FAUNA DE PAU FAUS: ARCADIA BAJO EL MICROSCOPIO

FAUNA DE PAU FAUS: ARCADIA BAJO EL MICROSCOPIO

Por Nicholas Vroman

Fauna, segundo largometraje del cineasta español Pau Faus, comienza con un paisaje arcádico, algunas escenas clásicas de la naturaleza -una garza, unos patos- y, a continuación, un plano de las ramas de los árboles, moteadas por la luz del sol. Valerio, un pastor, y su perra Brisa descansan en un claro del bosque. El balido de un cordero interrumpe el momento. El pobrecito está atrapado en un gran abrevadero de hormigón en desuso, oculto entre la vegetación. Una yuxtaposición simple pero convincente de detritus humanos abandonados en lo que aparentemente es un paisaje natural. Valerio acude al rescate, atravesando la maleza, bajando al abrevadero y ayudando al cordero a salir. A continuación, vemos al pastor y su rebaño atravesando el paisaje boscoso en escenas sacadas de algún cuadro de Millet. En un plano cerrado, el pastor y su rebaño descienden por un saliente y desaparecen del encuadre en un oscuro mundo subterráneo, seco y polvoriento. Terminan en un campo, descansando y pastando, donde la cámara retrocede lentamente, al estilo de Barry Lyndon, retrocediendo y retrocediendo hasta un laboratorio inmaculado con dos científicos vestidos con trajes espaciales que miran atentamente a través de microscopios y estudian muestras, ignorando el paisaje verde que tienen detrás, enmarcado por la gran ventana que define el límite entre su laboratorio y el mundo natural.

Así comienza la inquietante exploración de Pau Faus sobre nuestra compleja relación (la de los humanos) con el mundo natural, y con los animales en particular. La yuxtaposición del mundo de Valerio (introducido por un lente romántizado, que se adentra en la dura realidad física y la fría realidad económica de su oficio en vías de desaparición) y los estériles confines de una institución científica, el CReSA-Centro de Investigación en Salud Animal-(las escenas en el laboratorio están rodadas con la austeridad clínica que exige la institución, a menudo en encuadres simétricos que podrían estar sacados de 2001: Odisea en el espacio), donde los investigadores trabajan para desvelar los secretos y encontrar la cura para el Coronavirus a través de la experimentación con animales, es donde Faus construye un mosaico de escenas e imágenes en busca de una verdad. Esa misma verdad que ilustra la cita de Georges Bataille que abre la película: “La verdad tiene sólo una cara: la de la contradicción violenta”.

Faus nunca muestra las imágenes de esa violencia. Aunque se convierte en el tema recurrente de la película. Está implícita e invocada a través de la poesía de su registro.

Valerio es un hombre sencillo lleno de contradicciones. Se nos presenta en todo su esplendor pastoral, cuidando con esmero de su rebaño, paseando por bellos paisajes, pasando sus días en simbiosis con la naturaleza. Sin embargo, sabe que, entre su salud y su edad, no le queda mucho tiempo como pastor. Se entera de que su salud empeora. Se frota constantemente las manos doloridas. Depende de un montón de pastillas y analgésicos, cuya existencia misma puede provenir del laboratorio vertido en el paisaje por el que pasea con sus ovejas. De niño soñaba con ser astronauta. Tiene un loro enjaulado en casa. El mundo animal nunca está lejos de él. Es callado y taciturno con su mujer, que parece estar jugando al videojuego Sheep en su tableta cada vez que llega a casa. Sin embargo, cuando hablan, lo hacen con sencillez y profundidad sobre su vida actual, sus problemas y sobre su amor, sus recuerdos y sus placeres en la vida. Su franqueza y naturalidad son reveladoras. Faus dice que, con algunas reticencias iniciales, abrieron sus vidas a él y a su equipo, lo que da corazón y alma -y voces- a esta exploración fílmica. Lleva a su rebaño a una central lechera industrializada, donde coloca pezoneras en las ubres de las ovejas y las máquinas extraen leche de ellas. Una central lechera contemporánea no es muy diferente de un laboratorio científico. Él se integra en esta instalación industrial sin hacer ruido y sin cuestionar nada. Su relación con los animales a su cargo no está exenta de compasión, pero también de ser desapasionadamente consciente de que esas criaturas son parte integrante de su medio de vida. Y esa vida se está volviendo insostenible debido a su menguante condición física y a la realidad económica de que su ocupación se está volviendo redundante. Y cuando llega esa “verdad”, las ovejas se convierten en mercancías.

El laboratorio muestra una visión más abstracta de la relación de la humanidad con los animales. Entrar aquí es renegar del mundo exterior/natural. El lugar se obsesiona por mantenerse estéril. Al principio vemos a una investigadora despojándose de su ropa, joyas, etc. para someterse a un elaborado ritual de esterilización, del que finalmente sale enfundada en una bata genérica y una mascarilla. Dos mujeres, que mantienen limpio el lugar, no son muy distintas de las friegaplatos (sin el síndrome de Down) de The kingdom de Von Trier, y no sólo hablan de sus vidas fuera de las instalaciones, sino que también parecen saber todo lo que ocurre dentro. Una de ellas, haciendo su ronda para mantener los pasillos impolutos, encuentra un intruso, un diminuto insecto que provoca un tiz alrededor de la inexpugnabilidad del lugar para el mundo exterior. Esto envía al director del laboratorio y a su ayudante a la recurrente y cómica tarea de inspeccionar y echar humo por todas las rendijas de las paredes, los cimientos y los alféizares para ver por dónde ha podido entrar este invasor. Se determina que el bicho probablemente entró junto con algún animal que fue traído para experimentación. La entrada de animales en la instalación se presenta en una serie oscuramente cómica de escenas recurrentes. La primera vez, un montacargas con esclusas y demasiados botones se abre para revelar un montón de cabritos que son engatusados por un pasillo genérico con varias puertas cerradas donde son conducidos a la única puerta que está abierta. Más tarde, dos cerdos gigantes reciben un trato similar. Las puertas se abren. Las resistentes criaturas son empujadas fuera del ascensor y conducidas a otra puerta. Más tarde llegan unos cerditos. Más tarde, ¡patos! Y por último, lo que parece ser el último rebaño de Valerio, unos corderitos negros. Lo que hay que recordar es que ninguno de estos animales saldrá vivo de las instalaciones.

La idea de que el laboratorio, donde se estudian los agentes patógenos humanos y de otros animales, deba estar totalmente aislado del mundo en el que existen estas cosas no hace más que poner de manifiesto un ejemplo de las contradicciones de Bataille. Las múltiples contradicciones de la existencia de Valerio, del laboratorio científico con su equipo humano y su obsesión por el control, de la perra Brisa que depende de Valerio y trabaja para él, de las ovejas que pastan, son ordeñadas y esquiladas, de la panoplia de interacciones entre humanos y animales se ilustran con claridad y enigma en Fauna.

Fauna termina con tomas del paisaje, natural y con invasiones de la industria humana, autopistas, lugares donde Valerio y su rebaño habitaban, ahora vacíos. La película no es tanto un alegato contra la hegemonía o la locura humanas, y es más una demostración sobre en qué se han convertido nuestros sueños arcádicos.

Fauna
Dirección: Pau Faus
Guion: Sergi Cameron, Pau Faus, Júlia R. Aymar
Edición:Júlia R. Aymar
Música: Israel Marco, Quim Ramos
Fotografía: Carlota Serarols
Sonido: Diego Pedragosa
Producción: Sergi Cameron
España, 2023, 74 min