Por Mónica Delgado
Hay otro tipo de tono con respecto al cine ruso más canónico, o en todo caso, se percibe en Leviathan la necesidad de una crítica más explícita a alguna intención de lo trascendental y el poder implacable del Estado sobre el hombre, para aterrizar conceptos de lo religioso a la problemática cotidiana de una familia que vive en un puerto, en medio de paisajes que parecen conectar con alguna idea de Dios.
Bajo el mismo tratamiento de sus filmes anteriores, Andreï Zviaguintsev se detiene en plasmar estados en crisis, a partir de Kolia (Alexeï Serebriakov), un trabajador de puerto que está en medio de un juicio legal para conservar el terreno de su casa, a punto de ser expropiado por el municipio de la ciudad, para lo cual recibe la visita de su mejor amigo y abogado, Dmitri (Vladimir Vdovitchenkov).
Zviaguintsev traza en Leviathan, desde los primeros minutos, las polaridades, ya que Kolia se vuelve una suerte de Job bíblico dispuesto a recibir todos los males del mundo, pero no por una afrenta contra el Estado y sus mecanismos, sino por un asunto pasional: defender su lugar natal. Del otro lado, en el mal, aparece la figura mafiosa del alcalde (encarnado por Roman Madianov), con perfil de típico capo, y que guarda una relación cercana con el cura ortodoxo de la zona, quien le pide una solución al problema de la expropiación. Las menciones al cumplimiento de un mandato divino viene de ambas partes, aunque existe una filiación de Zviaguintsev por esos personajes agobiados y aplastados por el poder.
La película abre y cierra con la omnipresencia de un paisaje que todo lo devora, desde un clima invernal de puerto perdido en el tiempo (con restos de ballenas como armatostes decadentes), donde asoma por una colina la casa casi en la periferia de Kolia. Esta ubicación desde una cima, que los hace de alguna manera observadores del mundo, es una correspondencia que el cineasta logra establecer a lo largo del metraje, y que se cierra con un circulo al final algo evidente o que enfatiza ya el poder el Estado aliado con la Iglesia en una simbiosis de náusea.
Zviaguintsev permite con su filme afianzar una estética de los panorámicos (anclada poderosamente a la música de Philip Glass), pero también un logrado trabajo en la dirección de actores, en su relación de espacio, mundo y ser dentro de la pantalla. Leviathan establece esos entramados entre conceptos, trama, y puesta en escena, y dejando un atisbo de esa otra alma rusa, en oposición del imaginario dostoiesvski que ha gobernado alguna parte del cine ruso más emblemático y virando hacia una suerte de realismo de una trilogía peligrosa: estado, religión y poder.
Competencia Oficial
Director: Andreï Zviaguintsev
Año: 2014
País: Rusia
Guión: Andreï Zviaguintsev y Oleg Negin
Productores: Alexander Rodnyanski y Sergey Melkunov
Música: Phillip Glass