores. La especie de esencia trascendental que circula a momentos la cual se siente bastante forzada, o que da la sensación de que Silver y Ott construyen una película fallida (¿a propósito?) y es por eso que Actor Martinez es el producto verdadero, ya que la película filmada que nunca se llegará a ver carece de interés cinematográfico. La gran incógnita plantea cuán real es el papel de los directores en la película, ¿son ellos mismos?, ¿son parte de la representación? Es difícil creer que ellos se muestren como patanes, como en el planteamiento de una escena de sexo entre Martinez y su novia ficticia, dado que la química sexual entre ellos es nula, y que termina con la actriz abandonando el rodaje.
El metacine de Actor Martinez es parte de un género minoritario, donde podríamos incluir a buena cantidad de los making-off, que tratan de buscar el segundo plano de la realización, recalcando lo difícil de la filmación, pero manteniendo la idea que en todo momento la película es más importante que el cómo-se-hizo. Grandes directores ya trataron el tema como Jafar Panahi en El espejo, donde se ve el paralelismo de la filmación y la vida real. Otro ejemplo más actual es el trabajo del argentino Manuel Abramovich que maneja un juego complejo de representación en su opera prima Solar, en la cual el protagonista del documental es el que trata de imponer su visión, donde la relación tortuosa con el director hace que la película se torne en una comedia.
La pregunta final que se plantea es ¿Arthur Martinez es un sujeto o un objeto?, el juego de representación que se lleva a cabo en la película tienta a sacar la conclusión que la película fallida es el verdadero protagonista y no así el ente que representa Martinez, así como en Solar el objeto de análisis no era el niño genio ahora mayor, si no que estaba enfocado en el proceso de hastío de ambos por hacer cinematográfico algo que parece no serlo. No todo puede ser filmado, no toda imagen puede ser un fotograma, hay cosas que merecen quedarse fuera de plano. El cine entiende sus límites aunque los demás solo puedan entenderlo cuando se encuentren sentados, con los lentes bien puestos y listos para olvidarse del mundo entero por 90 minutos.
Sección: Transficciones
Directores: Nathan Silver, Mike Ott
Música compuesta por: Paul Grimstad
Guión: Nathan Silver, Mike Ott
Productores: Heika Burnison, Patrick Hackett, Katie Shapiro, Britta
EEUU, 2016