SAN SEBASTIÁN: IN FABRIC, ILLANG, COLD WAR, QUIÉN TE CANTARÁ

SAN SEBASTIÁN: IN FABRIC, ILLANG, COLD WAR, QUIÉN TE CANTARÁ

Por David S. Blanco

Pasamos la mitad de festival en un día con varias piezas para enmarcar.

In Fabric, de Peter Strickland

Tuve que reorganizar toda mi agenda para poder visionar al duo Godard – Dumont en la jornada de ayer, por lo que la participación de Strickland en la competición debía esperar. Tampoco he tardado mucho, pues seis horas después estaba haciendo cola para ver una de las mejores películas de la competición hasta el momento. Con unos frames de varios fragmentos que veremos a posteriori, y un estilo que podría recordar al de Dario Argento, Strickland arranca una película tan fantástica como terrorífica. Y es que el horror se esconde a través de escaparates, vestidos que parecen poseer a sus protagonistas, en una critica a la sociedad de consumo capitalista, y las barreras y cárceles personales que nosotros mismos creamos en torno a nuestra imagen. Strickland toma como base la música de Cave of Anti Matter para tejer una sátira que a veces roza el absurdo, pero que es muy consciente de a qué está jugando. En ciertos momentos, la historia podría virar a la Serie B, pero el director consigue mantener el equilibrio perfecto entre el humor negro y la seriedad en la historia. Hay algunos momentos realmente perturbadores e incómodos, propios de ese cine del que te esperas cualquier cosa y no tiene nada que perder, de esa valentía que conquista y arrebata y que tan bien sienta a una competición como la de este festival. Estaría satisfecho si se alzase con la Concha de Oro.

Illang: The Wolf Brigade, de Kim Jee – Woon

La siguiente película nos viene de la mano de Netflix, una gran producción coreana que nos sitúa en un futuro no muy lejano para hablarnos del posible conflicto internacional que significaría la paz entre las dos coreas. Y no hay poco más que contaros. La película no puede ser mas canónica y formularia tanto en su desarrollo como en su formalidad, brillantemente ejecutada, pero carente de valor artístico. Una de esas que mas pegaría en un festival como Sitges, y que le hace a uno pensar si su entrada en la competición no es mas que para favorecer lazos con el cine coreano o la propia Netflix. En cualquier caso, bastante anodina.

Cold War, de Pawel Pawlikowski

Tocaba irnos al frío invierno de 1949 para disfrutar de la nueva película del director de Ida, el polaco de moda del cine europeo. En Cold War, se repiten los esquemas que tanto le hicieron triunfar en el pasado. Una planificación contenida, unas imágenes con una belleza plástica embriagadora, y una historia de cómo el entorno reprime al individuo, en este caso, durante el gran periodo de guerra fría que asoló el centro de Europa durante mas de tres décadas. Para articular esta opresión, el polaco relata una historia de amor atemporal entre dos personajes que se aman y atraen de manera irremediable, sin importar valores morales, políticos o fronteras lingüísticas que se opongan entre ellos. Cold War es una historia de un amor imposible – y más en nuestros días – narrados desde un prisma seco y elíptico. No hay una gran desarrollo en la trama, solo vemos los momentos importantes de una relación con la que cierto espectador puede tener problemas para empatizar, pero cuyo mayor atractivo no reside en la emoción, sino en la razón. Porque Cold War es una cinta canónica en cuanto a la dirección – ganó mejor dirección en la pasada edición de Cannes- y es que Pawlikowski no da puntada sin hilo. Durante toda la película, se mantiene un gran distanciamiento en la construcción del punto de vista, y apenas vemos planos cerrados durante su desarrollo. Apenas hay movimientos de cámara, y los pocos que hay, tienen una justificación real, hay un cambio palpable en el personaje. Lo mismo podríamos hablar de las angulaciones o los juegos con los espacios, cuyas pequeñas variaciones son directamente relacionadas con cambios en el estado psicológico de cada personaje. Y encontrar una cinta tan redonda, hecha con los fundamentos mas básicos del cine es una auténtica maravilla.

Quién te cantará, de Carlos Vermut

Tras la brillante Magical Girl (2014), todos teníamos los ojos puestos en la gran esperanza blanca del cine español. Cola de varios metros para el primer pase de prensa de la que a día de hoy, es probablemente la película mas equilibrada de toda la competición. Quién te cantará nos pone en la piel de Lila, una exitosa cantante retirada que tras sufrir un accidente pierde la memoria. Violeta, una gran fan, será contratada para ayudarle a recuperar la memoria y volver a construirse a si misma. Con esta premisa, Vermut articula una historia cuya referencia mas evidente es la obra maestra de Bergman, Persona (1966), y que te comparen con esto, ya son palabras mayores. Pero es innegable que esta historia de vampirismo de personalidades, de juegos duales y opresión social, tiene un claro marco del cine del sueco.

Aunque lo que hace a Quien te cantará una película notable, es el quirúrgico y preciso dominio de cada uno de los elementos que conforman una película. Si Pawlikowski demostraba una gran precisión en Cold War, Vermut hace lo propio. pero tomando más riesgos, con unas composiciones neo-clásicas que bien podrían recordar al canónico encuadre del western, y que vienen directamente marcadas por el pasado como dibujante de cómics de Vermut. Pero no queda aquí la cosa. Vermut es un maestro en el dominio del tiempo roto y el fuera de campo, con claros ecos del cine de Haneke – y a su vez, de Lubitsch – regalándonos, con una deliciosa base hardcore, una de las escenas más intensas de lo que llevamos del festival hasta el momento. También hay un gran trabajo en el punto de vista, a través de un juego de escalas maravilloso, en el que siempre se mantiene una gran distancia moral respecto a los personajes, y solo nos acercamos en los momentos mas intensos de la trama, cuando es irremediable conectar con ellos en un plano emocional. Eso nos lleva a las emociones, canalizadas a través de un registro de canciones extraordinario, con temas compuestos por Amaral e interpretados por la propia Najwa Nimri, y con sus correspondientes actuaciones e interpretaciones en directo, llenos de rabia interna, pero con una gran contención plástica. Por ultimo, cabe destacar la escritura de la película, cerrando un guion cíclico en el que cada secuencia tiene un porqué en el devenir de la historia en el futuro, y cada acción del pasado, marcará el futuro de la narración.

Con todos estos elementos, Vermut firma una pieza íntima, elegante, profunda y arrebatadora, con una gran carga filosófica en torno a la identidad que creamos, la que representamos, y la que realmente somos. Una pieza canónica que debería enseñarse en las escuelas de cine, como muestra de que con muy poco se puede conseguir mucho. Veremos si Vermut firma su segunda Concha de Oro, pero sería absolutamente merecida.

Long Day’s Journey Into Night, de Bi Gan

Tres días me costó poder conseguir entradas para la segunda película de Bi Gan, una ambición extrema en forma de regalo para el cinéfilo y el soñador. La película, que está dividida en dos partes claramente diferenciadas, nos invita a una reflexión acerca de a vida, las historias, el cine y los recuerdos. Como toda obra maestra que se precie, en esta película encontramos diferentes reflexiones metalingüísticas sobre el hecho cinematográfico, diferenciando en la primera parte la concepción a través de la razón, lo tangencial y lo concreto, y dejando en la segunda parte, -rodada en 3D y con un plano secuencia de hora y quince-, el trono a lo irracional, lo abstracto y lo onírico. Y es que tenemos en un misma cinta la belleza plástica y humana de directores como Wong Kar-Wai, y la profunda y bella contemplación de genios como Tarkovski. Casi nada. Pero lo que sorprende de la historia, es la valentía con la que se atreve a romper la concepción espacio-temporal clásica, algo más propio de directores con varios años de cine a sus espaldas como Bela Tara o Lav Diaz, que de un joven director que prepara en su segunda película, una delicia estética para cualquiera que se acerque a valorarla. Al final, todo depende de los ojos de el que mira, y con Bi Gan, merece la pena poner toda nuestra atención, porque estamos, posiblemente, ante el nacimiento de un gran autor.