Por Mónica Delgado
Denis Lavant, aquel hombre que encarna a lo largo de la historia decenas de rostros, abrirá la puerta hacia la dimensión donde prima la masa: una sala de cine donde espectadores centrados y concentrados ven una película de King Vidor mientras un perro enorme cruza el espacio. Es así que Leos Carax inventa un suceso fundacional, una sala de cine donde se cruzan varios eventos extraordinarios (un perro, un bebé aprendiendo a caminar, el hombre que aparece en lugar del proyeccionista) como el acto insólito que va más allá de la exhibición, hacia la lectura de que el cine se convierte en motor de mundo, en constructor de arquetipos, modos de pensar y de sentir, que sufre los rezagos de vivir en la “modernidad”, hacia el deseo de toda anulación de identidad.
Holy Motors comienza con un personaje despertando de un sueño, y que al final de cuenta deviene en un relato de narrativa pesadillesca: el actor Monsieur Oscar (Lavant) vive metido en una limosina y pasa su vida encarnando a diversos personajes a lo largo del día como parte de su trabajo, personificando desde un político hasta un padre de familia autoritario; de un asesino a sueldo a un amante nostálgico, dentro de contextos verosímiles. Y así Carax presenta a Lavant como el hombre de las mil caras en oposición a la mujer sin rostro de George Franju que evoca al final del filme. De la multi-identidad a la anulación del sujeto como premisa de la ideología que destila el imaginario del cine como espectáculo: si hay algo que Carax intenta esbozar a lo largo del metraje de Holy Motors es precisamente el resultado de esta maquinaria de los cuerpos y pensamientos (como los insertos de los trabajos de Edward Muybridge que enfatiza esta mecánica de lo físico) hacia la alienación y la desconfianza en sus mecanismos como método de sublevación.
Lavant es el filme, él y sus once rostros, desde una anciana vagabunda hasta el ya conocido Señor Merde (del episodio del film omnibus Tokyo!), del sicario hasta el enamorado de Kylie Minogue, atraviesan con sus personificaciones todo el relato, donde nunca sabremos cuál es el verdadero hombre o donde es el fin de la repetición. El cine es, como bien simboliza la conductora de la limosina (Edith Scob), el ejemplo básico de devenir y movimiento, en una ruta que solo se detiene como toda industria en un descanso momentáneo, en una huida de la máscara, sin escapar del todo del “simulacro”, a la espera de un mañana donde la rutina de construir dobles y fórmulas se debe continuar. La propia existencia del cinema.
Holy Motors
116?
Léos Carax
France- Gemany 2012
Proyección de ceremonia inaugural de 53 TIFF.