Por Mónica Delgado
Presentada como parte de la competencia internacional del DocumentaMadrid, Blue Orchids es una continuación, cara B o una parte de un díptico, sobre un tema que ha atraído en los últimos años al cineasta y artista multimedia belga, Johan Grimonprez: el tráfico de armas y la corrupción política global que lo mantiene y abastece. Este nuevo documental se comporta como la segunda parte de Shadow World (2016), y deviene en un film de denuncia, a partir de material de archivo y enytrevistas, donde también hay ecos conceptuales de Double Take, su trabajo más conocido, donde a medio camino entre realidad y ficción reconstruye la imagen de Alfred Hitchcock, de la mano de su gemelo profesional, Ron Burrage. Pero aquí en este nuevo documental, un ex traficante de armas se transforma en sospechoso y a la vez en héroe, en víctima y verdugo, en la encarnación de la veracidad o la falsedad.
El motivo del doble no solo es para Grimonprez un asunto formal, aquello que parece idéntico pero no lo es, como en Double Take. Tampoco se trata solo de indagar en algunos elementos psicológicos del doble en un aliento dostoievskiano, sino también en cómo los medios y las mismas imágenes permiten este desdoblamiento de significados y realidades, de máscaras y simulacros (como inspecciona en Dial H-I-S-T-O-R-Y, por ejemplo). Por ello, un film como Blue Orchids, que forma parte de otro film, complementa o quizás contradice, y ese es el ingrediente fascinante que Grimonprez experimenta y comparte.
Basado en un libro del sudafricano Andrew Feinstein, Shadow World explora a partir de material de archivo televisivo y fílmico, una geopolítica del tráfico de armas cuyo núcleo de supervivencia es sostenido por las grandes potencias económicas y políticas. Elaborado como gran film político, no hay presidente de país poderoso que salga bien librado, y en este planteamiento Grimonprez muestra una y otra vez, a partir de diversos casos, que la guerra es mantenida viva por el bien de los grandes mercados y capitales del tráfico ilegal de armas y la política internacional. En cambio, Blue Orchids se detiene en el retrato y testimonios de dos personajes que no estuvieron demasiado presentes en el largo anterior, y que aquí son presentados a la vez como dos caras (víctimas quizás) de la misma moneda. Un ex traficante de armas sudafricano llamado Riccardo Privitera, tosco y directo (es el personaje de la foto que acompaña esta reseña) y un ex corresponsal del guerra del New York Times, Chris Hedges, la voz reflexiva y moral de la película. Los dos hombres van generando dos tipos de contextos, el de las memorias de un criminal que lidió con delincuentes de saco y corbata, y el periodista que elucubra sobre la guerra y violencia como si se fuera un personaje extraido de alguna novela de Conrad. Sin embargo, más allá de esta “dualidad” lo que le interesa al cineasta es la mecánica de la narración, de que si lo que narra Privitera es real o no, de si toda su historia es creíble o verosímil.
Blue Orchids, por sí sola, muestra a un personaje muy cinematográfico, Privitera, que con su presbicia, sus juegos con armas, sus insultos a Margaret Thatcher, su figura imponente, sus revelaciones sobre las acciones que realizaba en el prostíbulo que da título al film, con el fin de hacerse millonario en este mundo de chantajes, corrupción y mafias, marca una atmósfera enrarecida, viciada, sobre aquello que nos cuenta.
Grimonprez logra su film más lúdico, en la medida que quizás no estemos seguros de que lo que vemos sean reales confesiones, sino un ensayo sobre la dualidad inevitable de los discursos y las verdades.