CANNES 2014: GRACE DE MÓNACO DE OLIVIER DAHAN

CANNES 2014: GRACE DE MÓNACO DE OLIVIER DAHAN

Por Mónica Delgado

Primera jornada en Cannes y todo luce ordenado y puntual. Toda la prensa estaba a la expectativa de la nueva película de Olivier Dahan, que como sucedió con La vie en Rose sobre Edith Piaf, retoma pasajes de la vida de personajes famosos con una evidente inquietud de condimentarla con algún detalle poco preciso de la biografía oficial, sin embargo las pifias y uno que otro aplauso dejaron en evidencia el descontento con esta función de apertura, pensada más en el glamour de la noche inaugural que en un sentido de pasión cinéfila.

Grace de Mónaco. Hagamos de cuenta que Nicole Kidman, nada menuda, es Grace Kelly, y además hagamos de cuenta que aún estamos en las épocas en que Alfred Hitchcock planificaba Marnie, ese personaje lleno de manías y desvaríos mentales y que imaginaba vivo pero desde el rostro y fragilidad de una rubia de especial belleza. Está claro que para el francés Olivier Dahan es necesaria esta sublimación de la relación Hitchcock-Kelly, luego de que la actriz lo dejara todo para ser princesa de Mónaco, y precisamente esta renuncia y nuevo asentamiento es lo que el cineasta explora, desde la presencia misma de Kidman y desde los espacios de la intimidad de un castillo de lujos. Sin embargo, este deseo de ser una princesa real, y que Dahan propone a través de planos cercanos y de una puesta en escena que abre y cierra con escenas de set del rodaje de Para atrapar a un ladrón (proponiendo así una premisa de ensueño, o en todo caso de ficción de esa vida de cuento de hadas), se pierde ya desde inicios del metraje, al convertir este anhelo es un recurso casi inanimado, al cual adereza con giros de corte histórico, que llevan incluso al filme a los linderos del humor involuntario (como la aparición de Charles de Gaulle o toda la trama en torno al gobierno de Mónaco).

Existe un peso grande al proponerse hacer un biopic sobre una figura como Grace Kelly, sobre todo porque se trata de un personaje cuya fisonomía es casi sinónimo de medio cine hollywoodense, del mismo cine de Hitchcock, y de un tipo de actuación centrado en la presencia misma de los actores y actrices desde su fama real y glamour (incluso puede decirse que apenas actúan, ya que solo su ser físico permite dibujar a estos personajes desde gestos, portes, modas, como pasa como Cary Grant, James Stewart o la misma Kelly). Pero Kidman, a pesar de los recovecos de la historia, logra por lo menos ser fiel al estilo de la Kelly que Dahan quiere para su filme. Primerísimos planos de su rostro, un trabajo de gestos, que incluso logra difuminar esa disonancia con el pequeño Tim Roth que encarna con gracia al príncipe Rainiero.

Grace de Mónaco es una cinta muy desigual, porque al final de todos los esfuerzos por lograr un biopic que reverencie la memoria de esta actriz icono, lo que logra es una suerte de profanación, no a la memoria, ni a lo que dice la biografìa autorizada de princesa, ya que no es la intención, sino porque la puesta en escena se desvive en esos azules pasteles que intentan copiar el trasfondo de los sueños, por diálogos por momentos risibles y por convertir en la vida de una mujer que busca ser su propio Pigmalion en el mundo del ascenso social en un país nuevo, en un discurso de «chocolate para el alma» de las buenas intenciones y de diplomacia con olor a Chanel.