Por Mónica Delgado
Luego de los highlights de los primeros días de jornadas festivaleras en casa, apareció el bajón. Aquí un repaso a partir de cuatro largometrajes de Brasil, India, Líbano y Francia vistos en la edición online del Festival de Rotterdam.
I
Cuando una ficción coloca como último frame una pantalla en negro con datos estadísticos de alguna injusticia en letras blancas, para afirmar una problemática social que potencia el valor de aquello que acabamos de ver, no solo se trata de justificar el porqué se hace un film como denuncia, (el clásico “es un film necesario”, como si se tratara de un documental onegeísta), sino que deja en evidencia la necesidad de describir algo demasiado puntual, que arruina la poética lograda.
Esto me pasó con la ópera prima brasileña Madalena de Madiano Marchetti, que está dentro de la competencia por el Tiger Award de este año, y que aborda desde una retórica de thriller estilizado, la desaparición de una mujer trans en un poblado rural en Mato Grosso del Sur. Desde sus primeros minutos, el joven cineasta Marchetti elige la elipsis y una puesta en escena de ribetes surreales para mostrar a tres personajes en relación a la desaparición de una amiga en común. El mecanismo que emplea Marchetti es abordar a cada personaje en relación al tipo de interés que emana ante el posible crimen de esta mujer trans. Por un lado, una mujer heterosexual, que trabaja una discoteca, que solo se limita a buscar en la casa y luego apartarse ante la ausencia. Y por otro lado, un grupo de mujeres trans que empiezan una búsqueda, pero que de todas formas se disipa, puesto que la condición de ser trans y desaparecer forzadamente parace estar naturalizado. Y entre estos dos tipos de personajes, está la figura de un hombre gay que se enfrenta al poder paterno, y que poco a poco va aclarando su funcionalidad ante los dos tipos de personajes mencionados.
La propuesta de narrar Madalena (el nombre de la mujer desaparecida) desde dispositivos de la ensoñación, apelando a tiempos suspendidos o a elipsis que van mostrando el devenir y normalidad, permiten intuir la mirada del cineasta escapando de algunas convenciones. No es un film de investigación, sino más bien una exploración a la fisonomía de una realidad que hace aún más invisibles a las mujeres trans. Sin embargo, el mensaje final de “Somos el país con la tasa más alta de asesinatos de personas trans en el mundo” le da una solemnidad innecesaria, tras una notable mejora y mejor abordaje de los personajes (aquí, la comunidad de amigas trans paseando y jugando en el campo). Es como meter a la fuerza un mensaje que ya no venía al caso: ya estaba claro el diseño de mundo indiferente, donde Madalena fue asesinada dos, tres o diez veces. Un eterno fantasma.
I Comete – A Corsican Summer, primer film del actor francés Pascal Tagnati se adentra en un pueblo en tiempos de veraneo. Una serie de personajes son abordados sin encontrar un solo protagonista. Todos, hombres, mujeres, ancianos, jóvenes, abuelas, niñas, adolescentes se mezclan y comparten en atípicos registros de cotidianidad. Planos fijos donde se aprecia la distancia sobre esos personajes, observándolos en escenarios diversos, en un relato de naturaleza coral, para detectar las sensibilidades que afloran sobre lo político, la vejez, la soledad, la maternidad o la atracción sexual.
En este debut, Tagnati elige la tónica de las viñetas o sketches, que funcionan independientemente de algún argumento totalizante, ya que en esta propuesta prima la figura de que el gran actor es Córcega, la isla que cobija a veraniegos habitantes. Ante ello, se suceden acciones de todo tipo, desde conversaciones entre amigos en bares o desayunos, íntimos encuentros vía webcam, bailes en discotecas, citas en la puerta de la iglesia, entrenamientos de fútbol o preparativos de caza.
En I Comete – A Corsican Summer gobiernan los planos panorámicos o planos generales para mostrar interacciones entre actores y actrices (muchas de ellas de espaldas a la cámara), incluso para percibir la participación en escena de los habitantes reales de la isla que entran y salen del encuadre. Así, Tagnati logra un componente híbrido entre documental y ficción, donde sus actores parecen incluso improvisar algunas escenas a la espera del elemento fortuito. Es un film disfrutable, sin embargo, la seguidilla de viñetas en algún momento del metraje se vuelve interminable, logrando una dimensión antojadiza.
Agate Mousse, del director libanés Selim Mourad, está esbozada a modo de diario fílmico y desde una tesis sobre el deterioro del cuerpo. Que cineastas aborden su propio deterioro ante la enfermedad no es nuevo, quizás podríamos mencionar trabajos como E Agora? Lembra-Me de Joaquim Pinto o Todo comenzó por el fin de Luis Ospina, sin embargo, aquí al menos solo es un enunciado, es decir, nunca se ve este aspecto físico, performático, visceral y se opta por un poco logrado abanico de recursos formales para expresar la irremediabilidad ante una situación como esta.
Mourad, quien ya había trabajado aspectos personales e íntimos en dos cortometrajes previos, desarrolla diversas capas, a partir de diversas escenas que conforman un díptico (con la llegada de otro personaje que funciona como contraparte) que se va fusionando. El mismo cineasta aparece en un consultorio de cirugía plástica donde se le descubre un tumor en un testículo: esta situación desencadena un supuesto tour de force, entre absurdo, emotivo y autorreferencial.
El problema de Agate Mousse es su urgencia por colocar en los casi setenta minutos de duración un desfile de herramientas y recursos, desde lentes anamórficos, uso de iris shot, paso del árabe al francés, la inclusión de escenas metatextuales de rodajes, fotografías, una suerte de collage demasiado heterógeneo que no empata, al final de cuentas, con el propósito del film.
El tiro de gracia de esta jornada vino con la india Pebbles, del cineasta Vinothraj P.S., que cuenta un relato familiar amparado en algunos tópicos de una tradición (realista) del cine ambientado en la ruralidad de su país. Un padre violento, acompañado de su hijo de ocho años, va en busca de la esposa que se ha ido a vivir a una aldea cercana escapando de los maltratos vividos. La furia machista y enceguecedora del padre se funde con la sequía y las altas temperaturas de la zona de sur del país, y se alterna con pequeños relatos paralelos que exponen, desde el trazo grueso, la exclusión y ciudadanía de segunda clase de las mujeres.
En el mundo que idea Vinothraj P.S., las mujeres comen ratas que cocinan en fogatas en medio del desierto, juntan agua en pozos profundos y semisecos, y, sobre todo, escapan de esposos que amenazan con matarlas. Y desde los minutos iniciales, con las escenas de la escuela hacinada, de las calles llenas de ancianas condenadas a labores caseras esclavizantes, y pequeñas casas empobrecidas, el cineasta deja en claro que hay una intención de explotar la pobreza en una lógica pornomísera y exotizante.
En Pebbles aparece la necesidad de la denuncia, de dejar en claro que la vivencia diaria de las mujeres es un tormento, debido a cimientos de una sociedad ultrapatriarcal. Sin embargo, mostrarlas como víctimas absolutas, en un contexto hostil, humillante y empobrecido, está bajo la lupa de una mirada que las objetiviza, para los fines del drama y del ansia festivalera.