Por Pablo Gamba
La sangre es blanca (2020) fue el cortometraje ganador en la sección Penínsulas de películas españolas del festival Curtocircuito de Santiago de Compostela. Es el tercer corto documental de Óscar Vincentelli y fue realizado como parte de sus estudios en la Escuela de Cine Elías Querejeta.
El cineasta venezolano radicado en España es principalmente conocido porque compitió por el Leopardo del Mañana en el Festival de Locarno con Violeta + Vicente (España-Venezuela, 2018). Ese otro corto fue comentado por Humberto Sánchez Bustillo en una nota publicada en Desistfilm.
La sangre es blanca es un documental sobre la tauromaquia, y el empleo de una cámara termográfica es el detalle técnico que más llama la atención. Esto da como resultado un oscurecimiento casi total del ambiente, que abstrae de su contexto habitual el rito de matar al animal. Junto con la reducción del sonido al mínimo esencial relacionado con la faena, completa una tarea de depuración de falsas apariencias y clichés sobre las corridas de toros.
El toro aparece por primera vez en el centro del limbo negro del plano. Pero después sale de campo o entra inesperadamente junto con los demás personajes porque la cámara no se mueve para seguir el desarrollo de la acción. A pesar de este recurso de distanciamiento, la muerte tiene un correlato dramático en la caída del animal en la esquina inferior izquierda, cortado por el encuadre. Es otro juego visual que se destaca en la película.
El calor y no en la luz de aquello que estuvo ante la cámara es aquí indicio de que la realidad de lo filmado. Pero hay un contrapunto entre esto y el efecto de extrañamiento que resulta del aspecto fantasmal de las imágenes. Si un aparato constató la realidad de lo representado por su temperatura; la representación se aleja del realismo. Además de darle un tratamiento novedoso al tema, esto problematiza, en primer lugar, la cuestión ética.
Si bien los hábitos de la razón biempensante pueden conducir hacia la interpretación automática de La sangre es blanca como una crítica de la crueldad contra los animales, el movimiento de las figuras blancas contra el fondo negro pone de relieve también lo que la faena tiene puramente de danza y de ritual. Lo que logra es destacar la fascinante relación entre lo bello y lo macabro de la tauromaquia, abstrayéndolo visualmente del crudo acto de ir matando lentamente un toro hasta la estocada, que es lo que causa rechazo. Pero las mismas imágenes son evidencia del calor de la sangre real derramada por el aspecto que tiene: blanco, como la brasa de un cigarrillo al comienzo. De allí que el problema ético no se resuelva de ninguna manera en el corto.
Pasando de lo ético a lo ontológico, la película también trata del problema de la naturaleza de la imagen del cine: si es huella de lo real o algo análogo a los sueños. El calor, que naturalmente no puede percibirse sino en la proximidad de aquello real que lo produce, se convierte aquí en imágenes de aspecto doblemente fantasmal, tanto por lo que respecta a la aparición en la pantalla del toro de carne y hueso, cuya muerte es el tema del documental, como por el uso de un blanco y negro que recuerda el plano en negativo del espectral viaje en carruaje de Nosferatu (1922), de Murnau. Si La sangre es blanca parece un cortometraje de fantasmas, es porque de alguna manera trata del “fantasma material”, que es como Gilberto Pérez llama a la imagen del cine.
Penínsulas
La sangre es blanca
Dirección: Óscar Vincentelli
Producción: Óscar Vincentelli, Elisa Celda, Carlos Pardo
Montaje: Óscar Vincentelli, Elisa Cerda, María Antón Cabot
Sonido: Martín Scaglia
España, 2020, 13 min.