Por Pablo Gamba
Deriva (Drift), que se estrenó en la Semana de la Crítica del Festival de Venecia en 2017, es el primer largometraje de Helena Wittmann. La cineasta alemana había realizado previamente dos cortos, en los que experimentó con el espacio y la percepción: The Wild (Wildnis, 2013) y 21,3° C (2014). Después de Deriva estrenó otro cortometraje, Ada Kaleh (2018), que estuvo en Wavelenghts, en el Festival de Toronto, y que fue comentado en Desistfilm.
La inclusión de esta película de ficción en un festival como Doc Buenos Aires lleva a preguntarse, en primer lugar, por el acercamiento a lo real en Deriva. La clave está en la disyunción de relato e historia, que abre espacios a la percepción de una manera que puede parecer insólita, pero tiene antecedentes, por ejemplo, en el largo plano sin cortes del final de El pasajero (Professione: reporter, 1975) de Michelangelo Antonioni, en el que la cámara se desentiende del protagonista, justo cuando va a morir, y sale por una ventana a recorrer los alrededores. Una referencia específica es un clásico del cine experimental: Wavelenght (1967) de Michael Snow, citado al final de Deriva.
La disyunción está planteada desde el plano fijo de una habitación de hotel con el que se inicia la película, en el que los personajes quedan fuera del campo visual, aunque se los escucha. Pero el punto culminante es cuando la deriva del relato lleva a 33 minutos de planos del mar, según la cuenta que sacó el programador del Doc Buenos Aires, Roger Koza, para una nota de Con los Ojos Abiertos. A diferencia de un documental, en el que esto pudiera haber encontrado una justificación porque es un cine que se sabe que va hacia lo real, en Deriva se convierte en una pura experiencia perceptiva de diversos tonos del agua y diversas maneras de brillar o no, por la luz del sol o de la luna; del balanceo que el oleaje transmite a la cámara, y de peces y delfines. Es un extrañamiento que Wittmann había ensayado en 21,3° C, película centrada en una ventana con sutiles cambios que ver y escuchar, y para ver a través de ella.
Pero Deriva no es una película de experimentación nada más. Se sostiene también porque la disyunción es tensión con lo que puede saberse de la historia, que igualmente es la de una deriva y que mantiene la atención porque encierra un misterio que nunca se explica. No queda claro cuál es la relación entre las dos mujeres protagonistas aunque, en consonancia con el interés en desviarse de lo que interesaría habitualmente al relato, se las muestra durmiendo profundamente, una junto a la otra –y también por separado–. Tampoco se sabe por qué deben separarse y viajar, ni se identifican con total precisión los lugares que recorren. Pero las escenas con ambas son indicio de que están habituadas a convivir, lo cual permite indagar en esa extraña cercanía entre personas distantes, tan propia de la actualidad, cuando se comunican por Skype.
Ser nómade de esta manera es una plácida experiencia, relativamente común hoy entre los que tienen pasaportes aceptados en todo el mundo, al igual que sus tarjetas de crédito, y disfrutan de una posición social que les permite comprar pasajes, hospedarse en hoteles y alquilar automóviles en cualquier parte. Dos lugares comunes son apropiadamente utilizados como correlato de la consecuente sensación de no pertenecer a ningún lugar: el plano fijo junto a la ventana de un vehículo en marcha –o el travelling junto al personaje que anda en bicicleta– y la confusión de los reflejos en ventanas y puertas de cristal. Lamentablemente no es la vivencia de tantos que huyen o persiguen una esperanza, cruzando las fronteras en precarias embarcaciones o a pie.
Sección: A Cierta Distancia. Lo Real en el Mundo
Dirección, fotografía y montaje: Helena Wittmann
Guion: Helena Wittmann, Theresa George
Producción: Helena Wittmann, Karsten Krause, Frank Scheuffele
Sonido y música: Mika Breithaupt
Interpretación: Theresa George, Josefina Gill