Por Pablo Gamba
Amancay, la película ganadora del Gran Premio de la competencia argentina del BAFICI, es el segundo largometraje de Máximo Ciambella y el primero como único director. Su ópera prima junto con Damián Coluccio, El árbol negro (2018), galardonada como mejor largometraje nacional en Mar del Plata, es un documental sobre un criador de cabras qom, la mitología de este pueblo indígena y la amenaza que representa para su mundo la expansión de las empresas agroganaderas. El tema de la película anterior es significativo para captar la dimensión más profunda que tiene el aparente regreso, una vez más, del nuevo cine argentino en Amancay. Esto es difícil de precisar, como también lo es definir ese cine que surgió hace más de veinte años, pero dos elementos claves de la semejanza pueden ser la juventud de los personajes y la fragmentación narrativa, por la que viven en un presente de episodios dispersos de la vida cotidiana que no logran conformar el desarrollo de historias. Así como en la primera escena hay una toma de posición implícita frente al cine del guion –regreso, también, a la fuente de un nuevo cine aún más lejano en el tiempo–, los dos protagonistas tampoco persiguen metas, como es de rigor en el paradigma clásico hollywoodense.
Pity, la chica, ni siquiera es capaz de armar un reel coherente de presentación como actriz profesional, y su mejor amigo y coprotagonista no parece tener ocupación alguna, pero tampoco hace de la vagancia una inactividad sistemática como los slackers que también hay en el cine argentino. Juntos integran una pareja, pero de un tipo en la que no parece posible que pueda surgir una historia romántica. No es esto, sin embargo, lo que hace interesante a Amancay. Lo que sí llama la atención en esta película es cómo la imposibilidad de historias tiene como correlato un desarrollo de motivos relacionados con la vida y la muerte. En este sentido, se destacan las partes en las que Pity relata experiencias relacionadas con un aborto.
Un logro de Amancay es la expresión del conflicto emocional que tuvo el personaje, aunque se declara defensora del derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. En contrapunto con el embarazo que se interrumpió, hay un joven padre que sostiene a su hijo recién nacido en una escena y le cambia el pañal en otra, mientras que a Pity, más adelante, se la muestra junto a un cochecito en el que hay un bebé como él que no quiso tener. Pero la película tampoco se encauza en el abundante cine “de calidad” que aspira a justificarse moralmente llevando a las pantallas un mensaje como el que aquí podría parecer de una ONG católica, sin incurrir en una “politización” mal vista. Aunque el motivo del aborto no puede dejar de llamar por sí mismo la atención, ni es posible que el tratamiento del personaje de Pity no sea tema de debate, lo realmente significativo es la manera cómo se articula esto con otro motivo que se introduce antes en la película, cuando en el montaje hay un corte de un gran plano general de un complejo residencial al cementerio de Chacarita. Más adelante regresará la muerte en un ritual tipo ouija de la pareja de amigos para comunicarse con un difunto.
Pero igualmente hay momentos en los que la vida se abre para los personajes en la felicidad, como cuando Pity hace gozosamente el amor, o en la fiesta popular o la coreografía que ensaya con su amigo, hacia el final. Hay que considerar que el título viene del nombre que se les da a diversas plantas que dan flores blancas y que la película significativamente es en blanco y negro, además. Es así como se representa la vida enfrentada con la muerte en Amancay, que tiene transiciones de árboles en contrapicado cuyas ramas se extienden hacia una noche que puede ser como el morir. Pero aún hay que darle a todo esto otra vuelta de tuerca, porque no deja de tener un trasfondo social más tenebroso y sintomático. El rasgo más notable del estilo de esta película es el uso del foco selectivo. El hacer ligeramente borroso el fondo para que la figura de los personajes se destaque, lo que es un lugar común, se intensifica hasta el punto en el que hay una difuminación significativa del entorno. Lo que resulta más inquietante todavía es que de esta manera se hacen borrosos incluso personajes con los que Pity o su amigo conversan, aunque la pareja, junta, está siempre en foco.
Hay algo de espectral, entonces, en el mundo de Amancay, como también se transforman visualmente en fantasmas los personajes secundarios. Es esta borrosidad del espacio, que se añade a la fragmentación de lo narrado, lo que no deja de ser terrorífico. Recuerda que Argentina atraviesa una profunda crisis económica y social, como ocurrió cuando surgió el nuevo cine de los noventa, y que son situaciones en las que todo lo sólido parece disolverse en la nada. No se olvide que la primera película de Ciambella, como se dijo al comienzo, también era sobre un mundo en destrucción.
Competencia argentina
Dirección y guion: Máximo Ciambella
Producción: Micaela Álvarez, Máximo Ciambella
Fotografía: Juan Renau
Montaje: Florencia Gómez García, Francisco Marise
Sonido: Atilio Sánchez, Damián Coluccio, Francisco Marise, Juan Renau, Andrés
Radulovich
Interpretación: Adriano La Croce, Lucia Aráoz De Cea, Manuel Bersi, Rocío
Barbenza, Tomás Raspall
Argentina, 2022, 67 min.