Por Daniel Tamayo Uribe
El individualismo es parte del “espíritu de la época” que nos hace creernos seres con una esencia original arrojada al mundo y a la deriva. Pero es igualmente parte de este espíritu sentirse, o querer sentirse, parte de algo más grande, usualmente alguna forma de colectividad. Nos sentimos como una hoja poderosa que navega por el viento o como una que se mantiene conectada a las ramas y captura energía lumínica para todo el árbol. Pasa mucho que nos vemos entre las dos posiciones foliáceas. Ese es mi caso, más desprendido en el viento. O al menos así lo veía sin duda alguna hasta que me topé con Milisuthando.
Milisuthando es también el nombre de la directora, de apellido Bongela, mujer negra sudafricana. Nombre que condensa una obra y una historia de vida como una estatua, tal vez análoga a aquella con la que se encuentra la mujer negra con quien inicia la película. Una mujer que en 2014 se paró desnuda frente a un monumento gigante de Nelson Mandela y agachó la cabeza, quizás recostándola sobre el objeto brillante. Registro de un suceso que arrojó las semillas de las dudas para la directora. Dudas sobre la identidad de la mujer, de ella, de nosotros aquí y ahora. Semillas que, en la sala y puede que en algún momento agachando la cabeza, también llegaron a mí, parte de ese extraño “nosotros” que se supone es “todos”, “humanidad”, “personas”.
Con el documental en collage, Milisuthando elabora la pregunta sobre quién es ella. Pero en la película, más rápidamente que en la vida —eso parece tomarnos más tiempo— nota que esa cuestión se contesta a través de otros. Un “otros” que se amplía si lo preguntamos bajo el árbol de la ancestralidad. Árbol que yo no había notado, como tampoco mucha gente, y del que hasta que terminé la película no había visto ni sus hojas ni sus raíces —y de hecho sigo sin hacerlo—. Algunas ramas, quizás de este, son las que toma la directora para empezar a cuestionar(se) a los 36 años. A esta edad es que Milisuthando gesta las preguntas y procesa todo lo que viene con ellas. Lo hace posándose de frente y con cabeza baja, semejante a la mujer de la primera escena. Interroga través de un rito, eso es la película.
El documental, también ensayo audiovisual, se ordena con cinco fases de un ritual. La directora nos propone esto a manera de una estructura para un recuento histórico y constitución de nación, familia e individuo. Construcción de identidad que puede ser suya, tuya, mía, nuestra. Modo de relacionamiento con los ancestros, unos que hacen parte de la patria, los vínculos cercanos y el sujeto, específicamente Sudáfrica y Transkei, la familia y amistades de Milisuthando y ella misma. Es entonces la película rito, sus diversos materiales y su sonido meditativo, el vehículo poético para que Milisuthando cuestione su ancestralidad y cómo ella atraviesa Nacimiento, Encantamiento, Protección, Purga y “Llamado a regresar a casa” en las diferentes ramificaciones.
Estas salen del árbol frente al que ella se posa y que está marcado con las heridas del racismo. Y es aquí donde me es importante recordar que aunque puedo identificarme con la directora, como cualquier persona, creo que no partimos del mismo árbol o al menos no habitamos exactamente las mismas ramas. Milisuthando, con aguda inteligencia y respetuoso trato, transita por las ambivalentes y crudas estrategias, decisiones y experiencias entorno al famoso apartheid, sistema de segregación del que ella se enteró cuando ya había terminado. Hasta entonces fue que empezó a notar conscientemente las rajaduras en la corteza del tronco, uno que habitó un tiempo Transkei.
Esta es la nación de la que la directora se sentía nativa cuando era pequeña y que dejó de existir cuando el apartheid, oficialmente, se acabó. Sistema que también la creó como nación negra de la etnia Xhosa, “independiente” de Sudáfrica. Territorio cuyo origen, por lo tanto, se desprendió del deseo de que “la gente blanca permaneciera libre sin recibir ninguna demanda de la gente negra”. Para esto hizo falta una encantadora coreografía político-social, dirigida desde arriba y ejecutada por blancos y negros, de modo que los pueblos se sintieran como campeones deportivos y tocando el fuego divino del olimpo. Los ancestros, abuelos, madres, y sus descendientes obedecieron y marcharon cuales militares siguiendo órdenes.
Esta es una de las varias maneras en que la película invoca la ancestralidad al tiempo que recrea una estructura de su historia. De modo que los ancestros también son partícipes, activos y pasivos, de las dinámicas de poder político opresor y liberador. Ancestros no solo de sangre o cultura, también, por ejemplo, de oficio o de materiales cinematográficos. Formas audiovisuales cargadas de fuerzas y pensamientos, usadas para manipular, emocionar, pensar. Archivo del pasado revisado, quemado y rayado en el presente. Con él, las llamas y los rayones que brillan, Milisuthando reflexiona, relata, dialoga y nosotros con ella. La sigo, me deslumbran sus finas reflexionas, me abruman las heridas que nos separan.
Unas de las que, sabe la directora, hay que protegerse para no envenenarse al estudiarlas, pero que igualmente necesitan de una purga para cicatrizarse y que no sigan doliendo, o al menos no tanto. Veneno que ya ha penetrado las entrañas y en ocasiones hace saltar con rabia y temor. Cicatrización que resulta dolorosa y exige virtudes. El racismo, como muchas otras supervivencias ancestrales y de mucha actualidad, no es algo que se pueda decidir cargar o no. Ni para blancos ni para negros ni para nadie —¿será que existe alguien a quien no le toque la cuestión?—. No solo se expresa en la ofensa o en el desprecio. También puede estar en dulces nombres o sedosos cabellos. Su crueldad puede tener una forma amable y cariñosa. Es, por lo general, cotidiano. Que no lo podamos ver no quiere decir que no exista, pero por supuesto su naturaleza es compleja y como espectro nos cuesta verlo, voluntaria o involuntariamente.
Milisuthando nos recuerda que podemos estar molestos con nuestros ancestros. Esto es un resultado, no un punto de partida. Primero hay que buscarles, identificarles, trazar las líneas que nos unen (a Mili le funcionó visitarlos en su hogar y cocinar junto a ellos). Reconocer las ramas que compartimos y las que quizás ya no. Cavar el hueco hondo que en que las fuerzas e ideas enterradas siguen alimentando o intoxicando las raíces. Buscar cortar algunas. Comprender la paradoja que entraña una herramienta cuyo filo es tan fino que, cortando con la justa violencia, también junta y vincula. Yo todavía no lo hago. Creo que Mili nos insinúa que un corte semejante, y yuxtaposición, puede ser el del montaje de una película.
Hacer y ver cine, entrar en su historia y conectarse a través de sus medios con lo previamente existente, son una metáfora del ritual para hablar con la ancestralidad, en este caso de la directora. Puede surgir de un encuentro ocasional, como el que tuvo ella con el video de la mujer frente a la estatua de Mandela (otro ancestro), o también es resultado de una voluntad originaria, como podemos especular que fue el de esta mujer en 2014, quien decidió desnudarse y encontrarse con el expresidente. Surge otra vez la necesidad de otros, sea para acercarse a los ancestros o para hacer una película, que puede ser lo mismo. Mili encontró aliadas y amigas en Sudáfrica y en Colombia para hacer su ópera prima.
Incluso así no deja de haber un punto en que nos sentimos solos —tal vez hablo por mí—. Sin embargo, Mili me recordó que mi individualidad es, al menos en parte, resultado de deseos de otros. A lo mejor entender dichos deseos me puede decir algo de mí —¿Ataque al ego, a mis pretendidos deseos esenciales?—. Me sentía flotando en el viento, a favor y en contra, pero parece que una rama de no sé dónde empezó a atravesarse un poco en mi camino. No me había preguntado por mi ancestralidad hasta que vi a Milisuthando. Todavía no estoy seguro de cuáles son. Y sé que muchos que lean esto dudarán de si vale la pena hacerse la pregunta, alegrarse o molestarse con ancestros. Y no lo sé. A lo mejor supondrá un corte, una unión o ambas.
Milisuthando
Dirección: Milisuthando Bongela
Guion: Milisuthando Bongela
Música: Neo Muyanga
Fotografía: Hankyeol Lee
EE.UU., 2023, 120 min