Por Pablo Gamba
Carelia: internacional con monumento (España, 2019), estrenada en la sección no competitiva Voces del Festival de Rotterdam, llama la atención sobre el compromiso ético y político en la obra de Andrés Duque, el director de Oleg y las raras artes (2016), que también se estrenó en Rotterdam, estuvo en el Bafici y ganó el Gran Premio en el Festival Punto de Vista.
Duque es un realizador que se ha caracterizado por trabajar sobre la base de la premisa posmoderna de la fragmentación del yo. La exigencia de coherencia que se desprende de la palabra “compromiso” es aparentemente incompatible con eso. Pero la persona, entendida de esa manera, solo puede existir en un régimen donde haya libertad, lo cual permita la diversidad y la contradicción. Sostener esa concepción del yo conlleva, por tanto, un rechazo de los regímenes que imponen la uniformidad a las diversas facetas de la vida, y que tienen como expresión más acabada los totalitarismos.
En Carelia Duque se ocupa de la consecuencia última del totalitarismo: el exterminio de los disidentes. Se trata de las ejecuciones llevadas a cabo por la dictadura comunista en el bosque de Sandarmoh, en la república rusa del título, durante la llamada Gran Purga estalinista. Las víctimas son calculadas en alrededor de 10.000 en la película. Fueron personas de 60 nacionalidades diferentes, traídas de diversos lugares de la Unión Soviética para dispararles en la cabeza y enterrarlas clandestinamente, en fosas comunes. A esos crímenes se añadieron luego los cometidos durante el enfrentamiento entre Finlandia y la URSS, en la Segunda Guerra Mundial. Un personaje de Carelia menciona un antecedente histórico remoto: la matanza perpetrada en la región por el zar Iván IV, apodado “el Terrible”.
En diciembre de 2016 la masacre de Sandarmoh volvió a ser noticia. Fue como consecuencia del arresto del historiador Yuri Dmitriev, el principal responsable de la localización de las fosas comunes y de la identificación de las víctimas desde comienzos de la década de los años noventa, luego del colapso de la URSS. Sus hallazgos son un problema para la reivindicación de Stalin por el régimen de Vladimir Putin, consecuencia de la cual es que hoy el dictador es valorado positivamente por 46% de los rusos.
El problema que afronta el realizador en Carelia es cómo hacer una película que toque el tema de la masacre de una manera contundente, pero a la vez congruente con su reivindicación de lo fragmentario. Para ello Duque ensaya una diversidad de acercamientos, el menos afortunado de los cuales consiste en una exposición sobre la cuestión política que rodea actualmente la denuncia y el caso de Dmitriev, a través de largos textos que pueden leerse en ruso en la pantalla. El contraste entre audiovisual y escritura podría subrayar la separación de estas partes del resto del material de la película. Sin embargo, el efecto se diluye para los que no leen esa lengua porque los subtítulos los homologan con las traducciones de los parlamentos.
Otro lugar común del documentalismo en Carelia es el testimonio: Katerina Klodt, hija de Dmitriev, habla de su padre y de los procesos judiciales extravagantes a los que lo han sometido. Pero en sus palabras se filtra también el contraste de la seriedad de lo que cuenta con lo que recuerda de su experiencia de niña en la exhumación de los cadáveres, cuando usó pintura de uñas en las señales de identificación, y con su aparente candidez ante lo que le ha ocurrido a Dmitriev, a pesar de lo obvia que pareciera ser su situación de perseguido político. Poner de relieve lo compleja y contradictoria que es toda persona, en rechazo de la distorsión que significa reducir su presencia en pantalla a su aporte a una explicación, siempre ha sido una preocupación de Duque. De este modo lo consigue con Klotd.
También hay Carelia un registro del memorial de las víctimas, y la película se basa principalmente en la convivencia con una familia de la zona. Pero el uso que hace Duque de las ilustraciones, el documento fotográfico histórico y fragmentos que aparentan haber sido registrados para un film antropológico, sin texto alguno que los explique, son muestras de una reflexión sobre el documentalismo que en su caso está acompañada del humor y de una actitud lúdica, además de la fragmentación. Entre otros ejemplos que podrían añadirse están sus burlas del uso del montaje paralelo para establecer relaciones de sentido entre las imágenes y la que parece ser una cita de la presentación de los personajes en Nanuk el esquimal (1922): el realizador los hace salir en una cantidad inverosímil para la pequeña choza construida por los niños, donde supuestamente se encuentran, como toda la familia sale de un kayak en el documental de Robert Flaherty.
Se vuelve además de diversas maneras en Carelia al problema de la relación de la imagen con lo real. Es otra de las inquietudes características de la obra de Duque, cuyos comienzos estuvieron marcados por el uso de cámaras digitales de registro borroso. Por ejemplo, reaparece lo que es un tópico de su obra: el uso de la cámara pequeña, no como “ventana” a lo real ni como “espejo” de quien se graba a sí mismo en la intimidad con ella, sino como juguete, en varias escenas con los niños. Lo acompaña el trabajo plástico con la distorsión que puede experimentar la imagen electrónica.
La inclusión de la parte de la familia podría considerársela subordinada al cumplimiento de una función temática: la de proveer de un contraste entre la exuberancia de la vida y los crímenes cometidos en nombre de la depuración política de la sociedad. Pero es tan hermosa y divertida que reclama para sí misma autonomía con respecto al resto del material, aunque esté explícitamente conectada por la reflexión inicial del padre sobre la historia.
Las partes de la familia y la del memorial podrían incluso dar la impresión contraria: de que Carelia sería una obra más perfectamente lograda si se hubiera prescindido de todo lo concerniente al caso Dmitriev. La manera como agregan algo que causa desequilibrio demuestra, por tanto, el peso que tienen las preguntas políticas para Duque. También podría ser más bella Primeros síntomas (2015), por ejemplo, si el realizador hispano-venezolano no hubiera incluido el discurso de Hugo Chávez reproducido final. Pero la intuición de hacerlo ha venido cobrando valor con el tiempo.
Director: Andrés Duque
España, 2019, 90’
Productor, Guión, Cinematografía, Edición, Sonido: Andrés Duque