PANORAMA: EL LIMONERO REAL DE GUSTAVO FONTÁN

PANORAMA: EL LIMONERO REAL DE GUSTAVO FONTÁN

Por Pablo Gamba

En El Limonero Real (Argentina, 2016) Gustavo Fontán vuelve sobre el tema de cómo las impresiones que se reciben a través de los sentidos conforman la única experiencia posible de lo real. Es una cuestión moderna por antonomasia, planteada como angustiante problema por la puesta en duda de la manera como se presenta el mundo para una percepción conforme con el sentido común.

Eso está en tensión –o en conflicto einsensteiniano, quizás– con lo que por otra parte pudiera parecer una prolongación más del nuevo cine argentino, y tener una afiliación neorrealista, por tanto. Lo refuerza la presencia del actor de Las Acacias (2011) de Pablo Giorgelli, Germán de Silva, en el papel protagónico de Wenceslao, un hombre contagiado por el luto sin término que guarda su esposa. También lo poco que hay de historia, para que no distraiga de lo fundamental: observar. Los personajes, que viven a orillas del Paraná, se reúnen para celebrar el fin de año, de lo que se mantiene al margen la mujer de Wenceslao.

Roger Koza ha tomado el verbo “abismar” de un título de Fontán –La orilla que se abisma (2008)– para describir un procedimiento característico de su cine: …“mostrar la realidad, no a través de la duplicación por la representación, sino hundiéndose en una segunda naturaleza concebida a través de imágenes y sonidos” (“A Shot that Plunges”, en Con Los Ojos Abiertos, 21 de julio de 2016). Lo del hundimiento es una expresión que puede usarse con toda precisión en El Limonero Real. Pero de lo que se trata es de sumergirse en lo único que es cognoscible: lo visible, lo audible y las demás impresiones sensoriales. Cuando se habla de lo real, no puede hacerse referencia a otra cosa.

La película está basada en la novela homónima de Juan José Saer, y la fuente literaria trae a colación, en el cine de Fontán, la cuestión de la traducción de lo real a un lenguaje para representarlo. No es algo que haga de manera parecida el cineasta. Si la literatura intenta traducir lo real a la palabra, el cine tiene la capacidad de expresarlo con análoga realidad, tanto por lo que respecta al uso de imágenes y sonidos como a las impresiones capturadas en la película o por el sensor de la cámara, o que quedan registradas en la banda sonora.

Pero a la vez las películas son disfrutadas en la oscuridad, en circunstancias que les dan el poder de absorber de una manera particularmente intensa la atención del público. Son también semejantes, por tanto, a la experiencia de un sueño arrebatador. Si Descartes planteó el dilema –sin solución– de cómo saber se si está dormido o despierto, el del cine puede llegar a ser un problema parecido.

Por eso también los filmes tienen un poder de problematizar lo real, de causar vértigo en relación con la percepción, que Gustavo Fontán aprovecha para quebrar la superficie del sentido común y propiciar la experiencia de abismarse.

Lo de la inmersión en lo sensible ocurre en un sentido literal en esta película. Hacia la mitad de El Limonero Real, Wenceslao se zambulle y se sumerge en el Paraná, sin que haya nada en la trama que desvíe la atención de lo que es la escena como pura experiencia de los sentidos. El punto de vista semisubjetivo ayuda al espectador a ponerse en el lugar del personaje, y poder respirar le permite incluso hundirse más en lo que ve y escucha, sin que la falta de aire lo distraiga. Por eso mismo, la escena hace patente que no puede haber experiencia más plena de lo real que la de entregarse a la fruición de los estímulos que reciben los sentidos. Que la experiencia en este caso ocurra en una sala de cine pone de relieve lo borroso que es el mundo que pudiera estar más allá de eso.

Si el de Fontán no es el cine que vale la pena ver para la mayoría de los espectadores, ni llega a despertar el interés que pareciera merecer de los festivales, pudiera ser por una resistencia similar a la que hay para entregarse a una experiencia como la que invita a hacer El Limonero Real. Este film tiene otra posible lectura neorrealista, como se escribió al principio: la observación de personajes que parecen de carne y hueso, y su relación con sus circunstancias concretas. Pero se trata de ir más allá de ese humanismo –que hoy ha llegado a tener su comodidad, como el cine de distracción– para asomarse a problemas más profundos, cuando esa “realidad” se desfonda y los sentidos se abisman.

Dirección: Gustavo Fontán
Guion: Gustavo Fontán, basado en la novela homónima de Juan José Saer
Producción: Guillermo Pineles, Gustavo Schiaffino, Alejandro Nantón
Fotografía: Diego Poleri
Montaje: Mario Bocchicchio
Dirección de arte: Alejandro Mateo
Sonido: Lucas Meyer
Reparto: Germán de Silva, Eva Bianco, Rosendo Ruiz, Patricia Sánchez, Rocío Acosta, Gastón Ceballos
Argentina, 2016