Por David S. Blanco
Tras una segunda jornada con un pequeño descenso en el nivel de las obras presentadas, recuperamos las buenas sensaciones gracias a una notable competición y una gran perla proveniente de Cannes.
Yuli, de Iciar Bollaín
El biopic nunca ha sido mi género predilecto, pero si viene desmigajazo en forma de danza y bajo la tutela de Iciar Bollaín, pues el mal trago se convierte en el sirope de tu fruta favorita. Y esto se consigue a través de un trabajadísimo punto de vista y una cuidada dirección de actores, que permite al espectador ahondar en la psique, de unos personajes con unos marcos muy definidos. Definido, podría ser el termino perfecto para el comentario de la nueva obra de la directora española. Y es que partimos de todos los elementos propios del biopic que tan bien conocemos. Música de notas nobles en los momentos emotivos, buscando el repunte emocional del espectador. Personajes que ayudan y reprimen al personaje principal hasta moldearlo, y una planificación que encuentra en el movimiento, el aire necesario para transmitir la historia de Carlos Acosta, ese talento del baile que nunca quiso bailar, esa estrella internacional que siempre quiso residir en Cuba, el espacio donde la auténtica felicidad emergía de su yo interior. Yuli no sorprende, pero es sólida y contundente en sus formas. Unas formas que alcanzan la cota más brillante en las representaciones alegóricas de la historia a través de unos largos números musicales, que sirven de interludio entre elipsis para conectar las tramas desde su inicio hasta el desarrollo final. Uno se queda con la espinita clavada, de saber cómo habría sido la historia si renunciase a una narrativa clásica, y hubiese optado por la contemplación abstracta del baile como único eje de movimiento de los hechos. Podríamos haber estado ante una auténtica joya, a la altura de la notable Pina, de Win Wenders, obra referente en lo que a danza en el cine se refiere.
First Man, de Damien Chazelle
Damien Chazelle se pone a los mandos de la vida de Neil Armstrong para regalarnos otro biopic en la que, hasta el momento, es la película menos estimulante que he podido ver en todo el festival. Y es que lejos queda la frescura de Guy & Madeline en un banco del parque (2009), el nervio frenético de Whiplash (2014), o la fantasía de Lalaland (2016). Aquí estamos ante una puesta en escena sobria, contenida, y por que no decirla, formularia. Porque apenas se reconoce el descaro de Chazelle en una obra genérica que parece rodada por un director de encargo en lugar de ese presunto autor que tanto parece que tiene que decir en el Hollywood actual. Todo parece cosido por un productor con un largo puro desde la preproducción hasta el resultado final, y la sensación de haber visto esta película varias veces, no es positiva. Al final First Man representa lo peor del cine americano mainstream, una gran muestra de músculo – y dinero – pero muy poco cerebro. Y eso, en un festival como este, es de roja directa.
Girl, de Lukas Dhont
Entrabamos en la película ganadora de la Cámara de Oro en Cannes para deleitarnos con una lección del punto de vista que debería estudiarse en las escuelas de cine. Girl es una maravillosa e íntima pieza que nos cuenta la historia de Víctor/Lara, un joven adolescente en tratamiento para una operación de cambio de sexo. Lara, como se nos presenta a lo largo de la película, es una joven talentosa, pero llena de obstáculos y obscuridad. Sus miedos a que su entorno descubra la verdad, le llevarán a distintas situaciones extremas, que pondrán en peligro su salud, tanto psicológica como física. Uno de los grandes éxitos de la película, que viene directamente desde el punto de vista del guion, es el de encuadrar a la protagonista en un entorno amable con ella. Su padre no puede ser más ejemplar en el trato de sus problemas, y la sociedad que le rodea parece aceptar su condición sin ningún tipo de problema. ¿Entonces, de donde nace ese dolor? Girl nos habla de la autoexigencia obsesiva y enfermiza por alcanzar la mejor versión de nosotros mismos, esa que te obliga a anteponer el disfrute del presente, e hipotecarlo por un futuro incierto. Y lo hace exteriorizando el dolor interno de la protagonista a través, de uno de los deportes artísticos más dolorosos y exigentes que existen: el ballet.
De forma muy inteligente, Dhont articula un paralelismo entre la mejora y éxito de Lara a través del baile, y como este canaliza su propia vida hasta niveles extremadamente dolorosos. Girl es una película canónica en lo que a un buen guion debe cumplir. Tenemos ya en la primera escena las claves de la esencia personal de Lara, algo fundamental para conectar emocionalmente con ella durante toda la película. Y esto último, lo consigue a través de una planificación casi acosadora, en la que no hay ni un solo plano en el que no aparezca Lara. Una planificación que la acompaña, cámara en mano, y con si fuésemos una respiración de sus miedos, durante los 100 minutos de trama hasta uno de los finales más duros en lo que llevamos de festival. Dhont consigue con muy poco, lo más difícil que se puede hacer en el cine, que es emocionar. Sin trampas, sin artificios, sin argucias emocionales. Solo con talento. Una perla.
Beautiful Boy, de Felix Van Groeningen
Cerramos un gran día con una buena película. La competición respira con fuerza para contarnos la historia – basada en hechos reales – de Nick Sheff (Timothee Chamalet), un joven adicto a las drogas cuya vida pendió de un fino hilo al no poder controlar su adicción. Durante la película, se nos narra el inicio del flirteo con las drogas, del típico adolescente canónico americano con tendencia a las drogas, es decir, fan de Nirvana, Melvins o Minor Threat. Citamos la música, porque para Groeningen es algo fundamental en su obra, no en vano, tenemos piezas completas durante largas secuencias de montaje de grupos como Sigur Ros, Tim Buckley o varias bandas de post-rock y emo. Groeningen utiliza estos artificios como elemento unificador entre secuencias, y en algunos casos, para embellecer el consumo de las sustancias que ingiere nuestro protagonista. Y esto último, me parece una decisión acertada y arriesgada. Porque lo sencillo sería demonizar la sustancia, pero Groeningen intenta mostrar el gran abanico emocional del consumidor de drogas, pese a que el mensaje final sea muy crítico con ellas.
Con bastante buen punto, señala a las drogas como el elemento evasor, y no el origen del mal. De la oscuridad, que puede estar dentro de cada uno y emerger cuando menos te lo esperas. Y con esas bases filosóficas, se arma un relato fuerte, -quizás un poco extenso- que ahonda una temática tabú de una forma necesaria. Si es cierto que no va a cambiar la historia del cine – ni lo pretende- un poco de riesgo en la formalidad podría haberle sentado de vicio, pero, en cualquier caso, Beautiful Boy es una película muy disputable, llena de actuaciones extraordinarias y una recopilación de música inmejorable.