BAFICI 2019: MONOS DE ALEJANDRO LANDES

BAFICI 2019: MONOS DE ALEJANDRO LANDES

Por Pablo Gamba

Monos llega a la Competencia Internacional del Bafici luego de ganar un Premio Especial del Jurado en Sundance y pasar por la Berlinale. Es el sorprendente segundo largometraje de ficción de Alejandro Landes, director de la olvidable Porfirio (2011) y del documental Cocalero (2007) sobre Evo Morales. Escribió el guion junto con Alexis dos Santos, premiado en la Competencia Argentina del festival de Buenos Aires por Glue (2006).

Compañías de nueve países –entre ellos, Argentina– participaron en la realización de Monos, que busca así un lugar entre las grandes películas colombianas recientes de cine de arte, junto a El abrazo de la serpiente (2015), de Ciro Guerra, nominada al Oscar al mejor film en lengua no inglesa, y a Pájaros de verano (2018), de Guerra y Cristina Gallego. Las productoras que intervienen han trabajado con cineastas como Leos Carax, Jim Jarmusch, Kim Ki-duk, Yorgos Lanthimos, Carlos Reygadas, Lars von Trier, Nicolas Winding Refn y Ciro Guerra, entre otros de ese nivel, lo que se refleja en la selección de algunos integrantes del equipo técnico y artístico. Son ejemplos el montajista de cabecera de Lanthimos, Yorgos Mavropsaridis, y la cantautora británica Mica Levi, que también hizo la música de Under the Skin (2013) de Jonathan Glazer y Jackie (2016) de Pablo Larraín

Monos está claramente inspirada en Apocalypse Now (1979) de Francis Ford Coppola y en la novela El señor de las moscas (Lord of the Flies, 1954), llevada al cine por Peter Brooks, en 1963, y una vez más en 1990. Adapta la historia a la guerra contra la insurgencia en Colombia, aumentando un poco la edad del grupo –que en el libro son niños llegados por accidente a una isla desierta– e incluyendo personajes de ambos sexos, para representarlos como adolescentes que presumiblemente integran las filas de las FARC.

Un problema con esto es que la tesis reaccionaria de la novela, escrita por William Golding, acerca de la naturaleza guerrera salvaje del ser humano se debía a la intención de polemizar con el cristianismo “civilizador” de otro libro, La isla de coral (1857). En cambio, aquí, está presente en el contexto de una problemática abstracción e idealización, la cual produce un vaciamiento de sentido en torno a las causas históricas del conflicto colombiano y, en particular, los motivos por los que el movimiento armado revolucionario se convirtió en una organización de extorsionadores, secuestradores y narcotraficantes odiada por el pueblo, tal como se manifestó en el rechazo en un plebiscito del acuerdo de paz suscrito por el Gobierno con las FARC.

El dispositivo de abstracción de la realidad crea también otros problemas. El grupo de jóvenes combatientes, cuya tarea es cuidar a una rehén estadounidense, está integrado por actores desconocidos, cuya fisonomía, vestuario e interpretación los hace verse como personajes de la televisión más que menores de edad reclutados como combatientes por la guerrilla.

Son problemáticas, por la misma razón de verosimilitud, las locaciones, cuyo contraste las hace parecer “mundos” de un videojuego. Se trata de un paraje alto, en las montañas, en las que hay ruinas de una edificación cuya función original deliberadamente no queda clara, y luego de un lugar en el bosque tropical, en una zona igualmente montañosa. En su elección parece haberse impuesto el criterio de belleza, en consonancia con la representación espectacular de lo poco que hay de combate en la película –aunque siguiendo en eso a Francis Ford Coppola, omitiendo la truculencia de moda–. También es acorde con el salvajismo natural que se manifiesta en los jóvenes, cuando son dejados a su suerte tras el contacto con la dirección de la organización. En esta película se añaden detalles sobre la sexualidad y el consumo de drogas que no podían estar presentes de esa manera en el film de Peter Brooks, por la edad y la época.

El espectáculo es la fuerza de Monos, al igual que la dinámica de su narración, aunque en el guion haya una vaca cuya función dramática pronto se desdibuja por completo, y en el montaje elipsis que eliminan detalles imposibles de representar de manera creíble. Landes hace ver en ello su talento como director. También se destacan, en el mismo sentido espectacular, la fotografía –con una cámara que por momento se convierte en otro personaje– y la combinación del ruido con la música, en la banda sonora.

Las que faltan son las consideraciones éticas en relación con una guerra que duró más de 50 años y causó más de 200 mil muertos, además de millones de personas desplazadas y víctimas de otros abusos. Involucró también sanguinarias organizaciones paramilitares creadas para combatir a los insurgentes y que continúa contra otros grupos guerrilleros, como el ELN. Es problemático relacionar la violencia con la naturaleza humana con referencia a lo que ocurrió y ocurre en Colombia, porque es una explicación que lleva a aceptarla en lugar de corregir sus posibles causas sociales, como la injusticia.

Hay que destacar, sin embargo, un pequeño detalle en Monos que marca una importante diferencia con respecto a la aparición de la autoridad militar al final de la versión de El señor de las moscas de Peter Brooks. La reacción emocional del personaje, que sabe lo que le espera, de alguna manera ancla la escena en una realidad latinoamericana distinta de la idealización británica.

Competencia internacional 

Dirección: Alejandro Landes
Guion: Alejandro Landes, Alexis dos Santos
Producción: Alejandro Landes, Cristina Landes, Fernando Epstein, Santiago Zapata
Fotografía: Jasper Wolf
Montaje: Ted Guard, Yorgos Mavropsaridis, Santiago Otheguy
Sonido: Lena Esquenazi, Javier Umpiérrez
Música: Mica Levi
Intérpretes: Sofía Buenaventura, Julián Giraldo, Karen Quintero, Laura Castrillón, Delby Rueda, Paul Cubides, Sneider Castro,
Moisés Arias, Julianne Nicholson, Wilson Salazar
Colombia-Argentina-Uruguay-Estados Unidos-Alemania-Holanda-Dinamarca-Suecia-Suiza
2019