Por Ivonne Sheen
El sonido de las puertas del tren me avisa que tal vez sí llegaré a tiempo para ver algunas de las películas del programa del Oberhausen 2023. Voy temprano porque así es con los festivales de cine, una intenta aprovechar esos momentos de intensidad cinéfila, para observar las decisiones recientes de les curadores, pero también para encontrarse con una dimensión afectiva de la colectividad que son las salas de cine. No escribo desde hace ya un tiempo, y es por eso que me siento más cómoda con un texto de diario reflexivo sobre las películas que vi y lo que percibí del festival.
La temperatura está en transición y también la humedad a veces aumenta, algunos chubascos repentinos nos hicieron correr por algunas calles de Oberhausen. La sede central del festival es el cine Lichtburg, donde se podía entender si una película terminó o estaba por empezar, dependiendo de la disposición de los cuerpos alrededor. Sobretodo en los momentos del inicio de las proyecciones, todes perdían perspectiva del espacio, y una masa de gente se congestionaba en la entrada del cine. Algo de ansiedad brotando alrededor. Todes queremos ver películas.
Revisando la programación me emocionó ver que se proyectarían las películas de un cineasta colombiano de los años 70, Carlos Álvarez, del cual no había visto nada anteriormente, pero que intuía pertenecía al momento de cineastas del llamado Tercer cine. Re-selected, enfocado en programas temáticos con películas del archivo del festival a cargo de Tobias Hering. “La lucha continúa: Carlos Alvarez” fue el primer programa de los cuatro presentados este año como parte de esta sección.
Pensar los programas cinematográficos como fenómenos sociales, memorias, convoca el ejercicio de re mirar, en este caso re-seleccionar las películas para proponer perspectivas desde el presente, abrir reflexiones en torno a estas pero también en torno al festival como discurso, como statement que en mayor o menor medida, se posiciona políticamente a través de su selección. Este año pude mirar los programas I y II de esta sección, en los que se manifestó solidaridad con las luchas sociales en Latinoamérica y Palestina. Por cuestiones de tiempo y de conocimiento, me enfocaré en el primer programa, La Lucha continúa: Carlos Alvarez.
Intentamos entrar a la sala de cine pero en la puerta nos preguntan a mí y a mis amigues colombianes que venían conmigo: “¿hablan bien alemán?” Y con mi alemán masticado respondo: “ein bisschen”, pensando que me querían hacer algún tipo de consulta aleatoria. La pregunta nos llevó a correr a un lado del cine a pedir unos auriculares portátiles para escuchar una traducción simultánea de la película en inglés porque la copia que proyectarían estaba doblada al alemán. Tenía la esperanza de que el doblaje en alemán permitiría que el sonido original se colara entre las palabras, pero fue difícil y no nos quedó de otra que escuchar la película en inglés.
Las películas del director colombiano incomodaban la mirada y planteaban preguntas sobre el sentido político de mostrar la miseria de algunas personas, en este caso niños muriendo de hambre en Los hijos del subdesarrollo (1975). La película está dirigida al público privilegiado que usualmente es el que va a las salas de cine, y está cargada de un sarcasmo que también está presente en Colombia 70 (1970), también proyectada como parte del programa, en la que con ironía se critica el mensaje de progreso y desarrollo en la Colombia de los 70s, y al mismo tiempo hay una provocación hacia la producción audiovisual del momento, como una fantasía comercial agringada que ignora la miseria en la que gran parte de la población vive.
En esa dimensión, hay una intensión de radicalismo que corresponde a un contexto de injusticia social, no muy distinto del que se vive en el presente en los países latinoamericanos. Sin embargo, mirando esta película después de 50 años, genera una extrañeza la ausencia de las voces de las personas que aparecen en esta. Surge la pregunta por la posible similitud con la caridad, cuando desde el arte mostramos lo que Susan Sontag llama “el dolor de los demás” en espacios de privilegio, en los que la conciencia ética se relaciona con una culpa blanca, y en los que el debate y la convocatoria a la acción se vuelven inefectivos. Claramente esa no era la intención de Carlos Alvárez, pero no dejan de ser preguntas irresueltas que valen la pena seguir discutiéndolas.
Vimos la película en un enredo lingüístico que da cuenta de una época, de la tecnología, pero también de decisiones que son políticas. Se hizo hincapié en como el huso del lenguaje en alemán del doblaje, denotaba el contexto de una Alemania dividida, Oberhausen en el oeste mostrando solidaridad con la agenda del este. Demostrando que las lecturas dependiendo del público que lo ve, normalmente responderán sobretodo a sus propias agendas políticas. En el presente, ¿cuál podría ser un interés de re visitar este cine en Alemania? Una respuesta que propongo es el interés del programa por preservar películas ganadoras del festival, para reflexionar sobre el impacto que los festivales pueden tener en algunos contextos, lo cual además de solidaridad también demuestra poder, como institución interesada en adquirir copias de las películas y construir un archivo de estas. Además de también posibilitar la visibilidad de obras y pensamientos que tal vez se han quedado enterrados en los rezagos de los conflictos sociales, que muy típicamente en Latinoamérica se reciclan constantemente, dejando poco espacio para la preservación. El festival mostró su solidaridad con Carlos Álvarez cuando este era preso político en el año 1973, y posteriormente este fue jurado en la edición en la que se mostraron las películas palestinas que conformaron el programa II Call for solidarity curado por Subversive cinema, Palestine in the eye (1977) y Counter Siege (1978). Siendo una memoria de cómo el Festival en los años 70s como organización, tomó una posición de solidaridad que contribuyó a visibilizar internacionalmente la opresión política en Colombia y en otros territorios como Palestina.
El cineasta y activista colombiano, Daniel Bejarano fue invitado a comentar e introducir las películas, abriendo el debate por la urgencia de denunciar los conflictos sociales, y como las realidades globalizadas han traído nuevos factores de opresión en países como Colombia. En el marco del arte, se planteó la pregunta por la censura y la auto censura, en consecuencia a los asesinatos, desapariciones y encarcelamientos, a los cineastas radicalmente opositores de los regímenes. En ese sentido, la preservación se convierte en una contribución a la lucha y a la resistencia, a un pedazo de memoria que muy probablemente se ha intentado borrar. Haciendo un llamado a la solidaridad internacional.
Salimos de la sala de cine conversando sobre las resonancias de incomodidad que las imágenes nos dejaron, pero también cómo las películas nos arrojaron a la realidad, en un sentido crudo de injusticia. No hayamos respuestas a nuestras preguntas. Tomamos el tren, conversamos de las películas, mientras unos policías de transporte observaban de manera extraña a las personas, tal vez algo pasó. Aún flotando entre la sala del cine y la realidad del presente, viajando a velocidad, tratando de encajar lo reflexionado con el día a día, mientras las luchas sociales en los territorios de dónde vinimos siguen irremediablemente resistiendo en primera línea por una vida digna.