Por Pablo Gamba
La vida suspendida de Harley Prosper (2018) recibió este mes una mención en la competencia mexicana del Ficunam. Es un documental de Juan Manuel Sepúlveda, el realizador de La balada del Oppenheimer Park (2016), y es también la continuación de la controversial mirada a los personajes indígenas de esa otra película, quienes tienen un comportamiento de rechazo a lo que los rodea, y se emborrachan y se drogan en un parque de Vancouver, Canadá.
El protagonista de La vida suspendida… viene del film anterior. Ahora se lo encuentra echado al abandono, encerrado en un cuarto, en un albergue. Casi no se levanta de la cama y prácticamente no hace otra cosa que beber y hablar con el cineasta –cuyo rostro no se ve–, y ver programas en un televisor que queda fuera del campo visual, incluidos documentales sobre los indígenas. La película se sostiene por la notable habilidad del director, quien logra mantener durante más de una hora la atención en el personaje de esas características.
Resulta problemático el interés en alguien que ha llegado a una situación como esa, y que además es examinado detalladamente por la cámara, porque puede parecer pornomiseria. Algo parecido ocurría con el grupo del parque en la película anterior. Tendría como agravante la aparente reproducción de estereotipos racistas, como considerar a los indígenas gente conflictiva, y propensa a caer en el alcohol y la droga, si la “civilización” no los encauza.
Pero hay en los dos filmes un interés distinto de explotar la miseria humana, el cual se percibe por referencia a otras obras. Sepúlveda plantea una discusión en relación con la mirada que dirige al “otro” la antropología y, sobre todo, con respecto a los relatos combativos del indigenismo. Hay en ambas películas una profundización en el problema de la destrucción de seres humanos que comenzó con la Conquista y que continúa, a pesar de los logros de las luchas de los pueblos originarios. El cineasta se interesa por cómo se vive esa derrota.
El punto de vista parece estar marcado así por un cierto romanticismo, como lo revelaría el uso de la palabra “balada” en el título del primer film, por ejemplo. La vida detenida de Harley Prosper se presenta como un encuentro “humano”, a la vez tierno y sin condescendencia, del cineasta con un perdedor. El personaje había sido preparado por su comunidad para convertirse en chamán, pero no quiso asumir esa responsabilidad y huyó a la ciudad. Del tipo de vida “independiente” que logró llevar adelante dan cuenta ambas películas.
La presencia de una máscara parece aportar un motivo a la reflexividad, la cual no debe faltar hoy en todo documental que aspire a ser serio. Pero no pasaría de ser una justificación retórica del aire romántico del personaje. Otra pregunta que podría plantear es si la derrota es la máscara de una resistencia que mantiene Harley Prosper, en este film solo y junto con los demás personajes en La balada del Oppenheimer Park. Pero, ¿qué clase de resistencia sería esa? Responder es difícil, y es otra de las razones del interés en estos documentales.
Dirección y fotografía: Juan Manuel Sepúlveda.
Guion: Juan Manuel Sepúlveda, David Cunningham.
Producción: Juan Manuel Sepúlveda, Viviana González.
Sonido: Juan Manuel Sepúlveda, Pablo Fernández, José Miguel Enríquez.
Duración: 66 minutos.
México, 2018.