Por Mónica Delgado
De un tiempo a esta parte las distribuidoras han encontrado un target especial donde promocionar películas de corte “feminista” o que ayuden a visibilizar la agenda de las mujeres en los tiempos pos #MeToo. No solo realizan funciones especiales previas al estreno de películas para feministas o colectivos pro derechos de las mujeres, sino que apelan a los temas que se tratan en estas obras, como si ese punto fuera la única garantía para remover un poco los cimientos de esta sociedad patriarcal.
Por un lado, es positivo que se abra un espacio, como parte de una estrategia de marketing, para poder ver los films en comunidad, entre mujeres que comparten ideales y luchas, pero por otro, se va legitimando una agenda desde las majors y exhibidoras, sobre qué se debe discutir en el ámbito del feminismo al margen de las canteras téoricas o intelectuales, desde el consumo de estos productos pop, logrando mantener un adormecimiento para cuestionar estos artefactos visuales desde sus lenguajes o formas.
Solemos denominar a los fims feministas solo porque tienen como tema a luchas de dirigentes, porque hablan de los derechos conquitados y de los duros procesos para lograrlo, o porque recogen algún espíritu de la actualidad, al tener como protagonistas a mujeres fuertes y decididas, en tiempos en que se necesitan referentes. Pero, el problema está en que existe una mirada reducida a los producciones mismas de los films donde las mujeres son escasas o en el tipo de lenguaje que se usa para representar en pantalla esos grandes temas aleccionadores. Aquí desarrollo un ejemplo.
El escándalo (Bombshell, 2019), de Jay Roach, pasó por las carteleras, sobre todo, por sus nominaciones al Oscar 2020, y por llevar a la pantalla un suceso importante en el contexto estadounidense del Me Too: la denuncia por acoso sexual al mandamás de la cadena Fox News, Roger Aisles. De por sí, este argumento propone, a primera vista, una lección del espíritu de denuncia y combativo de un grupo de mujeres que sufrieron acoso por años, a cambio de un trabajo estable o de un lugar en el mundo del periodismo y la televisión. El film de Roach muestra cómo estas tres mujeres, encarnadas por Nicole Kidman, Charlize Theron y Margot Robbie (guapas, blancas y rubias), a quienes jamás se les ve juntas motivadas por denunciar al acosador (el rol de John Lithgow), van a su manera armando la posibilidad de enfrentarse a un ente de poder. Sin embargo, el modo en que el film está narrado, en cómo muestra a estas actrices, y en cómo se ubica este punto de vista para hablar de ellas, es que la película va traicionando poco a poco, desde su “male gaze”, cualquier posibilidad de conciliación con el feminismo. El film cosifica, objetiviza y ridiculiza a las mujeres que se ven afectadas por este tipo de casos.
La conductora Gretchen Carlson (Kidman), quien tiene un programa en la tarde en la cadena de noticias más conservadora de EE.UU., se siente minimizada en sus logros, ya que le cambiaron de puesto, le redujeron el sueldo y la mantienen casi por compromiso en ese horario. Frente a ella, está la figura exitosa e inteligente de Megyn Kelly, la periodista estrella del canal que confrontó a Donald Trump en una conocida polémica ante millones de espectadores: “Has llamado a mujeres que no te gustan como cerdos gordos, perros, vagos y como animales asquerosos”, le dijo al futuro presidente de EE.UU. Y también aparece la figura de Kayla Pospisil (Robbie), como la joven que sueña con hacerse un lugar en Fox, el canal favorito de su familia (unos evangélicos pueblerinos), y que es como la mímesis juvenil de las dos conductoras. Luego de la denuncia de Carlson contra Aisles, tanto Megyn como Kayla se sienten impulsadas a dar un giro y aportar a este proceso contra el imperio de favores sexuales implantado como política laboral.
Por el argumento, el tema de la lucha contra el acoso sexual es evidente, pero para el cineasta Roach esto no está movilizado netamente por un espíritu de justicia de mujeres con agencia, que cuestionan un sistema laboral donde el acoso es la regla. Más bien, poco a poco, va soltando indicios a partir de gestos y diálogos, donde las mujeres podrían ser responsables de este tipo de acciones: se demoran diez años en denunciar, denuncian solo cuando son despedidas a modo de represalia, o está en juego sus sostenibilidad en el medio televisivo. Son más los momentos en que las mujeres que trabajan en Fox utilizan diversas estrategias de apoyo para tapar los delitos de Roger Aisles (hasta se mandan hacer polos o se hacen las amnésicas cuando se trata de hablar de casos), que aquellos en los cuales las protagonistas se reúnen para plasmar alguna esrategia de apoyo. Roach apuesta por el individualismo total, donde nadie quiere salir mal parada, y donde un cheque por veinte millones de dólares y un silencio forzado son la solución.
En varias escenas, el personaje de Nicole Kidman mira a la cámara, para romper la clásica cuarta pared, y se dirige al público femenino. Ella nos mira para corroborar que encontramos en ella a una persona fiable, imitable, que tiene las agallas para denunciar. Pero estas oportunidades en las cuales nosotras establecemos conexión con ella, no son para sentirla aliada, sino como modelo de un sistema de compensaciones: si denuncias, hay que saber jugar bien las piezas para salir beneficiadas. Sí, es el sueño de toda denunciante, obtener justicia (si es que a eso se le puede llamar beneficio), pero el film propone otra cosa. El personaje de Kidman calcula, marca sus pasos, y quiere ganar, como si se tratata de una apuesta hípica.
En estos dos momentos en que Nicole Kidman nos mira es para dejar en claro que ella aspira a ganar un juicio y ser recompensada de alguna manera por eso. El fin no es solo el hecho de obtener justicia ante delitos sexuales, sino el de mantenerse en el ámbito tóxico de la televisión. El final plasma al rol de Gretchen Carlson como el de la antiheroína, al final de cuentas.
El punto de vista que elige el cineasta Jay Roach ayuda a identificar la libido del viejo Roger Aisles, porque necesita probar que las mujeres sí efectivamente lucían en minifaldas, que sí las cámaras les ponchaban las piernas a pedido del gerente del canal, que estaba prohíbido ponerse pantalones, o que una mujer ante cámaras sin maquillaje luce fea. El ojo masculino controla a las mujeres en esa puesta en escena, que busca dramatizar este caso de la vida real, pero lo hace bajo los preceptos usuales del cine que por décadas objetiviza a las mujeres, puestas en escena para el disfrute masculino.
En todo el film hay un único personaje femenino para rescatar, el de la actriz Kate McKinnon, quien encarna a una lesbiana demócrata, que admira a Hillary Clinton, y que trabaja en un canal pro republicanos y conservador. El personaje pudo representar la ambivalencia desde una postura crítica sobre este modo de “supervivencia” en el medio televisivo y de la prensa. Sin embargo, la postura del cineasta, al final de cuentas, es mostrar que los colectivos de las mujeres son débiles, que no hay posturas férreas ni feminismos reales, solo chequeras y acciones judiciales para beneficios personales.