FESTIVAL DE LIMA 2016: NERUDA DE PABLO LARRAÍN

FESTIVAL DE LIMA 2016: NERUDA DE PABLO LARRAÍN

Por Mónica Delgado

Neruda de Pablo Larraín gana una lectura rica si se le valora como antagonista al universo de izquierdas que el cineasta propuso en No. Si en la película de 2012, un publicista llega para abordar con creatividad una campaña en contra de la permanencia de Pinochet en el poder, constituyendo un oportunidad de mostrar la organización y la sentimentalidad de la izquierda chilena a finales de los ochenta de un modo empático, en Neruda pasa algo similar pero desde la figura poderosa de uno de los personajes más influyentes y queridos de la historia latinoamericana del siglo XX, Pablo Neruda, pero aquí desde su filiación ambigua al partido comunista y su convergencia con el gobierno de Gonzáles Videla a mediados de los años cuarenta.

Neruda no es un biopic, es más bien una película que se nutre de códigos y estéticas del film noir, pero también de un toque de humor absurdo, y la comedia negra, sutil claro, para mostrar un engranaje inusual de corazón metaficcional. Por un lado, Larraín recrea el pasaje político más idealizado de la vida de Neruda (Neftalí Reyes), pero para hacer un retrato social personalísimo de un comunismo de gabinete, por momentos satírico, y que se luce en unos diálogos y narración en off de carácter anodino, por no decir “bizarro”. Veinte poemas de amor y una canción desesperada se vuelve en un leit motiv, en el manifiesto emocional de una generación superflua pese a los grandes retos profesados en el discurso. La retórica del verso, mostrada  ridícula y cursi, se oye como mejor ejemplo de su imposible aterrizaje en lo social. Este divorcio del ser comunista y la acción, que el film refleja en diversas escenas, aparece de modo sardónico, en fiestas, cócteles, orgías, recitales, prostíbulos, y donde Neruda se luce más como un ser social que uno político. Así, los comunistas, el partido, las reuniones, son mostrados como si todo ese entorno estuviera gobernado por las formas y una militancia endeble. Y por otro lado, Larraín apuesta por introducir una suerte de antagonista, o alter ego, el personaje que encarna Gael García Bernal, para mostrar el lado creativo de Neruda, pero más allá de los poemas y versos, y que tiene que ver más con su fascinación por la novela policial. Cuenta la anécdota que Neruda toma su seudónimo de un personaje de una novela de Conan Doyle, y en la película esta atracción por los crímenes, las búsquedas detectivescas, los señuelos, es mencionada en varias oportunidades. Así, Neruda, el film, se convierte en la auscultación de las fascinaciones creativas del personaje histórico, más que abordar una lectura histórica en sí, es más bien una fabulación de lo ficcional, a partir de esta pasión por el policial y el género.

La construcción metaficcional (si el policía que persigue a Neruda es una invención del escritor o no, si la voz en off es parte de algún relato que cobra vida, o si Neftalí Reyes es por fin abordado para elucubrar sobre la realidad de su seudónimo) permite a Larraín en Neruda este ludismo en buena forma, mostrando una habilidad para este tipo de humor extraño (o una cuota de absurdo e irrealidad, como señaló el cineasta en una entrevista) y que no aparece en sus otros films, para avanzar hacia un desenlace donde se afirma el liderazgo de la ficción y sus fantasmas por sobre todas las cosas. La llama que no se puede apagar. Un film que quizás hubiera gustado a Vicente Huidobro y a Pablo de Rokha.

Competencia de Ficción
Director: Pablo Larraín
Guión: Guillermo Calderón
Fotografía: Sergio Armstrong
Reparto: Luis Gnecco, Gael García Bernal, Mercedes Morán, Alfredo Castro, Pablo Derqui, Marcelo Alonso, Alejandro Goic, Antonia Zegers, Jaime Vadell, Diego Muñoz, Francisco Reyes, Michael Silva, Victor Montero
Productora: Coproducción Chile-Francia-España-Argentina; AZ Films / Fabula / Funny Balloons / Participant Media / Setembro Cine / TELEFE
Chile, 2016, 107 min