Por Pablo Gamba
Un hecho reciente ha renovado la vigencia de Esquirlas, más allá del Premio José Martínez Suárez que recibió la directora, Natalia Garayalde, en la competencia argentina del Festival de Mar del Plata el año pasado. En febrero, la pequeña ciudad de Río Tercero, en la provincia de Córdoba, no se adhirió al duelo nacional por la muerte del expresidente Carlos Menem. La causa: las explosiones que ocurrieron el 3 de noviembre de 1995 en la fábrica militar de la localidad, como consecuencia de lo cual Río Tercero fue objeto de un bombardeo con proyectiles manufacturados por el Ejército del propio país que causó siete muertos, más de 300 heridos, gente afectada durante años por las sustancias químicas que se diseminaron y destrucción en toda la ciudad. Una hermana de la cineasta y su padre murieron de cáncer, como muchos en Río Tercero. Menem murió de una falla renal 10 días antes de la comparecencia en un juicio en calidad de presunto autor mediato de lo que ocurrió. No fue un accidente sino un hecho provocado para ocultar el contrabando de armas a Ecuador, que había estado en guerra ese año con Perú, y a Croacia, que apoyó una secesión en Bosnia.
En este marco, el de la subestimada “denuncia”, Esquirlas es una película no solo vigente sino pertinente por sus propias características. El origen del archivo de video casero en el que está principalmente basada fue la compra por la familia de una Sony Video8, cámara que tuvo la particularidad de que no solo se destinó a ese uso sino que también fue una alternativa ligera para la cobertura informativa de la televisión. El crimen de Río Tercero convirtió a esta Video8 en recurso para un tipo singular de cine en el que no hay solución de continuidad entre los ámbitos de las películas familiares y el periodismo de los medios masivos, y que se abre incluso a los autorregistros hechos para demostrar su inocencia por un trabajador civil de la fábrica falsamente acusado de haber causado accidentalmente la explosión, y a un tipo de cobertura como la de los corresponsales de los canales de noticias en el extranjero.
Hay varios momentos claves en las transformaciones que atraviesa este documental en los que hay que detenerse. La home movie del comienzo –que revela a los “pichones” de periodistas que eran Natalia Garayalde, a los 12 años, y su hermano, más o menos de la misma edad, y su precoz talento para el manejo del lenguaje audiovisual– se transforma, primero, en una secuencia típica de disaster movie, filmada desde el interior del auto en el que el padre recorre la ciudad mientras todavía está en progreso el “bombardeo” y recogen a una madre con su niño en brazos. El punto de vista es de un personaje que intenta mantener la razón entre víctimas aterrorizadas. La ficción genérica y el testimonio familiar se homologan aquí.
Después, ocurre un giro más importante: inesperadamente la cámara pasa a ser la de un noticiero que registra la destrucción de Río Tercero en grandes planos aéreos, desde un helicóptero al que después se ve aterrizar desde el exterior del aparato. No hay nada en el relato que explique cómo se producen giros como este, que se deben a la inclusión de material cedido por dos periodistas y que se homologa con el registro familiar probablemente por el uso de una cámara igual o semejante. Es, asimismo, un logro del montaje, por el que Esquirlas también fue premiada en Mar del Plata.
Esta hibridación se mantendrá en las escenas en las que se registran una conferencia de prensa y declaraciones de funcionarios a los reporteros, así como entrevistas hechas por la TV a vecinos de la localidad. No obstante, hay un gesto que claramente reinscribe el relato en el contexto del cine familiar: un plano en el que el encuadre al revés, para significar que Río Tercero quedó como puesta de cabeza por la explosión, replica la manera de expresarse de los niños cineastas y uno de los juegos incluido al comienzo, en el que los dos interpretan personajes en una cómica posición similar.
El tercer giro trascendental se produce cuando se incorporan las reconstrucciones domésticas hechas por Omar Gaviglio, el empleado falsamente acusado. Una vez más, la textura homogénea con las demás que presentan estas imágenes borra cualquier marca que permita distinguir el material grabado por esta persona del registro hecho por la familia y el de los periodistas. Se le añade una grabación hecha por Garayalde en Bosnia de la destrucción de una torre, que pudo haber sido causada por los proyectiles argentinos. La película familiar que devino ficción genérica y noticiero cristaliza, de esta manera, como un singular “periodismo de investigación”.
Pero, no se trata solamente de una cuestión fílmica. Las transmutaciones de Esquirlas expresan algo más trascendental, que recuerda cómo las “películas familiares de vanguardia” de Stan Brakhage negaban la separación de los ámbitos del arte y la vida cotidiana. La que se borra en este “periodismo” es la frontera entre lo personal y lo social que es la base de la representación de lo real como espectáculo en los medios informativos. Las víctimas de la disaster movie del comienzo se transforman así en un tipo de ciudadano integral, cuya vida privada no se divide de la pública, y para el que la comunicación social es parte de su propia experiencia familiar y comunitaria. Además de una gran explosión, hay pequeños destellos de utopía en este documental.
Película de apertura
Dirección y guion: Natalia Garayalde
Producción: Eva Cáceres
Montaje: Julieta Secco, Martín Sappia
Argentina, 2020, 69 min.