PANORAMA: EL ESPACIO ENTRE LAS COSAS DE RAÚL DEL BUSTO

PANORAMA: EL ESPACIO ENTRE LAS COSAS DE RAÚL DEL BUSTO

Por Mónica Delgado

Secuencias de diverso raigambre articuladas bajo una narración, voz en off que va tejiendo una sensibilidad de las imágenes, su intersticio, o simplemente un registro desde una memoria a punta de hacer compacta. Un cineasta declara que está haciendo una película sobre un policía mundano y atosigado por su trabajo, un solitario de náusea “sartreana”, que busca esa interjección de lo cansino y aburrido ante una vida que trascurre sin mucho artificio. De pronto, la misma voz en off se vuelve el personaje, con la misma apatía, la misma desilusión, declarando así el recurso del simulacro o la máscara, tanto en lo que se ve como en lo que se oye. Bajo el gobierno de planos y secuencias en diferentes lugares del mundo, armando una cartografía en apariencia inconexa de la no ciudad (y de no lugares como aeropuertos, parques de diversiones, autopistas), aliada a composiciones musicales que van dando una indisoluble visión del mundo, El espacio entre las cosas del peruano Raúl del Busto presenta un acercamiento al interior de un protagonista en su búsqueda y ubicuidad.

De México a Barcelona, de Lima a la Amazonía, las imágenes, registradas en una variedad de recursos (ralentis, zooms, panorámicos, casi huyendo de los planos fijos que sí primaban en sus dos anteriores trabajos: Detrás del Mar y La espera de Riowa), Del Busto va a ir configurando en su linealidad y artificio un paseo por esta inconformidad del protagonista en crisis, tanto en su proceso creativo, como dentro de su simulada vida pasional o de intercambio con el personaje que ha creado para su film.

Tomando como inspiración el diario de viajes o el film autobiográfico, a través del footage, grabados a lo largo de varios años, lo que implica también preguntarnos qué permeable y racional  se hace el proceso de producción en la misma naturaleza del film y en su ascendencia “experimental”. Me explico, si pensamos en una película como Mapa de León Siminiani, que de alguna manera se emparienta con esta en la medida que el argumento trata de un cineasta que no tiene claro aún qué curso va a tomar la película que tiene en mente, y decide tomar su cámara y registrar el suceder de sus días hasta que va armando precisamente el devenir del film: la película que vemos es la historia trunca de esa historia que quiso filmar y que nunca logró del todo. En El espacio entre las cosas (Perú, 2012) vemos imágenes del estado de ánimo del cineasta-personaje en plena construcción del arquetipo, de su héroe, de su perspectiva de lo visual, de su entendimiento del entorno a partir de ese espacio entre imágenes, sonidos e impresiones. Pero este artificio visual solo es comprensible a través de esta narración que lo teje todo, y así, bajo esta lógica, se podría hacer un relato ad infinitum, donde se pliegan todo tipo de visiones, de recortes, de un archivo mastodóntico que podría durar veinte minutos o diez horas.

El espacio entre las cosas comienza (y aquí me refiero al real inicio del film y no a la peculiar advertencia con la que se estrenó en Lima en salas comerciales) planteando su premisa “existencial-metafísica-ontológica” con habilidad, entablando este diálogo de impresiones, o de imágenes sueltas. Sin embargo este trip se disuelve en su extensión y en esa metáfora de lo identitario como huida de la ciudad hacia el origen y el mundo nuevo.

Esta película de Del Busto planteó dos asuntos extracinematográficos: el problema de la distribución y exhibición de películas peruanas en la cartelera comercial. Sufrió el atropello del multicine Cineplanet de Lima, ya que pese a tener un número regular de espectadores fue sacada de su programación en la misma semana del estreno. Y por otro lado, planteó un dilema con el espectador común y corriente, que no asiste a las salas de cine alternativo y que no suele consumir cine nacional. Antes de cada proyección se pasaba un anuncio sui generis, donde se solicitaba al expectador “sentir” y “no pensar” la película. No sabemos si fue un pedido de la misma cadena de multicines como requisito para exhibición o una idea del mismo director, que en el fondo roza la subestimación y condiciona la visión y por ende, la valoración misma del film.

En suma, este película de Del Busto resulta un ejercicio, sí, con momentos iniciales logrados, pero que agota su propuesta precisamente en el disfraz del cual se aferra, el ludismo de una idea de lo experimental como «arte» para «sentir», proponiendo así la vigencia de un discurso arcaico, decimonónico, zombi, de inicio del cine quizás, o de análisis discursivo en los sesenta, en  tiempos de afrentas ya canónicas dentro del cine experimental, de vanguardia o simplemente independiente. Se pierde más por un asunto conceptual (el cajón de sastre que señalo, o la idea del cine inagotable) como en su pretensión de experimentación, valorada también para algunos como logro dentro de la historia del cine de un país negado a transgreder la expresividad y la libertad del metraje.