Por Mónica Delgado
Si bien el sueco Mikael Wiström titula su documental como la obra de Luis. E. Valcárcel, escapa a cualquier asociación a esa propuesta indigenista utópica y mucho menos ensalza alguna idea de renacimiento indígena. Su apuesta por ese título va por otro lado, y se centra en su significado literal, en un viaje de sentimientos encontrados hacia los orígenes, en busca de una filiación donde se parte de la nada.
Wiström centra su documental en el relato en primera persona de Josefin Ekermann, una adolescente sueca que viene a Perú para hurgar en la memoria de la hermana de su padre, Augusta La Torre, primera esposa del exlíder de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, y que murió a finales de los ochenta en condiciones no esclarecidas. Ekerman llega sola con su extrañeza, descubrimiento e incertidumbre, pero decidida a saber más de su tía, de ese personaje que por momentos adquiere bajo sus ojos la fisonomía de una admiración surgida de relatos familiares desde la lejanía y que de pronto verá romperse o desaparecer como ídolo de barro. Pero a Wiström no le interesa solo el registro de esta búsqueda unidimensional de la verdad, sino más bien apela a un recurso que enriquece su puesta en escena y permite alejarse del documento de parte para ir a la caza de verdades, de puntos de vista sobre la violencia política en Perú y sobre sus miles de víctimas desde dos personajes.
Así como Wiström presenta a Josefin como la persona que pide perdón a su padre, hermano de Augusta, por venir a Perú a hurgar en la memoria familiar, también nos acerca al caso de Flor Gonzáles, joven que pide justicia por la muerte de su hermano Claudio en la masacre de El Frontón, ocurrida en 1986 durante el gobierno de Alan García. Para Flor, su hermano no era un senderista sino un simpatizante que fue víctima de la arbitrariedad del poder judicial en tiempos de terror. Y es desde estas dos visiones que se confrontan y dialogan, y pese a que pudieron tener incluso puntos de vista irreconciliables, que el cineasta deja asomar una posibilidad de perdón y memoria, en esa dialéctica tirante, en medio de la atmósfera de gestos y frases de ambas mujeres.
El valor de Tempestad en los Andes (Suecia, Perú, 2014) está precisamente en proponer esta correspondencia de la búsqueda de la verdad entre dos mujeres de posiciones políticas y sociales opuestas, en su frustración disimulada, en el miedo ante la aparición a paso lento de lo contundente. Josefin indaga, confirma, llora mientras Flor hace lo mismo pero en un modo inverso. Y el fantasma de Augusta, que por un momento aparece como otra víctima de su radicalismo, surge entre las dos, para confirmar la necesidad de una memoria activa y crítica, donde no hay lugar para el olvido.
Wiström también necesita voces autorizadas en este viaje, y acude a dos expertos en el tema, a un periodista, Gustavo Gorriti, y a un analista, Carlos Tapia, para que sirvan de fuentes “versadas”, pero también hace que Josefin escuche testimonios en quechua de testigos de masacres, haciendo este descubrimiento un total desvelo de lo emocional. Quizás al final del documental hay un tono didáctico en torno a la figura misma de Claudio, a quien se le dedica el filme, y lo que la jueza describe ante Flor y su hermana, sin embargo, se logra un documental valioso sobre el cambio de un sentido sobre lo familiar e íntimo asociado al pesar y sufrimiento de todo un país, o al menos de una parte de él.
Competencia Documental
Director: Mikael Wnström
Fotografía: Ivan Blanco, Göran Gester
Edición: Göran Gester, Mikael Wnström
Sonido: Mario Adamson
Música: John Renkdal y otros
Producción: Mänharen Film & TV AB, Casablanca Cine S.A.C