Por Pablo Gamba
Se publicó en internet República (2020), un cortometraje de Grace Passô, enmarcado en la crisis del COVID-19 en su país, Brasil. Presumiblemente fue grabado en su departamento del barrio céntrico del título, en São Paulo, con la directora de fotografía venezolana Wilssa Esser, quien trabajó con ella en Temporada (2019), dirigida por André Novais Oliveira. La película se hizo como parte del Programa Convida, patrocinado por el Instituto Moreira Salles.
La actriz, dramaturga y directora tiene una destacada trayectoria en el teatro. Se ha convertido también en una figura emblemática del cine brasileño actual por su trabajo en películas como Elon não acredita na morte (2016), de Ricardo Alves Jr, y Praça Paris (2017), de Lúcia Murat. Debutó en la dirección con Vaga carne (2019), mediometraje codirigido por Alves, y que se difunde en streaming junto con Sete anos em maio (2019), de Affonso Uchoa, premiado como mejor corto en IndieLisboa. El Festival de Tiradentes, que programa el cine más audaz de Brasil, le hizo en 2019 un homenaje a Grace Passô, como esperanza de un futuro que no se vislumbra en el país.
Entre los cortos que se han hecho sobre el COVID-19 y el confinamiento por la pandemia, de destacados directores de todo el mundo, República sobresale por la radicalidad de su postura crítica. Es una de las más crudas expresiones de angustia de los profesionales del arte y el entretenimiento, que están entre los más afectados por los problemas económicos que ha agravado la crisis, pero en su mayoría se han prestado de forma acrítica a defender las respuestas del “welfare state”, al que se debe la disponibilidad de fondos para el cine.
Hay en este cortometraje una doble desestabilización de la ficción, y es un correlato lúcido de todo lo que el coronavirus ha puesto al desnudo de manera brutal: la incapacidad de los sistemas sanitarios para hacer frente a una amenaza para la población, la contradicción entre el derecho a la vida la necesidad de mantener las ganancias de las empresas y los criterios con los que se asignan los fondos de ayuda, que profundizan las desigualdades.
En medio de una noche ya consagrada como símbolo de la era Temer-Bolsonaro en el cine brasileño actual, una llamada telefónica despierta a una mujer que sueña. Es una noticia que comprueba de inmediato en Internet y comparte con su madre: “Brasil es un sueño, no existe. Brasil, la casa… todo es un sueño”… Pero la historia que parecía comenzar allí, se interrumpe inesperadamente, y el relajamiento de la cámara lleva a un “accidental” plano hogareño de los pies descalzos de Passô, con medias, sobre el parquet, y luego, en su deriva, a otro plano aparentemente fortuito de una fotografía en blanco y negro de los ojos de la actriz en un momento culminante del teatro.
La división del cuerpo de Passô en estos dos extremos contradictorios, justificada por la puesta al desnudo de los procedimientos del rodaje, es un presagio del segundo y más perturbador momento desestabilizador del corto. La relativa comodidad de los que aún tienen un lugar con que seguir el “quédate en casa” se confronta allí con el personaje de la indigente a la que ladran los perros, y que responde con otro grito, desde la calle, al grito de Passô en la ventana. Se hará manifiesto que la distancia social entre las dos puede desaparecer como una caída de la ilusión del confort a la realidad.
El cine de la noche sin fin inaugurado por Era uma vez Brasilia (2017) de Adirley Queirós, luego del golpe contra Dilma Rousseff, parece reencontrarse en República con el “cine suicida” brasileño de finales de los años sesenta, como llamaron al cinema marginal. “Cuando la gente no puede hacer nada, la gente se degrada”, dice el difuso protagonista de O bandido da luz vermelha (1968) de Rogerio Sganzerla, pero el cortometraje de Passô recuerda que aun así es posible hacer una cosa, aunque sea solo una: gritar.
Dirección y guion: Grace Passô
Fotografía, montaje y sonido: Wilssa Esser
Interpretación: Grace Passô, Wilssa Esser
Brasil, 2020