Por Mónica Delgado
Hay la sensación de que en este film todo es conducido desde la delicadeza, desde la comprensión de una realidad que logra identificaciones susceptibles, en clave lánguida, atonal, pausada. Un título largo y simbólico, una duración que permite tiempos de contemplación u observación de acciones de los personajes -aunque el film dure un poco más de dos horas-, una propuesta que va dilatando el curso de las emociones que no necesariamente tienen respuesta. Por ello, 20.000 especies de abejas, primer film de ficción de la cineasta española Estibaliz Urresola Solaguren, es una obra que explora desde el intimismo y el punto de vista de una niña trans toda una trama de subjetividades, del curso del tiempo sobre ellas.
Presentada en la competencia oficial por el Oso de Oro en Berlinale 2023 (donde se llevó el premio a la mejor actuación para su protagonista), la película comienza y termina en un mismo punto, es decir, hay una intención de crear un tiempo bajo la figura del círculo, pero donde sí hay un trayecto, un cambio, en torno a la aceptación de los otros, pero no del personaje principal, que tiene asumida su identidad de modo contundente. Despertar y sentir el acompañamiento familiar, como una extensión de la duermevela o de la calma del mundo de los suenos de infancia. Así comienza y cierra el film de Estibaliz Urresola.
La obra describe la mirada de Cocó, de ocho años, que vive con sus padres en una familia típica, junto a dos hermanos mayores. Luego, la madre escultora y docente, que encarna la actriz Patricia López Arnaiz, decide irse con sus hijos a pasar el verano al hogar materno, de Francia a España, donde hay una finca y terreno para la apicultura. Allí Cocó (Sofía Otero), quien es llamado siempre Aitor, empieza a llamarse a sí mismo como “ella”, lo que advierte a la abuela, tías y demás familiares que ya no tienen un nieto, sino una nieta. Y este proceso de aceptación dentro de la familia es lo que propone el film, desde una tratamiento que escapa de cualquier efectismo o juicio moral, sino más bien transmitiendo la perspectiva de una niña trans en un contexto rural que podría percibirse como conservador.
Esta afirmación de identidad de Cocó es un proceso de autoconocimiento, de la necesidad de que una niña trans sea reconocida como tal, por ello la obra se centra en un aspecto que podríamos denominar como “un acto de nombrar”, como figura primigenia de la configuración del ser. Así, el personaje de Cocó/Lucía busca que su nombre nuevo sea reconocido, como si fuera un nacimiento. Este es el núcleo del film, las acciones de este personaje en su libertad, ingenuidad, certeza; sin embargo hay otras subtramas que van ayudando a ver la parte contraria, es decir, aquella que genera la tensión ante la posibilidad de reconocer la identidad de Lucía: unos padres que están a punto de separarse, las abuelas que se convierte en catalizadoras de los deseos de Cocó, hermanos abstraídos en otras preocupaciones propias de su edad y que lucen infantilizadas ante los deseos de su hermana menor. Y también asoma con fuerza un entorno campestre, de festividades rituales, de trabajos que requieren paciencia (como la apicultura) y de pequeños pueblos donde hay temas que no se discuten.
Hay momentos de la trama donde la decisión de Cocó/Lucía es vista por otros personajes como una falta de control de los padres, o por algún engreimiento propio de la edad. Y allí asoma la composición más interesante de esta ópera prima, la agencia que la cineasta dota a su protagonista, en su perfil autónomo, pero no basado en una racionalidad o en una mirada adulta, en la cual caen algunos films sobre niñeces trans, sino en comprender la posible sensibilidad desde estas interioridades sin prejuicios o lecturas toscas: el acompañamiento de Lucía en las labores de apicultura, en los paseos o juegos con sus amigos del pueblo, en un baño en el río o en el deseo de ponerse un vestido en una fiesta familiar.
En los días en que el film se estrenó en Berlinale, justo sucedió un terrible hecho en España, el suicidio de una niña trans, -junto a la aprobación de la ley Trans-lo que hizo que se hable de “una urgencia” o “necesidad” de este tipo de películas, pero 20.000 especies de abejas va más allá de ello. No es un film que busca la lección fácil o una descripción moralista o didáctica, sino más bien una obra sobre el camino a la comprensión, sobre el proceso de autofirmación, desde el retrato familiar y desde el universo de un grupo de mujeres que funcionan como acompañantes, a pesar de todo.
Competencia oficial
Directora: Estibaliz Urresola Solaguren
Guion: Estibaliz Urresola Solaguren
Fotografía: Gina Ferrer García
Edición: Raúl Barreras
Diseño sonoro: Koldo Corella
Sonido: Eva Valiño
Reparto: Sofía Otero, Patricia López Arnaiz, Ane Gabarain, Itziar Lazkano, Sara Cózar
España, 2023, 119 min