Por Mónica Delgado
Con 27 años, el cineasta belga Dorian Jespers ya obtuvo gracias a su film debut un Ammodo Tiger en la competición de cortos del festival de Rotterdam de este año (compartido con Apparition de Ismaïl Bahri y Communicating Vessels de Maïder Fortuné y Annie MacDonell). Su primer cortometraje, la brillante Sun dog es también su acta de nacimiento como cineasta con fibra y sensibilidad especial, y que además es, modestamente, un trabajo de fin de curso de maestría, una inmersión física e intuitiva en un fábula apocalíptica ambientada en la zona ártica de Rusia.
En Sun dog hay déjà vu a modos de filmar conocidos, solo que aquí esas citas forman parte de un universo particular, guiños adaptados a una fantasía de toques sci-fi en un escenario invernal, donde la luz del sol parece estar negada. Jespers propone a un joven cerrajero desencantado como sujeto que ordena el clima y sentido de toda la puesta en escena, desde una diversidad de recursos, como tomas áreas, uso de drones y una serie de planos secuencia que captan la energía y pesimismo de una jornada de pesadilla. La cámara, que aquí es claramente un personaje, un ente, un fantasma, sigue a Fedor en su rutina de abrir puertas accidentalmente cerradas, de entrar y salir de casas, en sus encuentros esquivos con una galería de personajes de diversa ascendencia, de abrir puertas de autos en medio de la nieve, o incluso cuando se cruza en medio de la noche con un pez que habla.
Murmansk, una ciudad portuaria al noreste de Rusia, se convierte en el espacio de esta desolación, de rutinas marcadas por un clima de apariencia hostil, oscura, de decadencia industrial, donde nadie parece extrañar a las otras estaciones. Al inicio del film, regido por el espíritu de un dron, la voz en off de Fedor (Alexander Pronkin) va marcando el desencanto, en un entorno donde nadie aspira a algo distinto. Y dentro de estos primeros minutos, el cineasta también presenta al otro personaje del film, a la cámara viva, como entidad que va siguiendo y dejándose ver por los otros personajes (aunque muchas veces parezca fusionarse en la mirada con Fedor).
Este uso de la cámara subjetiva o que rompe constantemente la cuarta pared, al dejar interpelar o preguntar a los personajes, tiene ecos aquí del recurso en On the Silver Globe de Andrej Zulawski, al afirmar la materialidad de la mirada de la cámara como protagonista ( y con ello, una afirmación física y participativa -aunque falsa- de nuestro rol como espectadores) o a la intención de Aleksei German en Hard to be a god. También una textura e intención de deformar la imagen (como el uso del anamórfico en Sokurov, así como el tono de la voz en off en algunos momentos), para algunos interiores y exteriores. Sin embargo, desde estos ecos está Jespers para afirmarse como cineasta inventivo y que controla bien los ritmos y la capacidad de sorprender.
Este seguimiento a Fedor, que se da durante una noche, es opresivo, como si estuviéramos atrapados en un set de filmación, de la mano de esta cámara/personaje cómplice, que nos va preparando para el final de antología, a ritmo de una composición entre pop y operística del compositor ruso de vanguardia Sergei Kuryokhin, que se vuelve el canto de liberación y la oportunidad de un día distinto en todo sentido.
Sección Radar del Curtocircuito y premio a mejor corto de la sección
Director: Dorian Jespers
Guion: Dorian Jespers
Fotografía: Arnaud Alberola, Dorian Jespers
Edición: Omar Guzman
Sonido: Thomas Becka
Compañía Productora: KASK, Scum Pictures, Campana Films, ATAKA51
Reparto: Alexander Pronkin, Tatiana Smirnova, Andrey Sychyov, Katarzyna Wiesio?ek, Lisa Fitier, Daria Orlova, Natalia Haikara
Bélgica, Rusia, 18 min, 2020