Por Mónica Delgado
En este año, la sección Ahora México, de la edición 11° del Festival Internacional de Cine de la UNAM (Universidad Autónoma de México) está formada por once films, tanto de producciones y coproducciones mexicanas, de las cuales sobresalen a mi juicio dos documentales muy distintos entre sí, de cineastas mujeres, que exploran e interpelan dimensiones de roles específicos en determinados contextos, ya desde la observación con toques etnográficos o desde la hibridez del documental ficcionalizado. Me refiero a El compromiso de las sombras de la mexicana Sandra Luz López Barroso y a La mami de la española Laura Herrero Garvín.
En El compromiso de las sombras, Sandra Luz López Barroso nos adentra en el ritual funerario en un poblado afromexicano del sur del estado de Guerrero, evento que podría ser visto como una política protocolar, como un acto con elementos de acuerdos socioculturales que deben seguirse al pie de la letra, ya sea con un fin de respeto a la tradición y vida en comunidad, o con un afán devocional en correspondencia con las creencias religiosas propias y moldeadas desdela experiencia cotidiana. Más allá de la observación del ritual, que es descrito de manera cronólogica y a través de varios días, a partir del fallecimiento de Salomón, un patriarca que moviliza a todo el pueblo, lo que la cineasta propone es, sobre todo, un acercamiento a Lizbeth Domínguez, una mujer transexual que se encarga de todos los pormenores para la realización de este culto mortuorio.
Sandra Luz López Barroso es antropóloga, fotógrafa y realizadora y esta experiencia de campo es trasladada a los terrenos del documental observacional, que busca transmitir con rigor y cuidado los métodos laicos, día a día, en progresión, de estos ritos comunitarios. Sin embargo, esta experiencia asoma distinta cuando se detiene en la figura de Lizbeth, que con sus gestos, cantos, rezos, decorados o coordinaciones logísticas, se convierte en una ordenadora del mundo, y en una presencia capital para que este tránsito hacia el más allá sea realizado de la mejor manera y con respeto. Por un lado, está el registro de los ritos, desde el fragmento, sobre todo desde los primeros minutos, con la intención de trasladar el respeto, discreción y solemnidad que existe en este tipo de rituales familiares. Y por otro lado, López Barroso transmite, ya desde planos más generales, la emoción y peso de las despedidas, en la calidad del compromiso de cada persona y el rol que debe cumplir para que la tradición y saberes, que mezclan elementos afros y mestizos con el entorno rural, se desarrolle según el protocolo. Así, la cineasta consolida una poética afectiva de las despedidas. Hay una secuencia, quizás la más impactante, que permite aclarar el nombre de la película, donde vemos a Lizbeth armando la coreografía con los parientes, para recoger una cruz de madera llena de flores en un salón de velorio. En este momento, el papel de Lizbeth queda plasmado como el de la lidereza de una ceremonia compleja, donde los machismos o prejuicios quedan fuera de campo. Durante el ritual, algunas percepciones previas, de conflictos o alejamiento, se suspenden y se busca priorizar un clima adecuado para el tránsito hacia el otro mundo del ser querido. ¿Es quizás este mundo de ritos y despedidas donde Lizbeth puede convivir en respeto? No lo sabemos bien, ya que la directora Sandra Luz López Barroso le interesa explorar los motivos y emociones desde este proceso y de cómo Lizbeth se convierte en pieza capital para la preservación de la tradición, o como indica el título, de su total compromiso.
Justo en estos días, gracias a la página de crítica de mujeres Another Gaze, se publicó una curaduría del trabajo de la cineasta italiana, recientemente fallecida, Cecilia Mangini, donde pudimos ver Stendalì: Suonano ancora (1960), cortometraje filmado en una zona rural y que expone desde una poética particular las acciones de un grupo de mujeres en un ritual funerario. A diferencia de la propuesta de López Barroso que habla de una estructura social participativa en torno a los ritos de muerte, aquí se expone un dolor “universal” solo desde las mujeres, sobre todo abuelas y madres de obligado vestuario de luto, que lloran a un joven. Lamentos, movimientos que aportan al mantra del dolor, y que transforman al ritual en una performance coreográfica de despedida trágica. También recordé a Cocote, del dominicano Nelson Carlo de los Santos Arias, donde se expone rituales centroaméricanos y afros fúnebres, desde la mirada de un hijo pródigo, y desde la imposibilidad de un descanso eterno, ante la teoría de que la muerte del padre haya sido producto de un crimen.
A los ojos de López Barroso, los actos fúnebres y de despedida muestran componentes de relacionamiento social, pero también sobre cómo las comunidades prescinden de las clásicas instituciones regentoras de lo cultual, como las iglesias o sus sacerdotes, donde los habitantes asumen el liderazgo de los ritmos, las oraciones, canciones y emociones, de estos sucesos capitales de la espiritualidad y de herencia ancestral. Así, Lizbeth se convierte asombrosamente, y del ojo acertado de López Barroso, en una suerte de curaca actual, en una maestra de las despedidas, que controla y define su entorno (como cuando pide que los hombres se quiten los sombreros, o pide un trago para calmar la tristeza de una mujer).
Como dato, hay otro film en la competencia Ahora México que tiene a una persona trans como protagonista. En Cosas que no hacemos, de Bruno Santamaría Razo, se nos muestra parte de la vida Arturo, un adolescente que vive en un poblado rural de Nayarit, que debe ir a ocultarse a los campos para poder convertirse en Dayanara Cisneros. Lo que describe el film es su proceso de afirmación, en relación a una familia y un contexto hostil de violencia y machismo.
En La mami, la directora Laura Herrero Garvín convierte un lugar de antaño diseñado para el goce masculino en una arcadia de mujeres. La mirada de la cineasta se ubica narrativamente en la difuminación de las usuales fronteras del documental y la ficción, para centrar el desarrollo de la historia a partir del encuentro de Olga, la mami del título, y una mujer recién llegada al nuevo trabajo, que se hace llamar Priscila. Esta reunión entre estas viejas y nuevas miradas al entorno se da en el baño del bar Barba Azul, un espacio conocido en la Ciudad de México, donde los hombres van a bailar, beber y sentirse acompañados por damas de compañía.
Lo interesante del film es que se desenmarca del canónico “cine de ficheras”, término (mal) usado en función del papel que se le daba a las mujeres en melodramas que se desarrollan en caberets y en espectáculos de variedades. Fichera como nombre laboral para las mujeres que trabajan en bares y cabarets para bailar y acompañar a hombres solitarios. Es más, si mal no recuerdo, no se emplea este término a lo largo del film, ya que más que centrar la historia en entretelones entre parejas, o acompañantes y clientes, lo que Herrero Garcín hace es mostrar las interrelaciones entre las mujeres en un lugar que sirve de limbo a la labor de trabajadoras nocturnas en el bar. Es allí donde comparten y dejan sus problemas económicos y de madres en hogares de padres ausentes, para luego descender (literalmente, ya que el baño se ubica en el segundo piso del enorme bar) a la zona de los clientes, que es descrita a partir de bailes, el clima de las luces de neón, música en vivo y tomas de las mujeres eligiendo clientes o en espera.
La mami no es un film de denuncia, no busca mostrar algún tipo de explotación o las dinámicas de poder sobre las mujeres, sino que busca transmitir este encuentro emocinal de mujeres diversas que atraviesan las mismas problemáticas de opresión: deudas, desempleo, crisis de salud. Y más bien podría verse como una contraparte que busca la comprensión, la otra cara de la moneda del imaginario masculino en el cine de las “ficheras”, donde ganaba más la denigración, la sexualización u objetivización de las mujeres, también convertidas en sublimadas “reinas de la noche”, como sino cargaran encima con un contexto opresor patriarcal. Pareciera que la intención de la directora Laura Herrero Garvín es describir aquello que une a las mujeres, y que las separa también de otras, como las jóvenes que entran al baño, en calidad de nuevas clientas de los nuevos tiempos del bar, quienes irrumpen con una pregunta: “cuéntame, ¿que se siente ser puta?”. Ante lo cual, la mami Olga responde: “¡somos trabajadoras sociales!”.
Este choque entre mujeres, las que deben trabajar de acompañantes, y la que visitan el bar en plan hipster-romántico-nostálgico de lo marginal o popular, es quizás el elemento que confronta más en el film, sobre todo porque muestra las distancias sociales entre mujeres, y porque se agrega una capa más de consumo, a partir de un tipo de turismo nocturno, donde ser trabajadora en un bar por necesidad es un atractivo más para el divertimento de otras. Y este detalle también resulta problemático, porque el mundo masculino queda fuera de campo, o mostrado apenas a partir de algunos clientes bailando, sobre todo, o desde algunas acciones cotidianas de mantenimiento del local, como meseros barriendo y ordenando sillas, o pasando un trapo que saca el polvo de maniquíes desnudos y voluptuosos que forman parte de la decoración del lugar. O quizás esta limitada presencia física de hombres (ya sea como jefes o clientes) se corresponda con la visión que la mami tiene de ellos: “Aquí los hombres solo valen para dos cosas, para nada y para dar dinero”.
Y allí férrea se mantiene la figura de la mami, quien trabaja en el bar hace 45 años, como pronóstico de vida de la decenas de mujeres que hemos visto a lo largo del film, a quienes solo les queda ser parte del círculo y soñar con un trabajo distinto.
Sección Ahora México
El compromiso de las sombras
Directora: Sandra Luz López Barroso
Producción: Karla Bukantz, Maricarmen Merino
Dirección de Fotografía: Sandra Luz López Barroso
Edición: Lucrecia Gutiérrez Maupomé
Sonido Directo: Isis Puente
Diseño Sonoro: José Miguel Enríquez, 24/48 Post
Postproducción: Víctor Gómez
México, 2020, 90 min
La mami
Directora: Laura Herrero Garvín
Guion:Laura Herrero Garvín
Productoras:Laura Imperiale, Patricia Francesca, Laia Zanon y Laura Herrero Garvin
Fotografía:Laura Herrero Garvín
Edición:Ana Pfaff y Lorenzo Mora Salazar
Música:Josué Vergara
Sonido: Eloisa Diez y Heidy Carranza
México, 2019, 80 min