Por Mónica Delgado
La competencia internacional del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata incluyó en su competencia internacional 2020 varias películas de cineastas mujeres debutantes, y que tienen como protagonistas a jóvenes también mujeres en historias familiares, aunque diferenciadas por el tratamiento y contexto. Si bien en estos largometrajes hay una evidente necesidad por mostrar problemáticas desde puntos de vista femeninos, el abordaje de los films no están marcados por esta perspectiva de género, sino que más bien se muestran, en sentido clásico, prestas a dar vida a roles algo manidos: hijas que dependen de padres tramposos, adolescentes en luto afirmando su lugar en el mundo o jóvenes que juegan a la femme fatale.
En Moving on (Nam-mae-ui Yeo-reum-bam, 2019), la joven cineasta coreana Yoon Dan-bi elabora el tramado más delicado frente a los otros dos films que compitieron en esta categoría: Shiva Baby de Emma Seligman y Sophie Jones de Jesse Barr, ambas de Estados Unidos. Películas evidentemente distintas, pero que de alguna manera exploran algunos tópicos esenciales, como el de la calidez o esencia de los vínculos familiares.
Yoon Dan-bi comienza su película con una mudanza. Pero esta ha sido motivada por desavenencias económicas, puesto que el hijo pródigo regresa al hogar paterno con dos hijos a cuestas y algunas deudas. Este retorno forzado está disfrazado de amor al anciano progenitor, y por las ansias de tener un lugar donde vivir. Las primeras escenas muestran que la casa que se abandona está ubicada en un sótano en un barrio de clase baja, y que el nuevo lugar, donde vive el abuelo, en un barrio pudiente, se percibe como un escalón social importante. Pero, el film no se basa solo en este cambio de espacio y condiciómn, sino en cómo poco a poco se va depredando este espacio familiar, con la llegada de una tía y el fantasma de una madre ausente.
Como en Parásitos (como señala la sinopsis de la película en el catálogo del festival), hay en Moving on una intención geopolítica en esta relación de arriba-abajo, de pobres y ricos, de sótanos y pisos elevados, y que Yoon Dan-bi va estableciendo poco a poco, al lograr que afloren en esta usurpación espacial los deseos oscuros de cada miembro de esta “nueva familia”: la tía que quiere más de lo que tiene, el padre que ve posible mantener al abuelo en un asilo, o la hija adolescente que vende a escondidas las zapatillas falsas que vende el padre con el fin de pagarse una cirugía plástica. Sin embargo, estos personajes que parecen tener muchos defectos, se van sublimando, o son salvados por las circunstancias. De esta manera, la cineasta desarrolla un retrato familiar sin caer necesariamente en una crítica social o un relato sobre la vejez como estorbo, donde hay lugar para la ensoñación y para la catarsis.
Shiva Baby es una una comedia estadounidense, de aspecto indie, de la debutante Emma Seligman. En realidad es la extensión de un corto de la cineasta, hecho en 2018, donde aborda los mismos sucesos y situaciones cómicas. La opción de Seligman es poner a su protagonista en una situación atípica e incómoda, durante un velorio familiar de tradiciones judías, donde se encuentra sin querer con su amante, el sugar daddy que la apoya con sus gastos, y que a la vez es amigo de sus padres.
El interés de Shiva Baby está en la manera en que la cineasta va completando el perfil de Danielle (Rachel Sennott), de acuerdo a detalles que van surgiendo a partir de las situaciones, que concentran tanto el encuentro de la joven con su amante, como la tensión que existe con sus padres, que parecen conocer muy poco a su hija. Así, sabremos que Danielle es bisexual, que no tiene profesión conocida, que tuvo un affaire con una prima o que al parecer el arreglo con su amante no era solo monetario. Pero, más allá de la construcción del personaje desde la puesta en escena, de una cámara que la sigue, centra y desestabiliza, lo que Seligman desarrolla es una atmósfera de claustro en la arquitectura de un antivelorio, donde gana más la idea de un espacio de reencuentros, donde la muerte es solo una palabra que apenas cobra significado.
Sobresale en este clima pesadillesco, donde la histeria cobra la dimensión de la blasfemia, la madre de Danielle, Debbie (encarnada por Polly Draper), que ve patologías o problemas de ansiedad a las actitudes de su hija, extrañas en un contexto familiar y sin peligros, pero sabemos como espectadores que todo eso se debe a la llegada de su amante, la esposa y la bebé de ambos. Y por momentos el film flaquea hacia un desenlace que tiene miedo al “guion redondo”, ya que se percibe muy predecible o a la deriva. Quizás las menciones a la agencia de las mujeres, su emprendedurismo y liberación económica como motivaciones de moda entre los personajes femeninos logran enriquecer un poco el contexto de lucha de sexos, y que va más allá de un simple desencanto amoroso.
Mucho más “indie” aún es Sophie Jones, el film debut de Jessie Barr, con mucho eco a las sensibilidades de los coming of age como Lady bird y cercana a las imágenes de un Portland de desencanto de algunos films de Gus van Sant. Sin embargo, pese al tono reconocible, de lens flares que dan cuenta de la frescura del clima o de la idea de improvisación del fulgor adolescente, en esta primera película de Barr hay un concepto que marca el inicio y cierre del film. Estamos ante una protagonista que acaba de perder a su madre y que percibe esta perdida desde una manera muy física. El luto como una extensión de las ansiedades juveniles.
En la primera escena Sophie Jones (interpretada por Jessica Barr, prima de la cineasta) come las cenizas de su madre. Luego la vemos manejando o yendo a la escuela mientras escucha música con resonancias a punk de mujeres (a lo Bikini Kill). Se percibe su rabia interna, su malestar, y que poco a poco va cediendo tras el acercamiento al sexo opuesto, a la par que también cambia la música extradiegética hacia un dream pop. Estas atmósferas van acompañando el deseo entre sexual y tanático de la protagonista, que luce inestable, sin futuro aparente. Incluso una amiga le dice a modo de broma: “Desde la muerte de tu madre estás como ninfómana”, y es a partir de esta pulsión, de las relaciones amorosas y sexuales poco entusiastas de Sophie con sus amigos o novios, que va aprendiendo ligeramente a abandonar el luto.
En este sentido de correspondencias, entre estas pulsiones y la normalidad de la vida familiar, con un padre y una hermana que no parecen ocasionarle problema alguno, es que la protagonista va “madurando” hacia la vida adulta. Y este tránsito sutil incluye breves escapes, huidas al campo o a la playa, como modos de encuentros trascendentales con la idea de la madre. Cuando Sophie abandona el hogar familiar para ir a estudiar a Nueva York se confirma el cambio. Y quizás estas decisiones de guion demasiado simples permiten ver a Sophie Jones más como un film de pasajes que un retrato. Una coming of age donde las tremendas lecciones apenas llegan.