A PARTIR DEL FILM DE NELSON CARLO DE LOS SANTOS ARIAS: EL FALSO REINO MALDITO DE PEPE Y AURELIANO

A PARTIR DEL FILM DE NELSON CARLO DE LOS SANTOS ARIAS: EL FALSO REINO MALDITO DE PEPE Y AURELIANO

Por Daniel Tamayo Uribe

Entonces dio otro salto para anticiparse a las predicciones y averiguar la fecha y las circunstancias de su muerte. Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad

Es famoso el pasaje final de la novela más reconocida del novel literario Gabriel García Márquez, alias Gabo. El fragmento recuerda al título de una de sus otras novelas, Crónica de una muerte anunciada. Podría ser el mote para muchos seres que habitan nuestro mundo, ¿un reino con un destino maldito? Antes de intentar contestar la pregunta, aunque cabe decir desde ya que eso es imposible, primero habría que preguntar quiénes son los protagonistas del fin anunciado. Pensaríamos que son humanos, con ciertas características y provenientes de ciertos lugares. Pero Nelson Carlo de los Santos Arias, cineasta dominicano, con su último largometraje titulado Pepe (2024) es otro que nos recuerda que también entran en consideración otros animales… como los hipopótamos. Es el caso del nombrado Pepe, que en la película homónima nos relata en off la crónica de su muerte anunciada.

Asombro

Caras militares bajo luz y oscuridad. Disparos que terminan en música frenética y efímera. Una gruesa y risueña voz se enuncia. No sabe de dónde ni porqué, nada nos explica, solo expresa. Para percibir a un animal diferente a nosotros los humanos, nos vemos en la necesidad de poner palabras en su boca (asumiendo los costos que eso tiene, como ponerle palabras). El sonido de estas nace junto al disparo que puso fin a una vida. Esto no es factible, pero tiene sentido. Es la posibilidad que nos ofrece, en este caso, el cine. Elaboración de la ficción semejante a la de Pepe Pótamo (serie animada protagonizada por un “hipopótamo antropomórfico”). Aun así no terminamos de entender la presencia de esta voz, como tampoco el mismo Pepe. Volamos, en cenital, a otros paisajes, de los claroscuros y ruidosos militares colombianos a los marrones y silvestres africanos.

Allí, él, quien parece no reconocerse bajo dicho nombre, no se ríe tan jovialmente como su tocayo de los dibujos animados gringos. Pepe, tampoco triste, carcajea con ironía. De palabras míticas y pensamiento filosófico, en varios idiomas, guía la narración contemplativa y en momentos dramáticas hacia su fin. ¿De dónde viene su sabiduría profética? Esto tampoco lo sabemos nosotros ni él. Pero tiene dos certezas, simples y fundamentales: que su hogar es África y que ya está muerto. El inicio y el fin. Quizás la pregunta que nos quita la respiración es siempre el cómo, aunque nos obsesionemos con el qué, que ya solemos conocer.

Como a Aureliano Babilonia, quien finalmente pudo leer los crípticos pergaminos presentes durante toda la novela de Gabo, Pepe y los espectadores (cuales lectores de los textos proféticos macondianos) nos anticipamos al momento y circunstancias de la muerte del hipopótamo, lejos en el tiempo y lejos de África. Son certezas cuya enunciación viene acompañada de su intransferible ubicación, sea el cuarto en Macondo del que ya no podrá salir Aureliano o sea el Medio Magdalena en Colombia donde estuvo Pepe hasta el fin de sus días…

Reconocimientos

Sabanas extensas y por periodos áridas. Hábitat natural de los hipopótamos, aparentemente respetados y estimados por los nativos africanos, frecuentados por turistas extranjeros más bien blancos que los suelen fotografiar en las visitas. Allí Pepe y los de su especie podrían sentirse como reyes, pero quizás ahí presumiría demasiado. Sin embargo se les ve cómodos, como rocas bajo el sol y lugar de reposo para aves. El paisaje da para la contemplación. A diferencia de muchos humanos, pero también semejante a varios otros, estos hipopotámidos son migrantes obligados. No lo son por un régimen dictatorial ni un conflicto bélico, ellos terminan en Colombia es por el capricho del famoso Pablo Escobar, además de toda la parafernalia internacional que hace posible el transporte de estos por aire, agua y tierra.

Del reino natural de los Pepes al narco de Pablito. Uno y otro son territorios en disputa para los seres humanos. Territorios que asumimos como nuestros o que podrían llegar a serlo. Pero ni en uno ni en otro caso se trata de un reinado eterno como las monarquías lo han querido. Nos recuerda uno de los intermediarios en la migración forzada de los hipopótamos, justo antes de que fuera a perder su carro, que “nada es nuestro en esta vida”, ni para ellos ni para nosotros. Ni siquiera el espacio que tengamos por hogar (y sobra decirlo para el caso de Pepe). Tendemos a buscar que perseveren a pesar de que ya muchos estén en ruinas, sin amor y antes con un odio alimentado por mentiras y ofensas por décadas. El otro problema con los supuestos reinos es que, para mantenerlos, cualquier elemento que se vea diferente en el paisaje de sus dominios se toma como amenaza, peligro.

Así es que terminamos en cacerías. Ni el tan poderoso Pablo pudo evadir ser cazado, como tampoco el no tan poderoso aunque sí imponente Pepe. Ambos cazados fuera de su “hogar”. Del de Pablo, el reino de Nápoles, logró escapar el hipopótamo, aunque para entrar en otro, uno en que las reinas son más de una y despliegan sus alas y sus colas. Estación Cocorná y otras poblaciones entre el río Magdalena son luego con quienes se disputa el reinado sobre el paisaje. Ahí la trampa. Cambia el paisaje y no nos damos el chance de conocerlo. Persistimos en travellings, recorremos ampliamente lo humano, pero lo desconocido que nos exige una detenida contemplación queda relegado al desconocimiento, a Pepe.

Nos llenamos de miedo. La ignorancia sale a relucir. Nos ponemos impulsivos y a la defensiva. Una que se torna en ofensiva. Nuestra respuesta es la violencia, la agresión. Nos sentimos amenazados. Creemos que nuestro reino (de los espejos y los espejismos) será arrasado por el viento y desterrado de la memoria colectiva sino hacemos algo (antes que acabemos de descifrar la profecía). Pensamos trágicamente pero confiamos en poder torcer el destino fatal. Pepe y Aureliano no, ellos ya lo habían comprendido.

Resignación

“Que luego no digan que no se le avisó”. Gabo había dejado el pergamino desde el inicio hasta que al final lo leyó el último Aureliano. Nelson Carlo rápidamente puso en boca de Pepe las palabras de asunción de su propio fin. Y desde el mismísimo primer encuentro del hipo con un humano del reino del Magdalena se plantea, quizás como la alternativa más probable, la muerte a manera de solución. Pero ¿a qué? ¿Cuál es el problema?

Un militar en la película trata a la especie de Pepe como “el animal más peligroso del mundo”, pero parece que no había lastimado personas y los otros animales que parece que atacó, eran presentes o futuras víctimas de la muerte por manos humanas, tales como vacas o gallinas. Una nota en internet de National Geographic España menciona que los hipos en Colombia son una especie “vulnerable”, a la que el ecosistema del Magdalena Medio le ha resultado óptimo para reproducirse. También cuenta que “introducir ilegal y forzosamente una especie a un ecosistema inadaptado tiene sus consecuencias” y lista las afectaciones. Cabría pensar lo mismo de la ocupación humana, casi siempre forzosa, si se quiere, legal (bajo la ley de sus reinos) y por lo general óptima para la reproducción. Pepe ya llevaba más de 20 años en la zona, mayor tiempo que muchos de los habitantes allí.

Habrá quienes criticarán la pretendida equivalencia entre una especie y otra. Pensarán que se está dando demasiado valor al hipopótamo. Pero la equivalencia no es por ese lado. Al contrario, es por el poco valor que se da tanto a estos seres como a los humanos. Como la deportación no era opción, salía muy costosa (parece que la de los humanos suele ser más barata), solo quedaba la otra alternativa… pero se trata de una falacia, falso dilema. ¿Por qué matar a Pepe? Porque dejarlo tranquilo no era una posibilidad.

¿Cuál era el problema? Sigo sin saberlo, como creo que tampoco ninguno de mis paisanos ni nadie en República Dominicana, Alemania, Francia, Namibia, Estados Unidos (países de origen de las productoras de la película) o cualquier otro reino. Ni los que ordenaron la ejecución, ni quienes la llevaron a término ni nadie sabe muy bien por qué “se le dio de baja” al hipo. Hubo intuiciones, ideas y hasta convicciones. Pero ninguna explica. Como las palabras de Pepe, solo expresan. Y, ¿qué expresan? ¿Que sus consecuencias son irrepetibles desde siempre y para siempre?

Catarsis trágica

El cine, como en este caso, nos permite volver sobre la muerte, reproducir el evento definitivo. Pepe, como parte de la ficción, nos pudo relatar el trayecto hasta su muerte. Una en un lindo día en que el asesinado y los asesinos ya sabían qué iba a suceder. Destino inexorable. Por más que volvamos, sigue siendo la misma película. Ciclo que no cesa de repetirse, dice Pepe. De lo irrepetible en cuanto no hay segunda oportunidad dice el pergamino que lee Aureliano. En uno y otro caso, al final de las obras, el pasado ni el futuro pueden cambiarse.

Podría parecer una moraleja, pero incluso si fuese el caso, llega tarde. Se sabe en el momento en que ya nada puede hacerse. Aunque a Pepe, como buen trágico, es quizás esa situación profética que le acontece como personaje la que le permite aceptar su destino con calma, estoicismo. Puede que así también haya sido para Aureliano al momento de comprender lo que decía el pergamino. ¿Y nosotros? ¿Somos una estirpe condenada para toda la vida? Si sí, ¿algo aprendemos con ese nuevo conocimiento de nuestra naturaleza?

Así como los griegos contaban con sus oráculos, nosotros tenemos a Pepe y a Aureliano, por ejemplo. Los antiguos helenos tuvieron su Sófocles, nosotros tuvimos a Gabo y ahora contamos con Nelson Carlo. Todos tienen en común una capacidad poética. Y el resto de mortales también, a su manera; guías turísticos africanos, pescadores colombianos o gringos omnipresentes, todos compartimos la facultad de la imaginación. Aun en el apocalipsis o la muerte, en Macondo o en nuestro mundo, podemos volar en un globo mágico, junto a un Pepe explorador (como el de la serie animada), y ver hasta qué punto llegamos del horizonte sin fin de este falso reino maldito que hemos creado (para hipopótamos y para humanos).

Pepe
Dirección y guion: Nelson Carlos De Los Santos Arias
Guion: Nelson Carlos De Los Santos Arias
Fotografía: Camilo Soratti, Roman Lechapelier, Nelson Carlos De Los Santos Arias
Edición: Nelson Carlos De Los Santos Arias
Música: Nelson Carlos De Los Santos Arias
Diseño sonoro: Nahuel Palenque, Nelson Carlos De Los Santos
Sonido: Nahuel Palenque
Dirección de arte: Daniel Rincón, Melania Freires
Vestuario: Laura Guerrero, Erik Paredes
Maquillaje: Mariana Correa, Nancy Rodriguez
Casting: Laura Cano, Sara Vergara, Kulan Ganes, Karel Solei
Animación: Erwin Jiménez, Manuel Barenboim
Productores: Pablo Lozano, Tanya Valette, Nelson Carlos De Los Santos Arias
Reparto: Jhon Narváez, Sor María Ríos, Fareed Matjila, Harmony Ahalwa, Jorge Puntillón García
República Dominicana, Namibia, Alemania, Francia, 2024, 122 min