Por Pablo Gamba
Manuel Abramovich filmó Años luz en el rodaje de Zama (Argentina, 2017). No se trata de un making of de la más reciente película de Lucrecia Martel sino del intento de retratar a una de las realizadoras más importantes de la actualidad haciendo su trabajo. El estreno fue en el Festival de Venecia y luego estuvo, entre otros, en el Festival de Mar del Plata y en el Ficunam.
El título fue tomado de algo que escribió la cineasta en uno de los correos que intercambió con Abramovich, cuando le propuso filmar en el rodaje: “Yo estoy a años luz de poder ser la protagonista de una película”. Tratar de ponerla en ese lugar conllevó un forcejeo que se asemeja al del documentalista con el personaje de Solar (2016). Si Flavio Cabobianco le quitó la cámara para grabarlo a él, en Años luz se escucha a Martel avisarle que lo va a echar.
Lucrecia Martel ha sido pródiga en entrevistas, declaraciones y clases magistrales acera de su trabajo con el sonido, y otros detalles de su estilo y de sus temas. A ello se suma la abundancia de textos que profundizan en su obra. En ese campo parecieran quedar pocos secretos que revelar en un documental.
No ocurre lo mismo por lo que respecta al aura misteriosa que siempre ha existido en torno a Martel y que es el correlato de un cine que sigue sorprendiendo por su singularidad. Años luz se arriesga a introducirse en ese territorio. Trata de franquear la desconcertante coraza que ella ha levantado en torno a sí, por ejemplo, utilizando anteojos con forma de antifaz con los que pareciera querer ocultar su rostro y ofreciendo a los periodistas una cortina de humo en sentido literal: les hace frente con un puro encendido, sostenido entre sus dedos de uñas pintadas. Es algo que no se puede dejar de fotografiar.
Lo que le ha interesado a Abramovich en sus documentales es cómo repercute en un personaje el entorno con el que se relaciona. Un ejemplo emblemático es el cortometraje La Reina (2013), sobre una niña que padece el incómodo y doloroso proceso que se ejecuta sobre ella para transformarla en reina de Carnaval. En Años luz recurre a una técnica similar en su acercamiento a Lucrecia Martel: primeros planos de la cineasta, concentrada en lo que ve y escucha de lo que se filma, que queda fuera de campo. Pero si en aquella otra película resultó lo más adecuado, el procedimiento no parece ser revelador de cómo cristaliza el cine sensorial de la directora de La Ciénaga (2001). Lo que tienen de retrato esos planos no es mucho más que el parecido con las fotos.
No ocurre lo mismo con los contraplanos, los que muestran lo que ve y escucha Martel cuando está en situaciones análogas a aquellas en las que la observa Abramovich. Son planos hechos desde el punto de vista de las cámaras con las que se filmó Zama. Lo que parece iluminador de Años luz está allí: en las reacciones de los actores frente a las precisas indicaciones que les da la directora y las fastidiosas repeticiones que les exige hasta lograr exactamente lo que ella quiere. El retrato de Lucrecia Martel se consigue en alguna medida a través del despliegue del poder de una control freak, a la que se siente fuera de campo ejercer la autoridad de los que no levantan la voz para hacerse obedecer, que escucha a quienes tienen algo que aportar, como el actor Daniel Giménez Cacho, y que reserva para algunas mujeres el privilegio de llamarla “Lucre”.
Pero ser control freak es un lugar común que se dice de muchos directores. Resulta difícil imaginar otra manera de sacarle el jugo a gente talentosa para lograr algo propio. La más significativa huella de ese poder es, por tanto, el desplazamiento de la cámara de Manuel Abramovich por las dispuestas por Martel para filmar lo que realmente le interesa mostrar de sí misma: su obra.
Dirección, guion y fotografía: Manuel Abramovich
Producción: Benjamin Domenech, Santiago Gallelli, Matías Roveda, Manuel Abramovich, Lucrecia Martel
Montaje: Iara Rodríguez Vilardebó
Sonido: Sofía Straface, Leandro de Loredo
Argentina-Brasil-España, 2017