Por Mónica Delgado
Cuarta película del cineasta estadounidense Sean Baker y que muestra de lleno las fórmulas del cine independiente de ese país sin desmedro en una historia lograda del surgimiento de una amistad entre una chica de 21 años y su vecina de 82 años. Dree Hemingway (nieta del famoso escritor e hija de Mariel) es Jane, una muchacha que se acaba de mudarse con una pareja de amigos de su edad insegura e inmadura, con quienes comparte momentos de videojuegos y ocio. Jane conoce a Sadie, una anciana que se resiste a la amistad de la joven, y debido a una confusión que hace que Jane se quede con dinero de Sadie, se generan una serie de eventos que permitirá el encuentro de una filiación simbólica, que cuesta decepciones.
Sean Baker, quien ya ha dirigido El príncipe de Broadway, consigue esta vez dos retratos a partir de la disparidad: un personaje gastado y arisco que se resiste a las buenas intenciones de una desconocida, y una rubia Jane que entra de lleno a la vida de una anciana viuda y solitaria. En este toma y daca, Baker va creando cuotas de flexibilidad, donde Starlet (el perro de Jane) se convierte en motivo de una amistad disímil. Baker va complejizando la relación amical de sus protagonistas, en un contexto de California juvenil, de estrellas porno y drogas pero donde no existe el factor «negativo». Refleja un modo de vivir acostumbrado y normalizado en sus excesos, sin una mirada moral, que sería poco necesaria.
Starlet sería una película indie del montón si no fuera por la construcción de dos personajes en pelea y atracción constante, en esa guerra generacional apoyada en confesiones y confianza, y sobre todo por un final revelador, que demuestra que Baker sabe poner en escena expresiones sencillas en imágenes de igual transparencia.