FESTIVAL DE LIMA 2024: PARTIÓ DE MÍ UN BARCO LLEVÁNDOME DE CECILIA KANG

FESTIVAL DE LIMA 2024: PARTIÓ DE MÍ UN BARCO LLEVÁNDOME DE CECILIA KANG

Por Benji Porras

Cecilia Kang retoma un verso de Alejandra Pizarnik para titular su documental. “Explicar con palabras de este mundo/ que partió de mí un barco llevándome”, escribió la poeta en Árbol de Diana (1962). Con la fuerza poética de esos términos inicia la búsqueda del lugar que ocupa hoy en Argentina un crimen de guerra de hace más de medio siglo acontecido en Corea. Así, la cinta tiene como disparador y punto de partida un falso documental en el que jóvenes argentinas con ascendencia coreana interpretan a “mujeres de consuelo” -o wianbu, como son nombradas en coreano. Las “comfort women” fueron mujeres secuestradas por el Imperio japonés y forzadas a ser esclavas sexuales durante la Segunda Guerra Mundial. Ellas fueron captadas con la promesa de trabajo y una mejor vida, y terminaron encerradas en “estaciones de consuelo”, donde recibían a varios soldados por día para ser abusadas sexualmente.

En primera instancia, este tercer largometraje de Kang, en competencia en la 28° edición del Festival de Lima, puede ser acusado de ser muy tímido o muy poco eficaz a la hora de tratar estos actos atroces, ya que principalmente los toca a través de referencias de una de las actrices. Podría decirse que no dimensiona los hechos y les quita peso, y como diría Theodor Adorno “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”. Pero, ¿tendría razón esta acusación?

La protagonista de Partió de mí un barco llevándome (Argentina, 2023) es Melanie Chong, quien se prepara para interpretar a una de las sobrevivientes. Melanie ensaya sus textos en distintas instancias: sola, frente a su madre, con su amiga, y en todas ellas parece evadir una conexión más profunda con las palabras que pronuncia. Sin embargo, cada vez que cruza esa barrera, se apropia del texto y rompe en llanto. El obstáculo inicial no tiene relación con su capacidad actoral, pues demuestra ser talentosa, sino con algo más profundo. Pronto se nos revela que sus padres están separados y que su madre fue víctima de violencia familiar durante años, hechos de los que la protagonista no parece guardar recuerdos. Y aunque haya un vínculo marcado por la violencia ejercida desde el patriarcado entre las wianbu y la familia de Melanie, su conflicto -y el del documental- parece ir más allá: su relación con el pasado como concepto.

La violencia histórica se entrelaza con los episodios de violencia familiar, que a raíz del documental son recordados nuevamente en su casa. Y en este ejercicio se manifiesta la disputa más interesante. Melanie no halla una buena razón recordar el pasado. Ni el de su familia ni el de las wianbu. Es explícita: no le encuentra una utilidad a “remover la herida”. La respuesta llegará con su viaje de Argentina a Corea del Sur, donde reside su hermano. Allí no solo visitará museos dedicados a las víctimas de la esclavitud sexual, sino que encontrará un espacio donde la nostalgia se instala como una nueva forma de relacionarse con su hermano. Cada gesto desata un recuerdo y este a su vez el llanto, y el amor. Otro plano de la relación con el tiempo es la ciudad. Durante todo el metraje se intercalan escenas de Melanie interactuando con los lugares públicos, habitando los espacios donde ella vive, donde “ella es”. Y tanto en Buenos Aires como en Seúl, observaremos formas distintas de acercarse a la ciudad. Mientras en la primera se desplazaba casi flotando, con la naturalidad efímera del presente; la segunda, que representa su pasado tanto cultural como familiar, se vuelve más bien un campo de acción. Su reconciliación con el pasado se afianzará cuando llegue a ver unas pinturas hechas por las wianbu sobrevivientes. Al principio -cuenta el guía- ellas hacían dibujos básicos sobre actividades cotidianas, pero cuando entendieron que este sería su testimonio para las generaciones que vinieran tras su muerte, empezaron a pintar obras más expresivas y personales. Es en esta secuencia donde se puede sentir el peso de una herencia transmitida, un peso asumido ahora por la protagonista.

Extrapolando a Adorno en su Dialéctica Negativa (1966), podemos decir que los caminos hegemónicos de la cultura nos han hecho vulnerables a las relaciones de dominio, las formas convencionales de documentar un crimen histórico no han servido de mucho si han sacrificado en el camino a la particularidad. Y como él mismo advierte hacia el final de su obra,“quizás estuve equivocado, quizás lo único que se puede hacer es poesía”. Sería un error pensar que la película trata sobre los actos atroces ocurridos durante la guerra, a pesar de que son un eje central del relato, a pesar de que están permanentemente presentes. Sea intencional o no, hay algo más profundo que subyace a los crímenes de los que se habla: nuestra reacción frente a la Historia, el papel que cumple el pasado cuando sucedió a miles de kilómetros y cuando nadie que lo vio queda vivo. La tesis: pasado importa porque nosotros somos el territorio de la Historia.

Competencia de largos documentales
Dirección: Cecilia Kang
Guion: Virginia Roffo
Música: Delfina Peydro
Fotografía: Victoria Pereda
Intervenciones de Melanie Chong, Hae Kyung Jeon, Alex Chong, Eunice Cho, Mora Lestingi
Argentina, 2023, 81 min