
Por David S. Blanco
La vuelta de uno de los nombres más interesantes de la sección oficial de Gijón 2017, era uno de los acontecimientos marcados en rojo para este año. El director búlgaro Stephan Komandarev, que ya me conmovió con la interesantísima Destinos (Directions), repite en 2019 con una cinta idéntica en cuanto a estructura formal, pero mejorada.
Rounds transcurre durante la noche del 9 de noviembre de 2019, en la víspera del 30º aniversario de la caída del muro de Berlín. Con este punto de partida, Komandarev nos pone en la piel de distintos policías de la ciudad, para desgranar el espacio sociocultura de crisis búlgara, tanto a nivel económico, como moral. Opta de nuevo por larguísimos planos en movimiento, con actuaciones extremas y salidas de tono, retratando, así, lo explosivo, emocional e irracional, que es su punto de vista acerca de la gente de su país.
El búlgaro decide hacer sus protagonistas a los policías, al ser agentes de la ley que ellos mismos se la saltan en busca de sus propios intereses. La crítica incisiva, cruel y directa a los servicios sanitarios deficientes, la corrupción, el abuso de poder, o el trafico de influencias, son solo uno de los puntos en los que se apoya la cinta más divertida de la competición, una diversión, que en ciertos momentos se oscurece como cuchillos que te dejan el corazón roto por dentro. La vida, y concretamente, la de esta noche en la que incluso los fantasmas del pasado, y las diferencias eternas entre el pasado comunista, y el futuro europeo, adquieren una nueva dimensión de debate. Mi favorita de la competición.

También pude ver, BabyTeeth, de Shannon Murphy, donde Milla, una joven que está luchando contra el cáncer, se enamora de Moses, un chico problemático que cambiará su vida para siempre. Shannon Murphy debuta en el largometraje con una tierna y triste historia sobre la vida, la salud mental, y el amor. La película se apoya en un elenco de actores conectados de forma precisa y orgánica, en un rápido ritmo mediante el montaje, y planos con movimiento en gran parte del metraje, como si nosotros respirásemos dentro de esas habitaciones. Aunque, ante todo, es un estudio de las necesidades y circunstancias que nos llevan a consumir drogas, ya sea de forma legal, o simplemente para sobrevivir.

Liberté, de Albert Serra, fue uno de los pases más especiales del festival. Bien entrada la noche, y con un teatro lleno, se nos presentaba la nueva -y polémica – película de Albert Serra, por la cual ya se llevó el premio del jurado en la sección Un Certain Regard, del pasado festival de cine de Cannes.
Ambientada en una noche de libertinaje de 1774, la cinta son 133 minutos de puro cruising en la noche, con una fotografía naturalmente artificial, llena de sombras oscuras, que crean una densidad en la pantalla, que unido a su lento tempo, dilatan la acción hasta tal punto, que uno acaba siendo participe en casi tiempo real, y de forma presente, de todos los placeres prohibidos o socialmente no aceptados por parte de las sociedades más conservadores. Rodado con 3 cámaras como ya viene siendo costumbre en la filmografia del director, sin ensayos, y con un mezcla de actores no profesionales con algunos con experiencia, la película acaba entrando en ese olimpo de cinta de culto, y se consagra como una experiencia que va mas allá de cualquier regla espacial o racional de lo que podemos entender que es el cine. Una cinta radical en su propuesta, y arriesgada en su desarrollo.

Basado en la increíble historia de Lillian Alling, una inmigrante presuntamente rusa, que decidió volver a su país atravesando Estados Unidos y Canadá andando, Andreas Horvath articula un relato atípico, en el que la brillante – y novata- Patrycja Planik sostiene mediante sus miradas y silencios, toda la película. 128 minutos de travesía a pie, de una mujer camaleónica que se adapta a todo tipo de situaciones, sin pedir ayuda o emitir una sola palabra durante todo el metraje.
Lillian es una cinta donde el individuo y sus circunstancias siempre están por encima del colectivo. Y es curioso, porque las circunstancias de Lillian, nunca se llegan a conocer del todo. Hay un punto de partida, pero a partir de ahí, solo nos queda esta Ilíada épica, contemplativa, y llena de precisión formal. Vemos cómo su cuerpo evoluciona, modifica y desgasta durante todo el viaje, y sentimos en multitud de ocasiones, los peligros de viajar solos -especialmente para una mujer- por la cantidad de personas que pululan por las carreteras de Estados Unidos.
Ante todo, Horvath lleva su idea hasta el limite de la extenuación, y esto, es algo que hay que aplaudir siempre. El resultado: una cinta que se va haciendo sobre la marcha, sin apenas guion, y constituye una experiencia estimulante, pero quizás no apta para todo tipo de públicos.