Por Carlos Rgó
Sátántangó (1994) es la adaptación de la novela homónima de Lásló Krasznahorkai, con un guion coescrito por el novelista y Béla Tarr, y tuvo proyección en la décima edición de Ficunam, en su sección Clásicos restaurados. La película está dividida en doce partes, a la manera de un tango: donde se avanza y se retrocede para enmarcar la tragedia de un grupo de habitantes esperanzados por el falso profeta Irimías, y condenados por una música de tonos repetitivos, circulares, como si un diablo ejerciera un poder cósmico sobre los cuerpos entregados a una maldición.
Fotografiada por Gábor Medvigy, que trabajó con Béla Tarr en su anterior película La condena (1987), los tres recursos de la forma fílmica para generar la inmersión del espectador en Sátántangó son la profundidad de campo, el plano secuencia y el travelling lento. Estos elementos en sus 450 minutos de duración están sostenidos en una poética, donde la espera de los personajes, por una luz que ilumine sus vidas, expresa una temporalidad espiritual.
La película revela múltiples sensaciones para mostrar “cómo el caminar es ya un primer paso de baile en el que se expresa la relación con la Tierra, con el medio: lluvia, lodo, viento, espacios vacíos de cuyos pedazos brota la pulsión de nada…” (Rangel, Ritornelo(s): el cine de Béla Tarr, 68). Para Jacques Rancière, la película de Tarr construye el movimiento “por el cual los afectos se producen y circulan” al modular los dos regímenes sensibles fundamentales: la repetición y el salto a lo desconocido. Sántántangó juega con el espacio fílmico e imagen-tiempo para confrontar a la noche y el vacío con una fauna oscura, de longitudes totalizadoras cercanas a una Hungría postcomunista.
Entre sus personajes, Futaki o Estike son dos fuerzas terrenales que transmiten la desesperanza y la muerte. Fuerzas etiquetadas como personajes de una tragedia imperecedera. Sátántangó es una obra maestra indiscutible de autoafirmación: el cine es el principal órgano de una nueva realidad, que habrá de perfeccionar sus elementos para descubrir el todo a través de sus relaciones, y no solo una descripción de los objetos que intercambian, como el cuerpo mismo, sus espacios. Tremenda fábula del movimiento, donde el cambio material implica un acontecer cósmico de la materia ligada al espíritu. Entre arañas, búhos o gatos petrificados se abre paso la música de Víg Mihály. El humano contra la naturaleza; la música y su relación con el silencio.
Quizá el carácter cósmico, del que tanto se habla para interpretar la película, no es más que una manera de disminuir la potencia de las decisiones humanas. Trascendental en sus energías terrenales para delimitar a sus personajes, el universo de Béla Tarr construye la libertad desde una temporalidad fílmica que no accede solamente desde síntesis inteligibles, sino a partir de un análisis sensible del movimiento de la materia conectada al espíritu. Una percepción concreta nos arrebata la ilusión y nos muestra, por fin, una imagen del mal: Varios rituales. Intensidades. Bocanadas. Reconocimiento del poder terrenal para infectarse de ilusiones. Grito cósmico. Obtención del imposible devenir de una existencia anónima. VIBraciones…
…restauradas en 4k, por sus 25 años de vida desde su estreno.
Sección Clásicos restaurados
Dirección: Béla Tarr
Guion: Béla Tarr, Laszlo Krasznahorkai
Música: Mihály Vig
Fotografía: Gábor Medvigy
Reparto: Mihály Vig, Putyi Horváth, Peter Berling, Erika Bók, Miklós B. Székely, László Fe Lugossy, Éva Almássy Albert, János Derzsi, Irén Szajki, Alfréd Járai
Hungría, Alemania, Suiza, 1994, 450 min