ESPEJO ROTO/ESPEJO ENFERMO: SOBRE BALADA PARA NIÑOS MUERTOS Y EN TRÁNSITO

ESPEJO ROTO/ESPEJO ENFERMO: SOBRE BALADA PARA NIÑOS MUERTOS Y EN TRÁNSITO

Por Laura Indira Guauque Socha

“Encuentro tanta diferencia entre yo y yo mismo como entre yo y los demás”
M. Montaigne

Teniendo como vector de indagación las preguntas ¿cómo se retrata el cuerpo? y ¿cómo se mediatiza el cuerpo?, son objeto de análisis y reflexión dos documentales colombianos: Balada para niños muertos (2020) del director caleño Jorge Navas y En tránsito (2019), dirigido por Liliana Hurtado y Mauricio Vergara; ambos parte de la selección oficial del Festival Internacional de Cine de Cali (FICCALI), en su 12° edición. Estos dos largometrajes comparten, entre otros aspectos, el deseo de construir un retrato, “hacer volver atrás” el cuerpo, la memoria, “sacar a la luz” lo que esconde la mirada, y “hacer revivir” la diversidad y contradicción que habitan la existencia. La muerte y la enfermedad serán motivos recurrentes en ambas obras, y funcionarán como lentes para retratar el cuerpo y mediatizar la vida.

De un lado, ¿cómo desenterrar un retrato? A través del uso de una estética experimental, que yuxtapone imágenes sin movimiento, Navas propone la atmosfera del desentierro, de la memoria borrosa, como punto de partida en su pintura, en su retrato del mito. El documental no se agota en la entrevista, aun cuando bosqueja un envejecido retrato del que, en 1986, Luis Ospina y unos “pocos buenos amigos” hicieron de Andrés, cuando todavía no era un mito. La balada, compuesta con la sonoridad de un ecosistema de réquiem, se expresa en una estructura de bricolaje, que aúna fragmentos: películas, calles, epístolas, murales, fotogramas de una vida por siempre desconocida, además de su obra; en parte aún inédita. Todo esto confluye en procura de una intuición, quizá un deseo: el definido retrato del mito, “el enorme retrato de un horripilante monstruo”. [1]

A pesar de una evocación de la multiplicidad de la vida, Navas pareciese querer capturar el retrato verdadero de Andrés Caicedo, el retrato velado de un niño muerto, como titula a su intuición, implicado en una suerte de destino trágico que se alimenta de su predilección por el terror, la muerte, el encierro, la fatalidad, según pareciese indicar el autor, un lado oscuro, su lado oscuro. El universo estético del gótico tropical se desmenuza en la condición violenta de la historia de Colombia, aunque termina por agotarse, y que se hace mancha sobre la figura de Caicedo.

Un ritmo lúgubre y pausado se reproduce en el movimiento y velocidad de la cámara que, sin tempestades, reduce la profundidad de campo a la mirada, así como a lo que se le escapa, lo que no se ve. La analogía “draculiana” confirma la pregunta falsa, la pregunta que sabe la respuesta, la desea, la busca, la hace artificio. La negación del azar, del tránsito, de la carencia de identidad o estabilidad, así como de la contradicción, que termina por construir un retrato deforme, que deforma.

De otro lado, en el film de Liliana Hurtado y Mauricio Vergara,  el cine se vuelve espejo y la pintura de sí es proyectada con los ojos puestos en la fisura, en la enfermedad. A partir del uso de estéticas y narrativas experimentales, el cuerpo es retratado en medio de un ecosistema de fluidos, y el retrato se torna rizoma.

Este documental “en tránsito”, sugiere la construcción de un retrato que, marcado por la multiplicidad, provoca la mirada microscópica: cómo se ve y no se ve el cuerpo, la mirada clínica: cómo se dice el cuerpo, la mirada del otro: el yo se constituye desde la alteridad. A través del uso cuidadoso de distintos encuadres, estas miradas se comunican. Lo anterior, sumado a un montaje híbrido, intempestivo y veloz, un diseño sonoro sugestivo y acuoso, y un uso performativo de los diferentes artefactos escénicos puestos a disposición, termina por proyectar un retrato sin definición, ni claridad, ni evidencia, el retrato de un cuerpo que “se dice de muchas maneras”. [2]

¿Cómo se documenta el cuerpo? Performance, glóbulos blancos, “crisis” (del latín crisis), exámenes médicos (medicina general, surrealismo, peligro, diagnóstico, “un cuerpo sano obedece”), sangre, vida, dolor, oportunidad: “¿Dónde podrá Lyka dormir?”. La poesía se yuxtapone a lo que circula el cuerpo, habitado por la memoria. La enfermedad se muestra fetiche y el frenetismo de las imágenes, así como del uso de diversidad de documentos que -documentan- la existencia, funciona como síntoma de un retrato incapaz de asirse uno, un espejo enfermo que refleja la fragmentación, organicidad, y decadencia poética que condicionan la vida. “Soy la que no se sabe”, porque se sabe muchas, se sabe todas, se sabe sola, se sabe enferma. No hay espacio para el sentido lógico, el retrato es despojado del carácter racional del cuerpo sano que obedece. El ritmo se hace visceral, sobre la grieta el cuerpo está vivo y el retrato se bosqueja difuso, múltiple y en permanente movimiento.

Al final, ambas obras ofrecen contradictorias perspectivas del retrato del cuerpo, de la vida y de la muerte, a propósito de la relación entre el lenguaje cinematográfico y la experiencia vital. El fallido intento de una pintura de trazos definidos que desea revelar la esencia, el motivo de una vida que se documenta deforme, como muestra de un “exceso de conversación” sobre quien se ha hecho mito: – espejo roto, espejo muerto -; y la imprecisión y contradicción de lo vivo, que termina por bosquejar un retrato multiforme y en tránsito, configurado desde la inestabilidad, la ausencia de identidad o de su forma acabada.

Notas

[1]Caicedo, A. (1969) Recibiendo al nuevo alumno. Obra de teatro

[2] Aristóteles. Metafísica. Libro IV 1003a-1012b. Sobre el Ser.