Por Mónica Delgado
Pareciera que acudir al término “materialidades” apunta a un estado de la esencia del cine que no está en sí dentro de la misma imagen, sino en esa suma del “entre” o del intersticio que deja el cineasta desnudo en la misma puesta en escena o discurso más allá del relato visible para que el espectador lo capte y lo haga real. Este tránsito de transformación entre lo que vemos y lo que se construye sugiere el modo en que la materia del cine aparece, entre la misma imagen solitaria y su alteración en el movimiento pero también en su deconstrucción y fragmento desde lo político.
El Festival Internacional de Cortos de Belo Horizonte presenta un espacio para destacar cómo se viene trabajando el discurso sobre la materialidad del cine a través de una serie de trabajos de diverso matiz, pero que exploran bajo preceptos distinto el abordaje de este tópico usual en el cine experimental.
En la primera sesión, Rainbow’s Gravity de Kerstin Schroedinger y Mareike Bernien (Alemania, 2014) propone un ensayo sobre cómo la fabricación del soporte del cine a color y sus emulsiones en fábricas de Agfa en plena Alemania Nazi se convirtió en un proceso sombrío, y paralelo a los horrores de la guerra. “¿Recuerdas el Holocausto a color?” es una de las primeras preguntas que aparecen para interpelar a los personajes fantasmales en escena, mientras se intenta recrear a partir de un sentido de doble proyección cómo se percibió este cambio de percepción.
Las cineastas recurren a diferentes modalidades del artificio, como proyectar escenas recuperadas de la vida bucólica de ese mundo de ficción que los nazis intentaron simular sobre tubos en el sótano de lo que parece ser una fábrica de Agfa abandonada. Pero no solo exploran esta posibilidad de la proyección incómoda y fragmentaria, sino en ir montando un discurso sobre los efectos y percepciones del color frente un mundo de eterno blanco y negro, como los documentales o extractos de las películas sobre campos de concentración (a la manera de La lista de Schindler y lo mencionan) y que conocemos. También hay una suerte de crítica al modo de producción de estas emulsiones a color que permitieron un giro al cine hecho en Alemania y que se mantuvo oculto hasta que se le atribuyó a una productora de dramas pos segunda guerra mundial, sobre todo porque las trabajadoras eran mujeres traídas de campo de concentración que sufrían los regazos de químicos peligrosos.
¿Cómo se traduce la materialidad del cine en un trabajo como el de Rainbow’s Gravity? Precisamente en hurgar en las posibilidades del color en un mundo que lo necesitaba, donde este intento de costo industrial reflejó una alineación paralela a los deseos de la dirigencia nazi y que las cineastas plasman bajo una cadencia de música electrónica y performances que niegan la posibilidad de proyectar en su estado natural a estos vestigios del horror convertidos en posible deleite.
En esta sección también se pudo ver los cuatro Paralell de Harun Farocki (Alemania, 2012-2014), que se convirtió en un evento significativo y en clave de homenaje al cineasta recientemente fallecido, y que con este trabajo propone una lectura política sobre la evolución de las imágenes y sus limitaciones en los videojuegos, a pesar de tener la meta cada vez más efectiva de simular lo “real”.
Por otro lado, Belles endormies de Léa Rogliano (Bélgica, 2013) se convierte en un ejercicio con tufo a ensayo sobre cine y género, pero que no llega a salirse de propuestas feministas conocidas sobre representaciones del cuerpo, el afán por la perfección corporal y la mediación de los m