Por José Sarmiento Hinojosa
Un producto extraño de la cinematografía experimental nacional, El Epitafio no me Importa es un documental, o un documental de ficción, o más precisamente un mockumentary (bien es utilizado el término «mock» = burla) narrado en una videocámara de baja resolución. Sin embargo, cualquiera sea el género que le corresponda, el ejercicio fílmico termina por funcionar, muy bien por algunos momentos, regularmente por otros.
Desde su aparición en los medios nacionales, El Epitafio no me Importa ha sido sujeto de muchas hipótesis con respecto a su creación. El documental, sin duda, tiene que ver con el personaje de Alberto Angulo Chumacero, un poeta de bajo calibre, crítico de cine y sobretodo, sujeto extravagante que recita poesías en un anfiteatro público y que es constantemente «pifiado» por sus concurrentes. Un perdedor inserto en una fantasía de delirio, frecuentando constantemente a extraños personajes que alimentan su desvarío. Chumacero es un sujeto conocido para la crítica de cine nacional, por lo que el filme no termina de ser extrañamente familiar.
Lo que no queda claro es la verdadera autoría del filme. Aunque el mismo se le acredita a Chumacero, es claro que hay un camarógrafo que parece controlar la película, que enfoca su lente donde le conviene, como en el extenso monólogo que el personaje sostiene frente a un supermercado, donde una adolescente extrañada por sus palabras, realiza muecas y ademanes por una larga cantidad de minutos. Estas burlas en la sombra, esta mirada ajena siempre por encima del hombro, son el fantasma de Chumacero, que ya padeciendo una enfermedad mental, se enfrasca en su propia psique. Chumacero es poeta maldito, prestidigitador, loco, presa de una gran conspiración, padre de una niña. ¿Pero cineasta? Queda abierta la pregunta.
Habría que hacer el ejercicio (necesario) de enviar El Epitafio no me Importa a otras latitudes, desligarnos un poco de lo que es Alberto Angulo Chumacero para muchos de nosotros que ejercemos la ingrata tarea de la crítica de cine en el Perú. El recuerdo de Chumacero como un tipo introvertido, un poco acelerado, siempre cogiendo bocaditos y gaseosas de las funciones de prensa solo alimenta la fantasía, el desvarío, el ejercicio poético del filme.
La duda queda flotando. Estamos frente a un buen filme, o ante un ejercicio de nostalgia sobre lo conocido. La respuesta, también queda flotando.