Por Mónica Delgado
Mientras algunos cineastas imaginan los últimos días de dictadores en sus films de manera idealizada, a tal punto que los proponen inmortales como si fueran vampiros milenarios (si pensamos en El conde, de Pablo Larraín), como metáfora sobre su supervivencia ideológica, en Our Father – The Last Days of a Dictator, el cineasta portugués José Filipe Costa propone el drama de uno de estos personajes en una doble muerte. El director nos ubica dentro de una historia ambientada en 1968, y basada en hechos reales. Recupera detalles de los últimos días, como dice el título, del dictador portugués António de Oliveira Salazar, años previos a lo que sería la Revolución de los claveles, fin de la dictadura, tras casi cuarenta años en el poder.
El lema “Dios, patria y familia”, lamentablemente aún vivo y exaltado por las derechas más conservadoras, es el ordenador sentimental del universo interior que rodea al dictador. Tras un accidente que lo deja con discapacidad, Salazar regresa a su mansión, aunque su ama de llaves, asesores y servidumbre no le informan que ya no es presidente, puesto que se le cedió el poder a otro allegado. Y es desde esta locación dominante, el entorno doméstico, que el film se desarrolla con amplitud, a tal punto que esta tríada de religión, chauvinismo y conservadurismo moral, que funciona como dogma, adquiere una dimensión “teocrática”. Y así, la primera muerte sería este plano privado, donde Salazar desaparece de la mirada pública.
Como también indica el título, José Filipe Costa realiza una obra sobre la percepción de la figura del dictador desde las mujeres que lo rodean en su espacio más privado. Esta visión de comprender al dictador como un padre que se impone, desde esta exaltación de lo familiar y patriarcal se va volviendo un motivo, incluso desde el desplazamiento que se imagina desde el guion: desde ese plano inicial donde se ve a la ama de llaves a la espera de su amo que la obnubila, hasta el desenlace, en la segunda muerte, donde ella concreta esa fusión emocional con este ente cuasi omnisciente, ya dentro de un estado casi místico (hasta erotizado). El personaje principal recae en la mirada de la ama de llaves (Vera Barreto), y desde ella se van estableciendo otro tipo de dinámicas de poder, dentro de este pequeño mundo que extiende el sistema de control que este dictador detentaba.
Hay también otros vínculos que establece el cineasta, a través de algunas alusiones a los animales del entorno de la casa, donde ovejas o gallinas adquieren una dimensión homóloga a las actitudes apacibles e hipnotizadas de otros habitantes de la casa, que sucumben -a la fuerza- ante la figura del dictador, que parece estar desconectado del mundo.
Así, con Our Father – The Last Days of a Dictator, José Filipe Costa imagina el final patético de un dictador, sin sublimaciones, desde la recreación de un entorno viciado, decadente, donde solo la insensibilidad y la fascinación por la crueldad (como aquel momento en que el dictador, encarnado por el actor Jorge Mota, mira una foto donde un grupo de asesinados por su regimen son percibidos como ofrenda) caben dentro de una ruta expresiva para representar a este tipo de personajes.