PANORAMA: LA GRANDE BELLEZZA DE PAOLO SORRENTINO

PANORAMA: LA GRANDE BELLEZZA DE PAOLO SORRENTINO

Por Mónica Delgado

Que una película se titule La gran belleza nos convoca a imaginar una inmensa búsqueda de esa esencia, o la resignificación de un ideal total, de una abstracción inabarcable, tanto como espectadores, como dentro de la propuesta que Paolo Sorrentino ha creado para su protagonista, un Toni Servillo encarnando al famoso escritor Jep Gambardella. Así, en los primeros minutos de la película, y a modo de prólogo o introito (a la usanza del teatro antiguo), aparece en escena un coro de mujeres vestidas de negro, que permanece casi inmóvil, como las estatuas del recinto de arquitectura clásica en la Roma mítica e histórica, mientras llega un grupo de turistas japoneses, que la fotografía y admira casi en silencio. Sin embargo, uno de los turistas sufre un desfallecimiento tras tomar una foto,  siendo rodeado por todos a la espera del auxilio. Esta desconexión entre lo que muere y lo que permanece, o entre la fascinación de la belleza que causa la muerte (el turista sufre un infarto al parecer tras otear la imperial Roma desde esa colina), sugiere un reflexión pero también una mirada sardónica ante el hecho mismo de la divagación: la búsqueda de la belleza no es lo uno ni lo otro, sino ese todo en ese momento y lugar determinado.

La siguiente escena es aún más inesperada pero llena de humor, ya que vemos a Jep Gambardella celebrando su cumpleaños número 65 en una terraza de una mansión, acompañado de amigos sensiblemente alegres, que bailan a ritmo de “Mueve la colita” o alguna canción de Rafaella Carrá en versión de Bob Sinclair. En La Grande Bellezza se pronostica con ambas escenas el desborde, la sátira, la fabulación, pero también el ojo incrédulo, reacio ante esa Roma de clase alta decadente, pos Berlusconi, de botox y silicona, y en plena crisis europea. De las estatuas de la Roma clásica a los cuerpos del bisturí y el kitsch que detienen la vejez.

Como en la Roma de 8½  y de La Dolce Vita de Federico Fellini, ciudad que ya ha mutado en su fisonomía, Sorrentino se detiene en diseñar toda una galería de personajes anodinos, donde no hay intención de evitar la mofa o la ironía sutil, sino de seguirlos en sus vivencias y festejos, en sus momentos de esplendor y contradicción, como reflejo de una sociedad saturada, burlesca, devenida en espectáculo de cabaret o vodevil, de consumo y absurdos, y que aquí queda muy bien representada en los dilemas de un testigo inusual, un escritor devenido en periodista de farándula, un testigo especial en medio del lujo y la sofisticación. Pero no solo las semejanzas con el universo felliniano queda en un plano de construcción de personajes sino en esa puesta en escena que propicia el recuerdo y la ensoñación, y que bajo el ojo de Sorrentino se traduce también en las posibilidades que le brinda el uso del steadycam, sobre todo al seguir al protagonista por esa Roma nocturna o de paseos a media luz por un museo privado.

Jep Gambardella, un perfecto Toni Servillo, ya actor fetiche de Paolo Sorrentino, es un nuevo Guido Anselmi, pero modelado por otros tiempos, donde existen niñas artistas de influjo “pollockiano” o santas que duermen en el suelo y comen raíces, sí, precisamente parte de esa estirpe de curas u obispos, donde la religión y su poder ocupa el sinónimo de la culpa y frustración pero también el de la redención, al final de cuentas. Gambardella vive preso del pasado, pero sobre todo esclavizado a una mala decisión adolescente: un amor frustrado que lo lleva a replantearse una y otra vez su búsqueda de belleza, que en el fondo se convierte en una gran metáfora sobre el mismo acto de ver “la belleza”, ya como experiencia subjetiva o como esencia ontológica. El drama de la búsqueda no solo se limita al deseo del personaje,  sino al mismo impulso del espectador, cómplice de esta disyuntiva.

Sorrentino, como buen conocedor de la estética del pastiche, y que ha quedado demostrado con sus anteriores filmes, no teme a las referencias y citas (la más elocuentes son las fellinianas), y se pueden percibir en sus escenas el influjo del erotismo de una película de Walerian Borowczyk o los travellings a unas estatuas al estilo de Visconti, pero también menciones a eventos de la realidad mundial, como el naufragio del Costa Concordia.

La Grande Bellezza es una original épica sobre un hombre solitario y nostálgico, que se reconforta en el regreso al pasado y al recuerdo del amor perdido, que pese a la muerte, lo mantiene vital, pero en un entorno superficial y de ligerezas. Esa dicotomía o lucha entre lo vivo y lo que quiere desaparecer, como el juego retórico del turista japonés muerto en medio de las obras de la escultura romana, cobra una dimensión de lo irremediable, pero también de lo que fluye, como ese paseo final por el Tíber, en contrapicado, de ese personaje invisible que mira al cielo y al que acompañamos apaciblemente.

Director: Paolo Sorrentino
Productores: Medusa Film, Pathé, Indigo Film, Babe films
Guionistas: Paolo Sorrentino, Umberto Contarello
Actores: Carlo Verdone, Toni Servillo, Sabrina Ferilli, Serena Grandi
Francia, Italia
142 min.
2013